2 de febrero Templo, Altar, sacerdote, Víctima

30 Ene, 2014 | Escritos A. Amundarain

2 de Febrero

Templo, Altar, Sacerdote, Víctima…

La Virgen Inmaculada, como lo narra el evangelista San Lucas, con el Niño en brazos, se presenta hoy en el templo de Jerusalén, a la ceremonia de la Purificación y, según la ley de Moisés, a la ofrenda del Primogénito a Dios para la redención de todos los hombres, pues «todo varón primogénito era consagrado al Señor y cuando todo lo hubieron cumplido, según estaba mandado en la ley, con el Niño, otra vez, entre sus brazos, se retira del templo la Santísima Madre, para servirle de templo vivo y amante, al Hijo divino de sus entrañas, durante muchos años en el silencio de Nazaret.

santísimas se inmolan hoy en holocausto de amor y en sacrificio de expiación, en las gradas del gran templo de Jerusalén. Jesús, por las manos de su Madre María, y María, por las manos de Jesús, repiten solemnemente las palabras que en silencio pronunciaron un día en la divina presencia: «FIAT» secundum verbum tuum… «FIAT» voluntas tua…
Ofrenda tan sublime, tan grande, tan digna de Dios, de tanto mérito y valor, nunca llegó a ofrecerse en aquel grandioso templo.

Dios se ofrece a Dios desde los purísimos brazos de su Madre. La Madre, como Madre y como sacerdote, ofrece al Hijo y se ofrece ella, juntamente con el Hijo, al Padre Eterno por nosotros, indignos pecadores, al mismo tiempo que los sacerdotes del templo con los ritos y ceremonias sagradas ofrecen los sacrificios diarios, mandados por la ley de Moisés.

¡Qué altísimo y eficaz mérito debió tener aquella ofrenda purísima y santísima del Hijo y de la Madre en el divino acatamiento! ¡Con qué agrado y complacencia recibiría el Padre Eterno aquella doble Hostia pura, Hostia santa y Hostia inmaculada!

son los tiempos que vivimos en los presentes momentos.
De grado o por fuerza, como nunca ha llorado ni expiado, expía y llora, con terrible amargura, nuestra desolada patria. Sacrificios pide Dios a un pueblo que, a grandes predilecciones de amor, ha respondido con negras ingratitudes. Por nuestros gravísimos pecados Dios santo y justo o debía de abandonarnos para siempre en su justa cólera o había de exigirnos, en su misericordia, una satisfacción proporcionada a los delitos cometidos.

Su amor no pudo abandonamos y, para podernos perdonar y seguir amándonos con predilección, ha dispuesto, con justísima medida, la expiación merecida.

España se inmola, porque sus hijos han violado el pacto de amor que con ella hiciera el Corazón de su Dios. España vive hoy en el dolor, expiando los olvidos y los desprecios que ha tenido para con su Amoroso Padre. Y Dios Padre con amor flagela al hijo que ama. España, tantos años insensible a los dulces llamamientos de su Padre, está tendida en la parrilla del cruento sacrificio. Horas y días y meses largos gimen las víctimas por millares, pecadoras unas, inocentes y santísimas y purísimas otras. ¿Cómo consiente y sufre tan prolongado y tan espantoso martirio de su amado pueblo el Corazón paternal de nuestro Dios?

¡Santísimos, sapientísimos e inescrutables juicios de Aquel que, por amor a los hombres, consintió y dispuso la muerte espantosa en una cruz de su infinitamente amado Hijo-Dios…!

No sólo demos admirar la magnitud de la divina justicia; admiremos también y reconozcamos, confundidos, la magnitud de nuestros pecados que exigen tal expiación.

El modo de ahorrar y de abreviar esta espantosa expiación es compensándola nosotros todos con voluntarios y generosos sacrificios.

Se precisan en todos los pueblos sacrificios y holocaustos de almas de gran poder en el divino acatamiento.

Jesús es el primero que sigue inmolándose, desde los brazos de su Inmaculada Madre, y, tal vez, crucificado entre las ruinas del santuario profanado. ¡Cuántas Hostias perdidas entre los escombros…! ¡María y los ángeles las recogerán y las ofrecerán a Dios por nosotros y por los verdugos…! ¡Oh! sí; Ella, nuestra Madre, la Madre de España sigue inmolando al Hijo de sus entrañas, y, juntamente con Él, se inmola Ella, tierna y generosa, por su amado pueblo y por cada uno de sus hijos.

Nos parece ver, en los pórticos de esos innumerables templos en ruinas o convertidos en públicos mercados, sin altar, ni hostia, ni sacerdote, a la Virgen Nazaretana supliéndolo todo y ofreciendo al Padre Eterno la Víctima que lleva en sus brazos y ofreciéndose Ella, sangrando por la herida que ha abierto en su corazón la espada anunciada por el anciano Simeón.

Y la Alianza, que vino al mundo en este memorable día, ¿no deberá asociarse, fervorosa y generosa, a este sublime sacrificio? ¿No está acaso en sus manos, en sus brazos, la Sagrada Víctima, a la cual viven asociadas y consagradas? ¿No son ellas, junto a María, hostias puras e inmaculadas, ofrendas saludables y agradables al Señor, víctimas propiciatorias de inestimable valor?

¡Oh, hermanitas! Cada vez que comulgáis os vemos en el rincón de vuestra iglesia, como a María en el templo de Jerusalén. Jesús se inmola y vosotras le inmoláis en el escondido altar santo de vuestros corazones, y os inmoláis vosotras mismas aceptando con un «Fiat» generoso todas las espadas de dolor que, en rescate y redención de tantos pobres pecadores, Dios os quiera enviar.

Rescatado por cinco ciclos, …. ti Jesús vuelve a los brazos de María, y María con el Niño en brazos vuelve a las soledades de Nazaret.

En el templo, en la casa de Dios, seguirán celebrándose fríamente las ceremonias legales, tan fríamente que alguna vez ese grandioso templo será un simple mercado público y llegará día en que, según la expresión del mismo Jesucristo, los judíos lo convertirán en cueva de ladrones, y, en justo castigo de sus profanaciones, no quedará de él piedra sobre piedra.

Por miles se cuentan en España las iglesias y capillas destruidas o convertidas en depósitos, mercados públicos, o centros de corrupción y de vicio, de donde Jesús ha salido al destierro. Menos mal, si en cada una de ellas pudo oportunamente ofrecerse una virgencita nazaretana para recogerlo y guardarle digna y amorosamente. Mucho ha de lardar el divino Desterrado en tornarse a su Casa, y ciertamente a muchas nunca más volverá.

¡Oh, si por cada templo destruido, hubiera en la soledad una casita de Nazaret y allí una virgencita le cuidara, le alimentara, le consolara, le atendiera, le velara, le amara…!

¡Cuánto echamos de menos, en estos críticos momentos, almas santas, vírgenes inmaculadas, corazones amantes, templos vivos que den culto incesante de adoración, de reparación y de amor, al gran Perseguido Jesús para sustituir, hasta con ventaja, si es posible, el que hasta hoy se le ha tributado tal vez fríamente, distraídamente … en sus templos!

Vosotras, hermanitas amadas, deberéis ser templo y altar para Jesús, porque Jesús ya no está en sus templos, ni sus templos existen…

El plan infernal del marxismo era desterrarle del pueblo español, haciendo que España quedara sin templo, sin altar, sin sacerdote, y, en parte, lo ha conseguido. ¡Miles de hostias que ya no se consagran! ¡Miles de sacerdotes que no consagran, que no celebran! ¡Miles de templos sin altar, sin sagrario, sin sacerdote, sin Eucaristía…!

¡Oh, hermanitas! ¡Dónde está Jesús!

Nos parece ver a la Virgen Nazaretana, con el Niño en brazos, huyendo a las soledades, para ser Ella, en la soledad, templo y altar para su Dios. Nos parece ver a la hermanita del pueblo, de la ciudad, huyendo con Jesús entre sus brazos, a la soledad, mientras sus enemigos quedan dentro para saquearlos y destruirlos.

¡Qué misión tan dulce y delicada! Y ¡cómo pedimos al Señor que todas las hermanitas seáis una copia, siquiera en miniatura, de aquella Virgen, y que Jesús, saliendo de las ruinas del templo profanado, halle dulce morada, y reciba ventajosamente profundas adoraciones, dignas reparaciones y encendidos y continuos actos de amor, en la casita viva y altar sagrado de vuestros corazones!

Comulgad, a este fin, con extraordinaria devoción, y pedid, como Teresita, que Jesús se digne perpetuar en el fondo de vuestras almas su amorosa presencia. Visitadle a la tarde y repetid estas visitas cuantas veces os sea posible y volved allá a pedir la misma gracia de su perpetua presencia en vosotras.

Convertíos en casitas de Nazaret, y, mientras el huracán de la persecución siga destruyendo poblaciones y profanando templos y desterrando a su Dios Redentor, que las virgencitas nazaretanas sean para Él, como María en Nazaret, templos, sagrarios y adoradores ardientes en su soledad.

Zumárraga, a 18 de enero de 1937.

ANTONIO AMUNDARAIN.