Semana Santa 2017

9 Abr, 2017 | Semana Santa

RECURSOS DE AÑOS ANTERIORES

SABADO SANTO

La Virgen del Calvario

Lectio Sábado Santo

[

El descendimiento de Jesucristo
por Jesús de las Heras Muela

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1.- El descendimiento de Jesucristo es una evocación de la historia. Una historia entendida, en este caso, en una doble dimensión: la historia más grande jamás contada (la historia que sigue siendo ayer, hoy y siempre del misterio del amor más grande y de la misericordia más inconmensurable) y también de la historia de la piedad popular en nuestra querida ciudad de Sigüenza. Una historia que arrancó hace cuatro siglos y que desde hace más de doscientos años (237 exactamente), por razones más que comprensibles, hubo entonces de interrumpirse tras la intervención en el asunto de uno de los más grandes obispos de la historia de nuestra ciudad y diócesis (don Juan Díaz de la Guerra, que legó a nuestro arte y cultura el barrio de San Roque, la Puerta del Mercado de la catedral, la Fuente y el conjunto de la Obra del Obispo o la bellísima fachada del Palacio de Infantes, amén de otras muchas obras de beneficencia en Sigüenza y en otros lugares de la diócesis).

Esta evocación a la historia nos ha de servir para ser fieles a ella, no desde el arqueologismo estático, sino desde la creatividad respetuosa y la interpelación por proyectar hacia el presente y hacia el futuro las señas de la identidad de esta historia, una historia que, en el caso de Sigüenza, no se entendería sin inequívoco ADN cristiano, católico para más señas. Reconstruir la historia de Sigüenza y proyectarla en el hoy y en el mañana sin la fe cristiana y su adecuada, coherente, activa y comprometida inserción eclesial nos desnaturalizaría y nos abocaría al desgajamiento de nuestras mejores raíces.

2.- El descendimiento de Jesucristo es un ejercicio de piedad, una obra de misericordia, que José Arimatea y Nicodemo realizaron en aquel atardecer de tinieblas del primer y definitivo Viernes Santo de la historia.

Y ¿qué significa hoy evocar y actualizar este ejercicio de piedad, esta obra de misericordia del Descendimiento de Jesucristo y su enterramiento posterior? Significa, en primer lugar, respetar, amar, cuidar y potenciar la vida desde que es engendrada y hasta su ocaso natural. Toda vida humana y la vida de todos es útil, es un don de Dios a preservar y a minar. No existe la vida inútil ni indigna, excepto cuando el egoísmo humano arrastra a tantos hermanos nuestros a las cloacas y a las cunetas de la existencia. Y tampoco debe existir para un cristiano la tentación de pensar en acortarle a nadie al albur de presuntas muertes dignas, que están haciendo que en países como Holanda, donde es legal la eutanasia, esta, la eutanasia (esto es, la acción directa y voluntaria de acortar la vida) ocasione ya el 4% de los fallecimientos en este país.

El ejercicio de piedad, la obra de misericordia, que José Arimatea y Nicodemo realizaron con el Descendimiento de Cristo en aquel atardecer de tinieblas del primer y definitivo Viernes Santo de la historia nos urge asimismo, en segundo lugar, a no frivolizar con la muerte, ni con la hora de la muerto, con el sagrado cuerpo de nuestros cuerpos, que es más que nunca templo y sagrario del Dios del amor y de la vida y realidad llamada a la resurrección gloriosa en cuerpo y en alma a imagen de Jesucristo crucificado y resucitado. De ahí, que tal y como la Santa Sede y el Papa Francisco nos han pedido recientemente, hemos de evitar cualquier frivolidad, banalización y superstición a la hora de dar cristiana sepultura a nuestros difuntos.

3.- El descendimiento de Jesucristo no un dejarlo sin más en el sepulcro y llorar su ausencia durante un tiempo para que luego todo vuelva a ser igual, sino apostar por la dignidad sagrada del cuerpo humano, que ha sido creado a imagen y semejanza del Dios creador providente y misericordioso, a imagen, pues, de su Hijo, rostro eterno de la Misericordia. Porque el descendimiento de Cristo y su sepultura, previo embalsamiento con cien libras de una mixtura de mirra y aloe, como nos relata la Pasión según San Juan, es una profesión de fe por la Resurrección y por la vida, una espera junto a Él, junto a nuestros muertos, de que se cumpla y se haga realidad nuestra vocación de eternidad. Para los cristianos, ni la vida ni muerte son un absurdo, una quimera, una aventura en manos del azar, la física o la materia, sino un tiempo de gracia que Dios nos da hacernos mejores personas y mejores cristianos y para construir, en ese poquito que hay en mí y yo puedo, un mundo mejor.

4.- El descendimiento de Jesucristo es acariciar y respetar un cuerpo herido y ultrajado, uncir nuestras manos con su piel sagrada y ya lívida carne lacerada e inerte, y dejarnos rociar por su sangre redentora. Es un encuentro, piel con piel, alma con alma, que clama y exige una expresión de testimonio público de caridad y de solidaridad, permanente y convincente —no por ello sin esfuerzo, incluso no por ello sin vacilaciones ni altibajos— no de un día, de una tarde, de una noche, de un funeral, de un entierro, de un duelo, sino de toda una vida para portar, transmitir y servir su cuerpo entre los más pobres y entre los más débiles («los pobres y los débiles son la carne de Cristo», como tantas veces repite el Papa Francisco), y para completar en nuestra vida y en nuestra carne, cargando cada día con la cruz y siguiéndole, lo que le falta a la Pasión de Cristo.

5.- El descendimiento de Jesucristo es (lo dejé ya antes apuntado) un compromiso de profesión de fe y de vida en una comunidad que se llama Iglesia y que demanda de nosotros que seamos no solo cristianos del Viernes Santo, del Corpus Christi y del día de la Virgen de la Mayor o de la Salud, sino que también sigamos llenando nuestros templos, nuestras catequesis, nuestras clases de Religión, nuestros movimientos apostólicos y nuestras Cáritas todos y cada uno de los días de nuestra vida. Una profesión de fe que significa también el que, con humildad, servicialidad, mansedumbre y claridad, sepamos reclamar, sobre todo con nuestra vida y testimonio, que también los cristianos y católicos tenemos derechos y deberes, los mismos que el resto de los ciudadanos, y sepamos defenderlos frente a persecuciones abiertas, como en Oriente próximo y Oriente lejano, y, entre nosotros mismos, en Occidente y hasta en nuestra patria, ante ridiculizaciones, minusvaloraciones, intromisiones y pretensiones varias de relegarnos a la sacristía, a la irrelevancia, a la privacidad, a la parálisis y al desánimo.

Y en esta tarea, en esta misión del seguir realizando el descendimiento de Cristo, no estamos solo, nunca estaremos solos. Está María, está la Madre, está la Virgen de los Dolores y de la Soledad. “Estaba la Dolorosa junto al leño de la Cruz. ¡Qué alta palabra de Luz! ¡Qué manera tan graciosa de enseñarnos la preciosa lección del callar doliente! Tronaba el cielo rugiente. La tierra se estremecía. Bramaba el agua… María sencillamente”.

“Mirad la Virgen que sola está,

Triste y llorando su soledad.

“No llores, Madre, no llores más.

Que yo tu llanto quiero enjugar.

Sufro contigo, triste penar.

Perdón, oh Madre.

Os quiero amar”.

Mirad, hermanos, a la Virgen, a María, a la Madre. ¿Cuándo una madre dejar de amar y de servir a sus hijos? María tampoco. Mirad a María, pero antes, en silencio, en arrobo, en plegaria, en respeto sagrado y conmovido, hagamos todos juntos, descender a Cristo de la cruz y oremos y hasta lloremos con el gran Lope de Vega:

“Pastor que con tus silbos amorosos

me despertaste del profundo sueño,

Tú que hiciste cayado de ese leño,

en que tiendes los brazos poderosos,

vuelve los ojos a mi fe piadosos,

pues te confieso por mi amor y dueño,

y la palabra de seguirte empeño,

tus dulces silbos y tus pies hermosos.

Oye, pastor, pues por amores mueres,

no te espante el rigor de mis pecados,

pues tan amigo de rendidos eres.

Espera, pues, y escucha mis cuidados,

pero ¿cómo te digo que me esperes,

si estás para esperar los pies clavados?”.

Catedral de Sigüenza, Viernes Santo 2017

Jesús de las Heras Muela

VIERNES SANTO

Lectio Viernes Santo

Viacrucis vocacional

No me mueve mi Dios para quererte

RELIQUIA DE PASION

Si tuviera que elegir una reliquia de tu Pasión,
tomaría justamente aquel barreño
lleno de agua sucia.

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Viajar por el mundo con aquel recipiente y ante cada pie ceñirme la toalla y agacharme hasta abajo no levantando nunca la cabeza más allá de la pantorrilla para no distinguir a los enemigos de los amigos, y lavar los pies del vagabundo, del ateo, del drogadicto, del encarcelado, del homicida, de quien no me saluda, de aquel compañero por el cual nunca rezo, en silencio para que todos puedan comprender tu amor en el mío.
Madeleine Delbrel

JUEVES SANTO

Lectio Jueves Santo

La liturgia del Jueves Santo está toda embebida en el recuerdo de la Redención. La función antiguamente de tres misas: La primera, en que se reconciliaban a los públicos penitentes, la segunda, en la cual se consagraban los Santos Óleos, y la tercera, para conmemorar muy especialmente la institución de la Sagrada Eucaristía en la Última Cena.

La Iglesia, celebra en la Eucaristía durante el curso del año los todos los misterios de la vida de Jesús, se apega hoy al recuerdo de la institución misma de este Sacramento inefable y del Sacerdocio Católico.

Esta misa realiza de un modo muy especial la orden dada por Jesús a sus sacerdotes de renovar la Última Cena en que Jesús, en los momentos mismos en que tramaban su muerte, instituyó el misterio de perpetuar entre nosotros su presencia. Por eso la Iglesia, suspendiendo un instante su duelo, celebra el Santo Sacrificio en este día con santo júbilo, reviste a sus ministros con ornamentos blancos y festivos, y canta el Gloria como a vuelo de campanas, las cuales enmudecerán hasta la Vigilia Pascual.

En la Epístola nos dice el Apóstol que la Misa es el «Memorial de la muerte de Jesús». Era necesario el sacrificio del altar para que pudiésemos comulgar la Víctima del Calvario y aplicarnos sus méritos. Y así la Eucaristía, que toma todo su valor del sacrificio de la cruz, comunica a su vez una universalidad de tiempo y de lugares. El mismo Salvador se encarga de hacer las abluciones prescritas por los judíos en el curso del festín (Ev), mostrándose con ello cuál es la pureza y la caridad que Dios exige a los que quieren comulgar, para no exponerse como Judas a ser reos del Cuerpo y Sangre del Señor (Ep).

Participemos todos hoy de este Ágape, de este festín de la Caridad. Ésa es la intención de nuestra Santa Madre Iglesia.

No dejemos de ir a recibir en este Jueves Santo la Sagrada Víctima que se inmola en el altar, y así cumpliremos santamente con nuestro deber; precisamente en este día se nos recuerdan los todos los detalles de la institución del Sacerdocio y del Sacrificio Eucarístico.

Junto a la Cruz, con María

Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María la mujer
de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, al ver a su madre y, junto a ella, al discípulo que él
tanto quería, dijo a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Después dijo al discípulo: “Ahí
tienes a tu madre”. Y desde aquel momento, el discípulo la acogió como suya (Cfr. Jn 19,
25–27).

Dame, Señor,
la alegría de descubrir a tu madre
y tomarla como mía.
Dame, Señor,
la alegría de estar a la espera de tu palabra.
como lo estuvo ella.
Dame, Señor,
la finura de acoger y hacer vida tu palabra
como tu madre la acogió y vivió.
Dame, Señor,
ojos de sorpresa para contemplar
y descubrir tu presencia
en la debilidad de la vida.
Dame, Señor,
fe para conocerte y servirte
en la gente que me rodea.
Dame, Señor,
manos para acogerte y tratarte
en mis amigos y amigas
como María te acogió
y te abrazó a Ti.
Reflexión para el Jueves Santo

¿Lavarme Tú a mi los pies?

¿Lavarme Tú a mí los pies?
Y si es necesario, Señor,
todo mi pobre ser.
¡Lávame y purifícame!
Hazme comprender que, el camino del servicio
es una llave que abre la puerta del cielo
Que el servir, aún sin ser recompensado,
es garantía de que soy de los tuyos.
Por eso, Señor, ¡lávame!
Pero, te pido Señor, que no te inclines demasiado
Soy yo quien, en este Jueves de tanto amor,
necesito plegarme en mi orgullo
Soy yo quien en estas horas memorables,
estoy llamado a conquistar tu corazón
ofrendándome a los hombres.
¡Lávame, mi Señor!
Para que, mis manos,
puedan acariciar rostros doloridos
Para que, mis pies,
puedan acompañar hermanos perdidos
LO QUE QUIERAS, MI SEÑOR
Me has amado y, al amarme,
brota en mí lo que Tú sembraste:
amor por los que me rodean
amor hacia los que me piden
pasión por los más débiles
Sí, mi Señor; haré lo que Tú quieras
Porque, si algo tiene el Jueves Santo,
es Misterio de amor y de ternura
Misterio de Sacerdocio y aroma de Eucaristía
Misterio de tu presencia
que siempre permanecerá y estallará en el altar
LO QUE TU QUIERAS, MI SEÑOR
Porque, cada vez que comamos de este pan,
Porque, cada vez que bebamos de este vino,
recordaremos tu querer y tu deseo
nos llenaremos con tu Memorial y tu Palabra
con tu gesto de siervo arrodillado.
LO QUE TU QUIERAS, MI SEÑOR
Sólo te pedimos una cosa:
que nunca nos falte la Eucaristía
para estar eternamente a Ti unidos
Amén

JUEVES SANTO

La liturgia del Jueves Santo está toda embebida en el recuerdo de la Redención. La función antiguamente de tres misas: La primera, en que se reconciliaban a los públicos penitentes, la segunda, en la cual se consagraban los Santos Óleos, y la tercera, para conmemorar muy especialmente la institución de la Sagrada Eucaristía en la Última Cena.

La Iglesia, celebra en la Eucaristía durante el curso del año los todos los misterios de la vida de Jesús, se apega hoy al recuerdo de la institución misma de este Sacramento inefable y del Sacerdocio Católico.

Esta misa realiza de un modo muy especial la orden dada por Jesús a sus sacerdotes de renovar la Última Cena en que Jesús, en los momentos mismos en que tramaban su muerte, instituyó el misterio de perpetuar entre nosotros su presencia. Por eso la Iglesia, suspendiendo un instante su duelo, celebra el Santo Sacrificio en este día con santo júbilo, reviste a sus ministros con ornamentos blancos y festivos, y canta el Gloria como a vuelo de campanas, las cuales enmudecerán hasta la Vigilia Pascual.

En la Epístola nos dice el Apóstol que la Misa es el «Memorial de la muerte de Jesús». Era necesario el sacrificio del altar para que pudiésemos comulgar la Víctima del Calvario y aplicarnos sus méritos. Y así la Eucaristía, que toma todo su valor del sacrificio de la cruz, comunica a su vez una universalidad de tiempo y de lugares. El mismo Salvador se encarga de hacer las abluciones prescritas por los judíos en el curso del festín (Ev), mostrándose con ello cuál es la pureza y la caridad que Dios exige a los que quieren comulgar, para no exponerse como Judas a ser reos del Cuerpo y Sangre del Señor (Ep).

Participemos todos hoy de este Ágape, de este festín de la Caridad. Ésa es la intención de nuestra Santa Madre Iglesia.

No dejemos de ir a recibir en este Jueves Santo la Sagrada Víctima que se inmola en el altar, y así cumpliremos santamente con nuestro deber; precisamente en este día se nos recuerdan los todos los detalles de la institución del Sacerdocio y del Sacrificio Eucarístico.

Junto a la Cruz, con María

Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María la mujer
de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, al ver a su madre y, junto a ella, al discípulo que él
tanto quería, dijo a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Después dijo al discípulo: “Ahí
tienes a tu madre”. Y desde aquel momento, el discípulo la acogió como suya (Cfr. Jn 19,
25–27).

Dame, Señor,
la alegría de descubrir a tu madre
y tomarla como mía.
Dame, Señor,
la alegría de estar a la espera de tu palabra.
como lo estuvo ella.
Dame, Señor,
la finura de acoger y hacer vida tu palabra
como tu madre la acogió y vivió.
Dame, Señor,
ojos de sorpresa para contemplar
y descubrir tu presencia
en la debilidad de la vida.
Dame, Señor,
fe para conocerte y servirte
en la gente que me rodea.
Dame, Señor,
manos para acogerte y tratarte
en mis amigos y amigas
como María te acogió
y te abrazó a Ti.
Reflexión para el Jueves Santo

¿Lavarme Tú a mi los pies?

¿Lavarme Tú a mí los pies?
Y si es necesario, Señor,
todo mi pobre ser.
¡Lávame y purifícame!
Hazme comprender que, el camino del servicio
es una llave que abre la puerta del cielo
Que el servir, aún sin ser recompensado,
es garantía de que soy de los tuyos.
Por eso, Señor, ¡lávame!
Pero, te pido Señor, que no te inclines demasiado
Soy yo quien, en este Jueves de tanto amor,
necesito plegarme en mi orgullo
Soy yo quien en estas horas memorables,
estoy llamado a conquistar tu corazón
ofrendándome a los hombres.
¡Lávame, mi Señor!
Para que, mis manos,
puedan acariciar rostros doloridos
Para que, mis pies,
puedan acompañar hermanos perdidos
LO QUE QUIERAS, MI SEÑOR
Me has amado y, al amarme,
brota en mí lo que Tú sembraste:
amor por los que me rodean
amor hacia los que me piden
pasión por los más débiles
Sí, mi Señor; haré lo que Tú quieras
Porque, si algo tiene el Jueves Santo,
es Misterio de amor y de ternura
Misterio de Sacerdocio y aroma de Eucaristía
Misterio de tu presencia
que siempre permanecerá y estallará en el altar
LO QUE TU QUIERAS, MI SEÑOR
Porque, cada vez que comamos de este pan,
Porque, cada vez que bebamos de este vino,
recordaremos tu querer y tu deseo
nos llenaremos con tu Memorial y tu Palabra
con tu gesto de siervo arrodillado.
LO QUE TU QUIERAS, MI SEÑOR
Sólo te pedimos una cosa:
que nunca nos falte la Eucaristía
para estar eternamente a Ti unidos
Amén

Viernes santo A Amor ante el desamor

El lavatorio de los pies es la expresión del compromiso por el servicio a la comunidad que se le ha encargado. Es muy significativo que en el lugar en que los evangelios sinópticos colocan la última cena, Juan, sin decir una palabra sobre esta cena, describe el signo más diciente del amor y del servicio, porque cuando había llegado la hora, en el momento en que su misión termina, Jesús quiere demostrar su compromiso definitivo con la humanidad por medio del servicio.

El lavado de los pies era un gesto que en la antigüedad mostraba acogida y hospitalidad; de ordinario lo hacía un esclavo o una mujer, la esposa a su marido, los hijos o las hijas al padre un gesto de deferencia o de consideración excepcional para con los huéspedes. Jesús rompe con la tradición: no pide ayuda. Él, que preside la cena y dentro de ella, realiza el lavatorio de los pies, demostrando que no hay alguno mayor que pudiera ser el primero; la comunidad de sus discípulos se conforma en la igualdad y en la libertad como fruto del amor; y el Señor se convierte en el servidor, porque la verdadera grandeza no está en el honor humano sino en el amor que transforma a los hombres y mujeres en la presencia de Dios en el mundo.
Por otra parte, el mismo relato indica que el lavatorio de los pies es un medio por el cual los discípulos «tienen parte con» su Maestro (Tendrás parte conmigo: 13,8), lo que nos hace comprender que dicho gesto pertenece al cuerpo general de los preceptos destinados a los discípulos como comunidad
cristiana, aunque no sea difícil referirlo a la actitud de quienes son asociados a la misión del Maestro en cuanto tal.

Nos dice el evangelista que se levantó de la mesa, dejó el manto y, tomando un paño, se lo ató a la cintura. Minuciosamente nos describe la escena, porque cada uno de estos detalles revelan el verdadero sentido de la acción que Jesús va a ejecutar: el verdadero amor se traduce en acciones concretas de servicio. Cuando se dice que Jesús dejó el manto se expresa cómo deja de lado su vida, la vida que Él da por sus amigos. Luego toma un paño, como el que usaban los sirvientes que es, por lo tanto, símbolo del servicio.

Jesús niega la validez de los valores que el mundo ha creado; al ponerse de rodillas ante sus discípulos, Jesús, Dios entre los hombres, destruye la imagen de Dios creada por la religión: Dios recupera su verdadero rostro con el servicio. Dios no actúa como un soberano celeste, sino como un servidor del hombre porque el Padre que no ejerce dominio sino que comunica vida y amor, no legitima ningún poder ni dominio. Lo que Dios hace por el hombre es levantarlo a su propio nivel; Jesús es el Señor, pero al lavar los pies a los suyos haciéndose su servidor, les da también a ellos la categoría de señores. Su servicio por tanto elimina todo rango porque en la comunidad que Él funda cada uno ha de ser libre; son todos señores por ser todos servidores, y el amor produce libertad.

Sus discípulos tendrán la misma misión: crear una comunidad de hombres y mujeres iguales y libres porque el poder que se pone por encima del hombre, se pone por encima de Dios. Jesús destruye toda pretensión de poder, ya que la grandeza y el poderío humanos no son valores a los que Él renuncia por humildad, sino una injusticia que no puede aceptar.

Pedro rechaza que el Señor le lave los pies lo que indica que éste no ha entendido la acción de Jesús. Él piensa en un Mesías glorioso, lleno de poder y de riqueza y no admite la igualdad. Aún no sabe lo que significa amor, pues no deja que Jesús le manifieste la grandeza de su amor y su medida: igual que yo he hecho con vosotros, hagáis también vosotros. La medida de nuestro amor a los demás es la medida en que Jesús nos ha amado y esto que parece imposible, se puede hacer realidad si nos identificamos con él. Deberíamos poder decir como Pablo: No soy yo quien vive, sino Cristo quien vive en mí (Gal 2,20).

En cuanto a su significación, cada vez tenemos que repetir con el mismo entusiasmo que este relato del evangelio de San Juan nos transmite un mensaje verdaderamente central de la existencia en Jesucristo: la vida del Maestro ha sido un testimonio constante de la inversión de valores que hay que establecer para poder hacer parte del Reino de Dios. No es el poder, ni la dignidad accidental, ni ningún otro motivo de dominación lo que constituye el secreto de la verdadera sabiduría de Dios. El gran valor que ennoblece al hombre es el de tener la disposición permanente para servir. Jesús lo ha proclamado, según el evangelio de Juan, por medio de una parábola que tiene fuerza incomparable: el Maestro se ha convertido en un esclavo. El verdadero sentido profundo de la existencia del Maestro es el de
ser servidor. Una lógica así se convierte en el secreto para edificar un mundo, cuya razón de ser no nos puede ser revelada sino por Dios mismo.
No celebramos la ceremonia del lavatorio de los pies simplemente para recordar un episodio interesante y conmovedor de la vida de Jesús, sino para reconocer en una expresión sacramental la única manera posible de ser discípulos del Maestro.

También Jesús nos enseñó que hay más gozo en dar que en recibir; hermosamente lo expresó Rabindranath Tagore: «Dormí y soñaba que la vida era alegría. Me desperté y vi que la vida era servicio. Serví y vi que el servicio era alegría».

También hoy es la fiesta de los ministros en la Iglesia. Es el día de recordar el espíritu del Señor en el servicio. Él no vino para ser servido sino para servir. Una Iglesia pobre, que sirve, estará siempre cerca de los que aspiran a una liberación material y espiritual, de los que han emprendido el camino del éxodo.
***

“Si tuviera que elegir una reliquia de tu Pasión, tomaría precisamente aquella jofaina llena de agua sucia.

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Dar la vuelta al mundo con aquel recipiente y, ante cada pie, ceñirme la toalla e inclinarme profundamente, no alzando nunca la cabeza por encima de la rodilla para no distinguir a los enemigos de los amigos. Y lavar los pies del vagabundo, del ateo, del drogadicto, del encarcelado, del homicida, de quien ya no me saluda, del compañero por el que no rezo nunca.
En silencio…
Hasta que todos comprendan”.
Madeleine Delbrêl

Juan Alarcón, s.j.

LA AUTORIDAD DEL AMOR AL SERVICIO

La tradición del lavatorio de los pies llega hasta nosotros como memorial y acompañada de una invitación: somos amados para amar, somos servidos para servir, somos regalados para compartir: «Os he dado ejemplo para que os portéis como yo me he portado con vosotros».

MARCOS ¿UN CRISTO DEMASIADO HUMANO?. LAS OCHO PALABRAS DE JESÚS EN LA CRUZ

[

DOMINGO DE RAMOS

(José Luis Sicre)

->http://elevangeliodeldomingojlsicre.blogspot.com.es/2017/04/domingo-de-ramos-pasion-segun-san-mateo.html?spref=fb]

Tu, Jesús has dado la vida por mi

Domingo de Ramos (Pasión según san Mateo)

Lo que ofrezco a continuación:

No es un comentario piadoso, al estilo de la Pasión según san Mateo de Juan Sebastián Bach, donde el coro y los solistas van intercalando sus afectos y sentimientos en el texto evangélico. Los evangelios no están escritos con ese espíritu, sino con enorme sobriedad. Aunque es exagerada la idea de que el relato de la Pasión parece escrito por un enemigo de Jesús, en ningún momento pretenden los evangelios fomentar el sentimenta­lismo.

Tampoco es un comentario exclusivamente histórico, que intenta recons­truir lo ocurrido a partir de los cuatro evangelistas. Como ocurre en otros momentos de la vida pública, los evangelios no coinciden en todos los detalles de la pasión.
Concretamente, el evangelio de Mateo no cuenta tres episo­dios conocidos por Lucas: Jesús ante Herodes (Lc 23,6-12); Jesús y las mujeres de Jerusalén (Lc 23,27-31); la actitud de los dos ladro­nes (Lc 23,39-43). Por su parte, Mateo contiene tres episodios que no aparecen en Marcos y Lucas: anuncio previo de la crucifixión (26,1-2); fi­nal de Judas (27,3-10); los guardias en la tumba (27,62-66).

Además, incluso cuando coinciden, se advier­ten también notables diferencias entre los evangelios. Por ejemplo, ninguno de los evangelios contie­ne las «siete palabras» de Jesús en la cruz. Marcos y Mateo sólo refieren una: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mc 15,34; Mt 27,46). Lucas recoge tres: «Padre, perdónalos…» (Lc 23,34); «Hoy estarás conmigo en el paraíso» (23,43); «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46). Juan, otras tres: «Mujer, ése es tu hijo… ésa es tu madre» (Jn 19,26); «Tengo sed» (19,28); «Todo está terminado» (19,30).
Esto demuestra que los evangelistas no han querido reprodu­cir fielmen­te lo ocurrido en la cruz, sino presentar cada uno su punto de vista y su manera de interpretar el sentido de la muerte de Jesús y su actitud última.

Finalmente, no es un comentario exhaustivo. Me detendré sólo en las escenas principales, omitiendo algunas otras.

El relato de Mateo podemos dividirlo en siete secciones, tomando básicamente como punto de partida los lugares donde se sitúan las diversas esce­nas. 1) Preámbulos. 2) Las Pascua. 3) En el monte de los Olivos. 4) En casa de Caifás. 5) Ante Pilato. 6) En el Gólgota. 7) El sepulcro.

I. LOS PREÁMBULOS (26,1-16)

Este primer apartado lo forman cuatro breves episodios: Jesús anuncia su crucifixión (26,1-2); complot de las autoridades para matarlo (26,3-5); la unción de Betania (26,6-13); Judas trata con las autoridades (26,14-16). Mateo sigue básicamente a Marcos, pero con dos cambios importan­tes. Añade el primer episo­dio y enfoca de modo especial el último.

Conciencia de Jesús de que va a la pasión

En Marcos, el relato comienza con la confabulación de las autori­dades para matar a Jesús. Sin embargo, Mateo introduce unas palabras del Señor que demuestras su conocimiento de lo que va a ocurrir. Este detalle es fundamental para comprender el sentido de la pasión y muerte de Jesús. No se trata de algo que a Jesús le ocurre sin darse cuenta. Es consciente de lo que va a pasar. Ya lo había anunciado a lo largo de su vida. Ahora lo afirma una vez más, cuando están cerca los acontecimien­tos.
Al mismo tiempo, estas palabras suponen en Jesús una deci­sión de aceptar su destino. En casos normales, cualquier persona que sabe que le va a ocurrir una desgracia hace lo posible por evitarla. Jesús, no. Se limita a constatarla. Curiosamente, las palabras que Mateo le pone en la boca no hablan de resurrección ni descienden a deta­lles. Se centran en lo esencial: la muerte de cruz.

Traición de Judas

El cuarto episodio, Judas vende a Jesús (26,14-16), adquiere matices muy importantes en Mateo. Según Marcos, Judas acude a los sumos sacerdotes para entregarlo, pero no pide una recompensa por ello; son los sacerdotes quienes se ofrecen a darle dinero. En Mateo, Judas busca desde el comienzo una recompensa, que los sacerdotes fijan en treinta monedas.
¿Por qué ofrece Mateo estos matices? Creo que por dos motivos. El primero, muy de acuerdo con la mentalidad profética que advertimos en su evangelio, para denunciar la corrupción que provoca el afán de riqueza. Numerosos textos proféticos dejan clara la validez de la frase de Quevedo: «poderoso caballero es don Dinero». Toda la gente se vende a su poder. Y son muchas las víctimas de la ambición. A esa larga lista se añade ahora Jesús. La parábola del sembrador decía que «el afán de dinero ahoga la palabra de Dios y queda estéril». Ahora nos encontramos con que no sólo ahoga la palabra de Dios, sino que la mata.
Pero, junto a esto, Mateo ha querido ver en este episodio un nuevo cumplimien­to de algo anunciado en el Antiguo Testamento. Este detalla está muy relacionado con el episodio de la muerte de Judas, y entonces lo comentaré.

II. CELEBRACIÓN DE LA PASCUA (26,17-29)

La segunda sección consta de tres episodios: los preparati­vos de la Pascua (26,17-19), el anuncio de la traición de Judas (26,20-25) y la institución de la Eucaristía (26,26-29).

III. EN EL MONTE DE LOS OLIVOS (26,30-56)

Tres episodios principales constituyen esta sección: el anuncio de la traición de los discípulos y la negación de Pedro (vv.31-35), la oración del huerto (vv.36-46), el arresto de Jesús (vv.47-56).

En el segundo episodio (la oración del huerto), Mt sigue a Mc con cambios muy pequeños. En ninguno de estos dos relatos aparece el sudor de sangre ni el ángel consolándolo, que son exclusivos de Lucas. El relato no pretende sólo contar lo ocurri­do, sino que es también de gran valor pedagógico para los cris­tianos.

En el conjunto del evangelio, donde raras veces se habla de los sentimientos de Jesús, llama la atención la insistencia del relato en este aspecto. Es el único momento en que se dice que Jesús se llena de tristeza y angustia, y que él mismo lo recono­ce. En este momento, no huye física ni psicológi­camente, sino que se refugia en la oración. Mc dice que oró en tres ocasiones, inte­rrumpidas por el diálogo con Pedro, pero sólo en el primer caso pone palabras en boca de Jesús. Mt nos indica el contenido de los dos primeros momentos. En el primer rato de oración, las palabras de Jesús son: «Padre, si es posible, que se aleje de mí este trago. Sin embargo, no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú». En el segundo, las palabras son: «Padre mío, si no es posible que yo deje de pasar­lo, hágase tu voluntad».

Hay una diferencia importante de matiz. En el primer caso, parece que Jesús todavía entrevé la posibilidad de verse libre de la muerte: «si es posible». En el segundo, parece más consciente de que no cabe otra solución: «Si no es posible…» Y, en ambos momentos, lo que domina todo es la aceptación de la voluntad de Dios: «no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú», «hágase tu voluntad». Esta actitud de Jesús empalma perfectamente con lo que enseña en la tercera petición del Padrenuestro, no en un contexto genérico, sino en unas circunstancias concretas y muy difíciles.

Indudablemente, los evangelistas han querido reflejar en esta oración de Jesús la actitud que debemos tener en los momen­tos difíciles de nuestra vida y ayudan a comprender las palabras del Sermón del Monte sobre la oración. Allí se dice: «Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y os abrirán … Pues si vosotros, malos como sois, sabéis dar cosas buenas a vuestros niños, cuanto más vuestro Padre del cielo se las dará a los que se las pidas». Estas palabras, mal interpretadas, pueden llevar a pensar que Dios tiene que darnos todo lo bueno que le pidamos, y nosotros decidimos lo que es bueno. La oración de Jesús en el huerto nos enseña a descubrir algo bueno detrás de algo aparente­mente absurdo como el sufrimiento y la muerte.
En el fondo de todo esto queda un misterio incom­prensible: el de la voluntad de Dios, que no encaja fácilmente con nuestros gustos, ni siquiera con los de Jesús. Esto puede llevarnos a la idea de un Dios cruel, que se complace en el sufrimiento y la muerte de Jesús. La verdad es muy distinta. No se trata de que a Dios le complazca el sufrimiento y la muerte de Jesús, sino que Jesús debe identificarse plenamente con nuestro destino. El sufrimiento y la muerte son hechos inevitables en nuestra vida. Todos, en mayor o menor medida, sufrimos. Y todos tenemos que pasar por el trago de la muerte. En estas circunstan­cias, si Jesús no hubiese pasado la misma experiencia, nunca podría habernos comprendido plenamente, y nunca nos senti­ríamos identi­ficados con él. En este sentido es necesaria la muerte de Jesús, y sólo en este sentido la quiere Dios.

Palabras contra la violencia

El tercer episodio (arresto de Jesús) también sigue de cerca a Mc, excepto en los versos 52-54, que son exclusivos de Mateo. La escena es conocida. Se presenta Judas con los guardias envia­dos por los sacerdotes y senadores, da la contraseña, el beso (al que Jesús responde en Mateo con unas palabras ambiguas; nada en Mc; claro reproche en Lc: «con un beso entregas al Hijo del Hombre), lo prenden, y uno de los que están con Jesús hiere con su espada al siervo del sumo sacerdote cortándole la oreja.
Aquí es donde Mt introduce sus versos propios, que son una instrucción a los discípulos sobre la violencia, pero de una violencia muy peculiar, la que se ejerce para defender a Jesús. En primer lugar, la denuncia como muy peligrosa humanamen­te: «el que a espada mata, a espada muere». Además, en este caso, el recurso a la violencia impediría el cumplimiento de las Escritu­ras. Es curioso que esta instrucción sólo se encuentre en el evangelio de Mateo; probablemente indica que era un problema candente en su comunidad. Frente a los ataques y críticas de los judíos, algunos podían sentirse animados a usar la violencia para defender «los derechos» de Jesús. Ni siquiera en este caso, que puede parecer tan justificado, es lícito el uso de la violencia.

IV. EN CASA DE CAIFÁS (26,57-75)

Dos episodios forman esta sección: el juicio ante el Sane­drín y las negaciones de Pedro.

El Sanedrín

Antes de entrar en el juicio diré algo a propósito del Sanedrín. En tiempos de Jesús estaba formado por tres grupos: los ancianos (que representaban la aristocracia laica), los sumos sacer­dotes (antiguos sumos sacerdotes y sus familias) y los escribas (pertenecientes la mayoría de las veces al partido fariseo). Su número de miembros era 71. Su autoridad en tiempos de Jesús estaba limita­da a los once distri­tos de Judea propiamen­te dicha.
Competencias. El Sanedrín era el foro competente para tomar decisiones judiciales y medidas administra­tivas de todo orden, excepto lo que fuera competencia de los tribunales infe­riores o estuviera reservado al gobernador romano. El Sane­drín era ante todo el tribunal compe­tente para decidir en última instancia sobre cuestiones relacio­nadas con la ley judía. En los casos en los que los tribunales inferiores no llegaban a un acuerdo, las personas afectadas podían acudir al Sanedrín de Jerusalén.
A pesar del dominio romano, el Sanedrín conservaba un grado notable de independencia. No sólo ejercía la jurisprudencia civil conforme a la ley judía, sino que participaba también en grado notable en la administración de la justicia criminal. Contaba con una fuerza independiente de policía y consecuentemente con el derecho a practicar detenciones. Podía juzgar así mismo casos no capitales. Es objeto de debate si era competente para ordenar la ejecución de sentencias capitales prescritas por la ley judía sin que fueran confirmadas sus sentencias por el gobernador romano. La más seria restricción que sobre él pesaba consistía en que en determinados momentos podían tomar la iniciativa las autoridades romanas y actuar independientemente.
Las sesiones. Los días festivos no había sesión, y mucho menos en sábado. Dado que en los casos criminales no podía dictarse sentencia hasta el día siguiente al del juicio, tales casos no se juzgaban en víspera de sábado o de día festivo. No es posible determinar que todos estos detalles de la Misná se remonten a tiempos de Jesús. Los juicios sólo podían celebrarse durante las horas del día (por consiguien­te, la de Jesús debió de ser una investigación prelimi­nar).
Los miembros se sentaban en semicírculo. Delante de ellos se situaban los dos secretarios del tribunal, uno a la derecha y otro a la izquierda. Frente a los jueces había tres filas de estudiantes. El acusado debía adoptar una postura humilde, llevar el cabello suelto y vestir ropas de color negro. En casos que pudieran implicar la pena de muerte estaban prescritas formas especiales. Se debía iniciar la vista con el argumento de la defensa, al que seguía el alegato de la acusación. Nadie que hubiera hablado a favor del acusado podía pronunciarse luego en su contra, pero lo contrario estaba permitido. Los estudiantes podían hablar a favor, pero no en contra del acusado.
Las sentencias absolutorias debían pronunciarse el mismo día en que se celebraba el juicio, pero las condenatorias tenían que diferirse hasta el día siguiente. Los votos empezaban por el miembro más joven del tribunal, mientras que en algunos casos que no implicaban la pena de muerte, la norma era que la votación empezara por el miembro más experimentado. La mayoría simple era suficiente para una sentencia absolutoria; para una sentencia condenatoria se requería una mayoría de dos por lo menos. Cuando doce votaban en favor y once en contra, el acusado quedaba libre. Doce en contra y once a favor, había que aumentar el número de jueces en dos más, hasta que se llegaba al número de votos necesarios para la absolución o la condena. El máximo de jueces al que podía llegarse era de 71.

Juicio de Jesús

El primer episodio comienza con dos noti­cias muy breves. La primera sobre Jesús, que es llevado a casa de Caifás (v.57), y la segunda sobre Pedro, que lo sigue (v.58). Luego se pasa directamente al juicio. El relato del juicio podemos dividirlo en dos partes. En la primera, se presentan numerosos testigos falsos cuyo testimonio no sirve para nada y deja el problema sin resolver. En la segunda, toma la palabra el sumo sacerdote y es él quien interroga y acusa, llegándose a la condena a muerte de todo el Sanedrín.
La primera parte supone un esfuerzo descarado por condenar a Jesús a base de acusaciones falsas que no se concretan, hasta que dos testigos decla­ran: «Este ha dicho que puede derribar el santua­rio de Dios y recons­truirlo en tres días». Es posible que estas palabras u otras parecidas fuesen pronunciadas por Jesús en algún momento de su vida; curio­samente, reapare­cen en la cruz (Mt 27,39-40), y san Juan también las trae, aunque en sentido alegó­rico (Jn 2,19). Para una persona normal, estas palabras sólo servi­rían para acusar a Jesús de loco. Sin embargo, el tribunal «espiritual» podía ver aquí algo más grave que la locura: la pretensión de atribuirse una autoridad y un poder divinos, como de hecho hará Caifás (en la formulación de Mc, la acusación resulta más clara y grave: «Puedo destruir este santuario cons­truido por manos humanas y en tres días edificar otro no hecho por manos humanas»).
En medio de estas acusaciones, Mateo pone de relieve el silencio de Jesús, incluso cuando Caifás le invita a defenderse. De nuevo se hace presente la imagen del Siervo de Yahvé que, «como oveja llevada al matade­ro, enmudecía y no abría la boca» (Is 53).
Entonces toma las riendas del juicio Caifás. Su pregunta está cargada de matices políticos, y para comprenderla a fondo debemos recordar algo de este personaje. Un judío de este siglo, Josef Klausner, dice así: «El hecho de que fuera sumo sacerdote durante cerca de dieciocho años, mientras que sus predecesores, en tiempos de Grato, no habían estado en funciones más de un año, prueba que era un hábil diplomático y conocía bien la manera de manejar tanto al pueblo como al gober­nador romano. Un hombre así temía sin duda a un nuevo «Mesías», pues los saduceos en general no tenían simpa­tía por las ideas mesiánicas a causa de su in­fluencia perturbado­ra y del peligro que entrañaban para el orden público».
La pregunta de Caifás la introduce Mt de forma muy solemne: «Te conjuro por el Dios vivo que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios». Nosotros podemos darle especial importancia al segundo título: «Hijo de Dios», pero no es más que una simple explicitación del primero: «el Mesías», igual que en tiempos antiguos se aplicaba al rey el título de «hijo de Dios».
La respuesta de Jesús es más ambigua de lo que puede parecer en la traducción de la Nueva Biblia Española. Mientras Marcos pone en boca de Jesús las palabras: «Yo soy», Mateo escribe: «Tú lo has dicho». Y cuando Jesús sigue hablando sobre el Hijo del Hombre, lo hace en tercera persona, sin identificarse expresamen­te con este personaje.
Sin embargo, Caifás capta o quiere captar la intención profunda de las palabras de Jesús y lo acusa de blasfemo. Según Bonnard, «hay que reconocer que, en el fondo, las pretensiones de Jesús eran blasfemas para los oídos judíos ortodoxos, tanto más que nada atestiguaba en su persona insignificante la dignidad mesiánica tal como se concebía entonces» (o.c., 582).
A la condena a muerte siguen las burlas. Es la primera de tres escenas centradas en este tema. Mientras Mt no se detiene en describir los mayores sufrimientos físicos de Jesús (flagela­ción, crucifixión), si prestan mucho interés a estas escenas burlescas: la primera después de la condena del Sanedrín, la segunda cuando Pilato lo condena a muerte, la tercera en la cruz. Es posible que esta insistencia en el sufrimiento moral más que en el físico corresponda a la situación de los primeros cristianos, donde las persecuciones, insultos y burlas podían constituir un problema más real que el de los sufrimientos físicos.
Mateo, modificando a Mc, da a entender que todos los miem­bros del Sanedrín participan en la burla, escupiéndole en la cara y golpeándolo. Y la burla está de acuerdo con el contexto. Si Jesús ha sido condenado por sus pretensiones mesiánicas, que haga de Mesías y adivine ahora quién le ha pegado.

Conviene hacer un alto para tratar brevemente tres cuestiones: las irregularida­des del proceso desde el punto de vista judicial, las causas de la condena de Jesús y el enfoque personal de Mateo.
1) Teniendo en cuenta lo dicho anteriormente sobre los procesos del Sanedrín se advierten numero­sas irregularidades: a) la sesión se celebra de noche; b) no existe un abogado defensor; c) la condena a muerte está decidida de antemano; d) se dice que intervienen muchos falsos testigos; e) la condena a muerte se emite sin esperar al día siguiente.
Algunos de estos problemas se resolverían considerando esta sesión nocturna como mera vista previa de la causa. La auténtica reunión habría tenido lugar por la mañana. Y, si aceptamos que Jesús celebró su última cena el martes o miércoles, habría tiempo para un proceso regular, por lo que respecta al tiempo. Sin embargo, esto no resuelve el problema de los testigos falsos ni el de la justicia de la condena.
2) Las causas de la condena de Jesús. Para una persona con afición a la historia es una pena que los evangelistas no hayan consignado esas muchas acusaciones que se formulaban contra Jesús. Aunque fuesen falsas, serían de enorme interés. Tal como las presentan Mc y Mt parecen exclusivamente reli­giosas, mientras en Juan adquiere mucho relieve el matiz político (ver Jn 11,47-48: «Ese hombre realiza muchas señales; si dejamos que siga, todos van a creer en él y vendrán los romanos y nos destruirán el lugar santo y la nación»). Sin embargo, el matiz político no está ausente en Mc y Mt, sino que adquiere un relieve especial en la pregunta de Caifás a Jesús sobre si él es el Mesías. Probable­mente, las autoridades judías veían en Jesús un individuo peli­groso desde el punto de vista religioso y político al mismo tiempo, sin que podamos deslindar claramente ambos aspectos. De hecho, política y religión estaban más estrechamente unidas en Israel que en la actualidad.
3) El enfoque personal de Mateo. Comparando el relato de Mt con el de Mc, se advierte que Mt acentúa la culpabilidad de las autoridades judías en diversos momentos de la pasión. Indico esos detalles, antici­pando algunos episodios: 1) Mc dice que en el Sanedrín buscaba un «testimonio» contra Jesús; Mt añade que buscaba «un testimonio falso»; en Mt, el tribunal está desde el comienzo en contra de Jesús. 2) Cuando llevan a Jesús ante Pilato, Mc dice que las autoridades «prepararon su plan», y lo llevaron al prefecto romano; Mt dice que «hicieron un plan para condenar a muerte a Jesús». 3) El episodio del suicidio de Judas, exclusivo de Mt, también subraya el cinismo y culpabilidad de las autoridades judías, como veremos. 4) En el juicio ante Pilato, Mt insiste en el deseo de los sacerdotes y senadores de matar a Jesús. 5) Al final de este mismo episodio, Mt añade los vv.24-25, que acentúan la culpabilidad de los judíos en la muerte de Jesús.
Todos estos detalles confirman algo que hemos venido notando en el evangelio de Mateo: la tremenda polémica con los judíos. Al mismo tiempo, nos hace caer en la cuenta de que Mt no es el testigo más imparcial a la hora de reconstruir la realidad histórica del proceso de Jesús.
Sin embargo, sin caer en la injusticia de condenar a los judíos como deicidas, tampoco debemos ser tan ingenuos como para considerar a Caifás y sus compañeros unos santos. Procesos injustos los ha habido en todos los países y épocas, saltándose las normas más elementales del derecho. Sería muy raro que no hubiese ocurrido algo semejante en el de Jesús, cuando la acusa­ción que estaba por medio comprometía a toda la nación. En cualquier caso, lo que los evangelistas pretenden subrayar es que la condena a muerte de Jesús fue absolutamente injusta. Y en esto debemos darles la razón, a no ser que pensemos que siempre, en cualquier momento, es preferible que muera uno por todo el pueblo.

V. JESÚS ANTE PILATO (27,1-31)

Esta larga sección está compuesta por cinco episodios: 1) Jesús llevado ante Pilato (27,1-2); 2) muerte de Judas (27,3-10); 3) interrogatorio ante Pilato (27,11-14); 4) Jesús y Barrabás (27,15-26); 5) burlas de los soldados (27,27-31). De ellos, el de la muerte de Judas es exclusivo de Mateo.

Suicidio de Judas

La segunda escena (suicidio de Judas) es exclusiva de Mateo. El evangelista quiere subrayar cuatro cosas: la inocencia de Jesús, reconocida por el mismo que lo traicionó (v.4); la trage­dia de Judas, que termina ahorcándose; el cinismo de los sacer­dotes, que no se andan con escrúpulos de condenar a un inocente y sí sobre la forma de emplear el dinero; el cumplimiento de una profecía.
Desde un punto de vista histórico, resulta muy difícil admitir que esto ocurriese en el momento en que lo sitúa Mateo, cuando los sumos sacerdotes y senadores han llevado a Jesús ante Pilato. Sin embargo, desde un punto de vista literario, el episodio está muy bien situado: antes de que Pilato emita su veredicto, el testimonio de Judas podría haber bastado para salvar a Jesús. Pero las autoridades han tomado ya su decisión.
Por otra parte, la versión que ofrece Hech 1,16-20 sobre la muerte de Judas difiere mucho de la de Mateo.

Interrogatorio ante Pilato

La escena ante Pilato (11-14) es muy breve. Una pregunta sencilla y directa, con una respuesta clara. Luego el silencio de Jesús, subrayado por dos veces (sólo una en Mc), cuando lo acusan las autoridades y cuando lo interroga reiteradamente Pilato. La escena resulta algo extraña, por el aparente deseo de Pilato de actuar con justicia y su paciencia con un reo que no ayuda nada a su absolu­ción. Mateo ofrece más adelante la explicación de que Pilato sabía que se lo habían entregado por envidia (v.18). Incluso en esta hipótesis, su actitud, en una persona como él, famosa por su injusticia, sólo se explicaría por el deseo de llevar la contra­ria a las autorida­des, cosa nada extraña. De todos modos, la perspectiva de Mateo será la de culpar a las autoridades judías haciendo caer sobre ellas toda la responsabi­lidad de lo sucedido.

Jesús o Barrabás

En esta misma perspectiva se mueve la escena cuarta, cuando hay que elegir entre Barrabás y Jesús. Mt construye una escena más coherente. Según Mc, mientras se está tratando el juicio de Jesús aparece un grupo distinto pidiendo la liberación de un preso, y Pilato aprovecha la ocasión para intentar salvar a Jesús. En Mt, es el mismo Pilato quien se basa en esta costumbre para plantear la alternativa entre Barrabás y Jesús. Como detalle propio de Mateo tenemos la misiva de la mujer de Pilato, que pone de manifiesto la revelación que tiene esta mujer pagana de la inocencia de Jesús, pero que no tendrá repercusión alguna en los sucesos posterio­res. Inmediatamente luego tenemos otros de esos detalles típicos de Mt para culpar a las autoridades judías. Mientras en Mc «los sumos sacerdotes soliviantaron a la gente para que les entregara mejor a Barrabás», Mt es mucho más duro: «los sumos sacerdotes y los senadores convencieron a la gente de que pidieran a Barrabás y que muriese Jesús». Los famosos vv. 24-25, (Pilato se lava las manos, exclusivo de Mt) vuelven a acen­tuar la culpabi­lidad de los judíos y son como una manera de firmar su condena para el año 70.

VI. EN EL CALVARIO (27,32-61)

Más que distintas escenas, que serían muy breves, tenemos aquí pinceladas rápidas que forman un cuadro. En el conjunto, son fundamentales las tres referencias a Jesús como Hijo de Dios. Los que pasaban primero (39-40), las autoridades después (41-43) utilizan este título para burlarse de Jesús. Al final, el capitán romano y los soldados reconocen que «verdaderamente, este era el Hijo de Dios» (v.54).

Las burlas en la cruz

Y llegamos a un episodio fundamental, el de las burlas en la cruz. Mateo y Marcos quieren dejarnos la impresión de que todos, la gente que presencia el espectáculo, las autoridades, incluso los dos ladrones, se burlan de Jesús. Pero el episodio de Mateo, con un brevísimo añadido («si eres hijo de Dios»), podemos leerlo también como las últimas tentaciones de Jesús, paralelas a las del comienzo de su vida. Aquí no será Satanás quien lo tiente, sino gente normal y corriente.
La primera tentación procede de toda la gente que pasa por allí. Se basa en la pretensión de Jesús de destruir el templo y reconstruirlo en tres días, algo que toman a burla. Y concluyen: «Si eres Hijo de Dios, sálvate y baja de la cruz». Que se deje de palabras, y demuestre su poder con las obras.
La segunda procede de las autoridades judías: sumos sacer­dotes, escribas y senadores. Supone un nuevo paso, porque parecen reconocer el poder de Jesús para salvar a otros. Pero se lo niegan para salvarse a sí mismo. «Si es el Rey de Israel, que baje de la cruz y creeremos en él».
La tercera tentación (exclusiva de Mt) proviene de este mismo grupo y llega a lo más profundo: «¡Había puesto en Dios su confianza! Si de verdad lo quiere Dios, que lo salve ahora, ya que decía que es Hijo de Dios». Lo que se pone aquí en crisis no es el poder de Jesús, sino la simple pretensión de que Dios lo quiera. Esta tentación es la que puede llegar más honda y resul­tar más difícil de superar.
Ante estas nuevas tentaciones, Jesús no responde nada. No hay citas bíblicas, como al comienzo, con las que refutar las sugerencias del diablo.

La palabra de Jesús en la cruz

Parece como si en su alma ocurriese lo mismo que en el exterior. Una tiniebla profunda desde la hora sexta hasta la nona (desde la doce del mediodía hasta las tres de la tarde). Y Jesús pronuncia entonces las palabras iniciales del Salmo 22: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» ¿Qué sentido tienen en su boca? Unos las mantienen como simple reflejo de la tragedia que Jesús experimenta en ese momento: la soledad y el abandono de Dios. Otros prefieren interpretar las cosas de forma menos dramática. Para ellos, Jesús no expresa su desconcierto, sino que comienza a rezar el Salmo 22, un salmo que habla de los más terribles sufrimientos, pero que termina en un canto de victo­ria.
Mc y Mt, los únicos que recogen estas palabras de Jesús, no dan pistas de solución. Pasan a contar la reacción de los presentes, de forma mucho más lógica Mt que Mc.

Lo último que cuentan los dos primeros evangelistas es que Jesús dio un gran grito y exhaló el espíritu. Lucas, con su: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu», y Juan con sus palabras: «Todo está consumado», parecen quitar cierta dureza al terrible dramatis­mo de Mc y Mt. Sin embargo, en el relato de Mc, el grito de Jesús al momento de morir es una prueba de su poder. Una persona que lleva horas colgada en una cruz, respirando dificul­tosamente, no puede pegar un grito. Por eso, el centurión, al ver que Jesús muere de esa forma, dice: «Verdaderamente, este hombre era hijo de Dios». Mateo cambia el conjunto, y en él el grito de Jesús parece un simple recuerdo de lo dicho por Mc.

Según Mc, al morir Jesús tiene lugar un portento: «la cortina del santuario se rasgó en dos de arriba abajo». Es el símbolo de un mundo que termina, de que lo invisible se hace visible. A este detalle, Mt añade otros que pueden parecer­nos extraños, pero de gran valor simbólico. La muerte de Jesús supone el culmen de su debilidad. No ha podido salvarse a sí mismo. Y parece también el culmen del abandono de Dios: no lo ha salvado. Sin embargo, la muerte de Jesús va a ser una auténtica teofanía, una manifestación tremenda de poder en dos ámbitos: en la natura­leza, con el terremoto y las rocas que se rajan; en el ámbito de los muertos, donde muchos cuerpos resucitan y se aparecen más tarde en la ciudad santa. Estos prodigios resultan desconcertantes al lector moderno. Pero entran en la lógica de los antiguos judíos. Véase el texto siguiente, tomado del Talmud de Jerusalén:

«Al morir Rabí Aha, se vieron estrellas en pleno mediodía. Al morir rabí Hanan, las estatuas se doblaron. Al morir rabí Yohanan, las imágenes pintadas se doblaron… Al morir rabí Janini de Berato Horón, el lago de Tiberíades se dividió… Al morir rabí Isaac ben Eliasib, se derrumbaron setenta dinteles de casas que se bamboleaban en Galilea; se dice que habían resistido hasta entonces por el mérito de aquel rabino. Al morir rabí Samuel ben Isaac, fueron arrancados los cedros de la Tierra santa… durante tres horas, truenos y relámpagos surcaron la tierra, en testimonio de la buena conducta del anciano… Al morir rabí Yassa ben Halafta, los arroyos de Laodicea se llenaron de sangre; se dice que era una alusión a que aquel rabino había arriesgado su vida por cumplir el precepto de la circuncisión. Al morir rabí Abahu, lloraron las columnas de Cesarea» (Tratado Abodá Zará 3,1).
La idea de fondo es clara. Cuando muere un personaje impor­tante, que ha tenido especial relación con Dios, siempre ocurre algún portento. En este contexto cultural, resulta evidente que los evangelistas no pueden contar la muerte de Jesús sin añadir algún detalle prodigioso que signifique la importancia de su persona y simbolice la transcendencia de su obra. En todos estos casos, lo importante no es lo que se cuenta (pura ficción), sino lo que se quiere dar a entender (la especial relación de ese hombre con Dios).
Ante esta teofanía, los únicos que perciben su sentido son el centurión «y los que estaban con él».
La última noticia se refiere a las mujeres que estaban presentes «mirando desde lejos», y a la sepultura de Jesús. La noticia tiene algo de consolador y de trágico al mismo tiempo. Consolador, por la presencia; trágico, por la lejanía. Por otra parte, las mujeres comienzan a adquirir una importancia capital en el relato: ellas serán las únicas testigos de la muerte y de la resurrección de Jesús.

VII. EN EL SEPULCRO (27,62-66)

La última sección está compuesta por dos breves episodios, uno basado en Mc (la sepultura de Jesús) y otro exclusivo de Mt (los guardias).

Los guardias en la tumba

El segundo, exclusivo de Mt, se basa en la polémica antiju­día, para demostrar la realidad de la resurrección de Jesús. Sólo aquí aparecen los fariseos en el relato de la Pasión.

RESUMEN FINAL

1. El enfoque cristológico: Jesús es consciente de que va a la pasión.
2. El enfoque jurídico: injusticia del proceso y culpabilidad de las autoridades judías.

3. Otras ideas teológicas: los paganos son los que perciben mejor la inocencia y dignidad de Jesús. La mujer de Pilato, el centurión en la cruz (que empalma con la visita de los Magos).

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