Luz que penetras las almas
Fuente del mayor consuelo.
En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, oró, diciendo:
Padre santo, no sólo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. También les di a ellos la gloria que me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí (Jn 17)
Gracias, Señor, por tu gran amor, por la seguridad y fortaleza que encontramos en tu oración al Padre, por tenernos presentes siempre.
Te pido tu Espíritu Santo, para que obre en mí y en mis hermanos, nos una en tu amor y nos ayude a ser testimonio como es tu deseo.
Dame un corazón simple que sea capaz de darlo todo, pero dejándote a ti la gloria y el honor.
Quiero aceptar a Jesús como Señor de todo mi futuro y quiero que todo suceda como te parezca mejor.
Ayúdame a ver lo bueno que es depender de ti, dejando cada cosa en tus manos, porque todo estará seguro y yo seré más feliz.
Quiero actuar bajo tu luz, sabiendo que comprendes mis errores, que yo no soy un ser divino, y que siempre puedo empezar de nuevo, porque tú cada día me das esa oportunidad y porque tienes confianza en mí.
María, con su perseverante oración, sostuvo la incredulidad de aquellos discípulos que, en el cenáculo, aguardaban la llegada del Paráclito. Esas lenguas de fuego que impregnaron los corazones de los apóstoles con la fuerza y el poder de Dios.