En estos tiempos raros que nos ha tocado vivir, parece que aquello que antes nos parecía imprescindible ha quedado en un segundo plano, mientras que aquello a lo que no prestábamos tanta atención o dábamos por supuesto ha adquirido una relevancia desmesurada. Eso me ha pasado a mí en este tiempo con la conexión a internet de mi casa. Siempre he sabido que funcionaba como una patata, que se caía cada poquito y que, estar tan cerca de la Alhambra pero lejos del centro urbano, solo hacía todo muy complicado. Pero en este tiempo en el que el teletrabajo se ha impuesto y las reuniones por videoconferencia se han multiplicado exponencialmente, una wifi decente se ha convertido en algo indispensable.
Mantenernos conectados
Nos hemos encontrado, de nuevo, con una paradoja bastante curiosa. Dos realidades invisibles a nuestros ojos, un virus y una conexión inalámbrica, han condicionado nuestra existencia cotidiana hasta límites que jamás hubiéramos pensado. Aunque en un sentido muy diverso al pretendido, una vez más se hace realidad eso que afirmaba el Principito: “Lo esencial es invisible a los ojos”. La paradoja es que, mientras el virus nos empuja a mantenernos a distancia de seguridad, la wifi nos permite mantenernos conectados y superar cualquier separación física que se nos imponga. En este sentido, me recuerda a cómo la mentalidad bíblica imagina al ser humano vinculado invisiblemente a Dios a través de la respiración.
Aunque biológicamente sea una explicación bastante primitiva, en el imaginario del Antiguo Testamento el aliento divino, que mantiene al ser humano con vida y del que se habla en el segundo relato de la creación, también nos une de manera inevitable e imperceptible a Dios. Como si se tratara de un invisible cordón umbilical, acoger el soplo divino y devolverlo nos mantiene en la existencia. Solo podemos VIVIR, con mayúsculas y en el sentido más pleno de la palabra, cuando mantenemos esta conexión con Aquel que se empeña en darnos aliento y ofrecernos la posibilidad de respirar a pleno pulmón. ¡Esto sí que, siendo invisible, nos resulta esencial!