In memory Pedro Casaldáliga

13 Ago, 2020 | Experiencia y testimonio

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BREVE BIOGRAFIA

Muere Pedro Casaldáliga, con el corazón repleto de nombres

Casaldáliga, en el río de la vida (Informe Semanal, TVE, 2005)

EL MISTERIO DE CASALDALIGA AQUI

La muerte

Como a una hermana. Sin rubor. De frente y en un paso a nivel de mi avenida…
¡Quiero esperarte agradecidamente,
como si hubiera entrado ya en la Vida!

Tú, el Principio y el Fin.
Yo, un ahora peregrino
desde Ti a Ti.

Señor, no quiero ser más que lo que soy: nada.
Para que, de este modo,
en mi mansión deshabitada
Tú, Huésped dueño, lo seas todo.

(Pedro Casaldáliga)

TRAS LA ESTELA DE PEDRO CASALDALIGA

El consejo inédito de Casaldáliga

Misa de exequias

Despedida de Pedro Casaldáliga

VATICANO II – ARQUIVO VIVO (Dom Pedro Casaldáliga)

La voz de los pobres

ENTREVISTA BRASIL 1998 PEDRO CASALDALIGA

Homenaje a Pedro Casaldáliga, cmf

PEDRO CASALDALIGA – ES TARDE

Pedro Casaldáliga: 90 años de vida, 50 del ‘obispo del pueblo’

Mons. Casaldáliga: tal vida, tal muerte

Pedro Casaldaliga: ternura y profecía

Quisiera compartirles algunas memorias personales de don Pedro. Su íntimo amigo y compañero de congregación Teófilo Cabestrero me contaba que desde su juventud fue «un varón de deseos», cuya sola aspiración era vivir y ser como Jesús. Era un hombre jovial y comunicativo, que pronto inspiraba confianza a las personas. Siendo cura joven, viajaba «a dedo» por España y con frecuencia lo recogían los camioneros, que acababan confesándose con él. Una vez nombrado obispo en el Mato Grosso, rechazó mitras, báculos dorados y Catedrales. Se entregó por completo a los peones explotados de su zona. Esto le valió confrontaciones con los latifundistas. Su diócesis era más grande que Nicaragua y hacía largos viajes misioneros en autobus; entonces leía y meditaba, entre los brincos del camino. Sus denuncias le hicieron blanco del odio y las campañas de desprestigio. En una ocasión intentaron asesinarle, pero como el sacerdote que le acompañaba tenía más aire episcopal que el menudito don Pedro, fue al otro al que le atravesaron el cráneo con un disparo. Milagrosamente sobrevivió, pero quedó ciego y limitado. En una asamblea pastoral ese sacerdote mártir, en un arranque de tristeza, se quejó diciendo: Yo ya no sirvo para nada, y don Pedro le atajó, respondiéndole: Usted ahora es una Custodia viva; usted ya no necesita hacer nada más.

En sus correrías por el Mato Grosso los autobuses a veces se descomponían y a Pedro le tocaba caminar; en ocasiones rehusó montarse en vehículos de los latifundistas para evitar equívocos y prefirió caminar decenas de kilómetros a pie. Cuando vino a Nicaragua y lo traté de cerca observé que tenía un carisma maravilloso: su capacidad de ternura y acogida con cada persona que se le acercaba. Sus brazos delgados se abrían en cálido abrazo y su mirada irradiaba una infinita ternura. Lo sorprendente es que ese mismo hombre tenía una gran inteligencia política y una visión macroestructural crítica y lúcida. Unía en sí dos carismas diversos y complementarios: ternura y profecía. Su amor era concreto. Yo lo vi levantarse en su casita de Sao Félix de Araguaia para freír un huevo a un pobre que llegó pidiendo comida. Lo sentó a su mesa y conversó largamente con él. El hombre dijo: Yo solamente tengo el día de hoy; nada más. Y don Pedro lo relacionó con el Padrenuestro.

Sobre su escritorio tenía un pequeño rectángulo de vinilo y me mostró un puntito que tenía en el centro, del tamaño de la punta de un lápiz. Era un grano de mostaza, símbolo del Reino de Dios.

Un domingo en que nos invitaron a almorzar se quedó mirando a una plantita de hojas coloridas, y mientras las acariciaba, me dijo: Cada hoja es una flor. Pedro, verdadero profeta, era también poeta y contemplativo y disfrutaba de la belleza de las cosas sencillas.

Me tocó acompañarle en una Semana Santa en uno de los pueblos de su diócesis. Cuando llegamos, nos pusieron a disposición un cuarto en que había un gran camastro y una hamaquita. Quise inmediatamente tomar para mí la hamaca y cederle la cama a mi obispo, pero él se negó rotundamente y no hubo manera de hacerlo ceder. Avergonzado me acomodé en la cama, pensando que su negativa era una expresión de su santidad.

Al día siguiente, jueves santo, don Pedro tenía libre el día hasta la celebración litúrgica de la tarde. Me sugirió que aprovechase para ir a bañarme al río Araguaia. Y él, ¿que hizo? Como un humilde párroco de pueblo se fue a visitar a los enfermos. Me contó luego de un hombre joven que llevaba años postrado por un accidente y a quien había reconfortado con su visita, igual que a los ancianos y minusválidos…Ser concreto fue una virtud de Pedro: sabía anclar la utopía del Reino de Dios en sus gestos cotidianos. Cuando me tocó partir, él personalmente me acompañó al pequeño aeropuerto de Sao Félix para despedirme y estuvimos conversando un largo rato hasta que llegó la pipilacha en que partí.

Hoy que ha muerto le dedico estos recuerdos, con el fin de evocarlo como fue en vida. Su sueño siempre fue morir mártir. Él quería derramar su sangre por Cristo y los pobres de nuestro continente. Dios le concedió otro martirio, que sobrellevó con jovialidad, lleno siempre de alegría y profunda esperanza: vivir para los pobres, vivir entre los pobres, vivir y morir como pobre. En absoluta sencillez y entrega total a la gran causa de su Jesús.

Hoy su presencia física nos abandona, pero su corazón lleno de nombres refulge en presencia de Cristo Resucitado y se abre sobre los pueblos de nuestra América como una hoguera de amor, compromiso y esperanza.

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