No te presentes ante el Señor con las manos vacías, pues esto es lo que prescriben los mandamientos.
(Eclo 35)
(Eclo 35)
Lo ordinario es lo más común, lo regular, lo que sucede habitualmente. Así es y así discurre la mayor parte del tiempo de nuestra vida, que a veces hasta se nos hace mecánico y del que tantas veces sentimos la tentación de huir y escapar. En cambio, así de habitual, regular y común es también la acción de Dios en nuestra vida. Piensa que tu día a día es también el día a día de Dios, que tu vida ordinaria es también la vida ordinaria de Dios. Porque es ahí donde Dios se te da y es de esa manera, tan común y tan simple en sus formas, como Dios te va dando a conocer su voluntad.Una llamada inesperada, un imprevisto, una conversación, el madrugón para ir al trabajo, el autobús que se me escapa, ese que se cuela en la cola del cajero cuando más prisa tengo, son ocasiones preciosas para un momento de oración, un acto de amor o de acción de gracias, un acto de fe en Dios, una pequeña renuncia. Tendemos naturalmente a buscar esa irresistible fascinación de lo espectacular y aparatoso, de lo extraordinario, haciendo del milagro o de la lotería casi un ideal. Nada más ajeno al estilo del Evangelio. Piensa que la encarnación es un Dios que se hace carne de niño, que la redención se realiza en el aparente y estrepitoso fracaso de una cruz o que el gran prodigio de la Eucaristía gravita sobre un poco de pan y un poco de vino.Tu santidad será más real cuanto más crezca escondida, como grano fecundo, en la tierra árida de tu vida cotidiana. Ahí estás llamado a impregnar todas las cosas, personas y circunstancias de una profunda visión de fe. Descubre y renueva el valor de ese pequeño día a día de tu vida que resultará tanto más extraordinario cuanto más sepas llenarlo de Dios.