Malas palabras no salgan de vuestra boca; lo que digáis sea bueno, constructivo y oportuno, así hará bien a los que lo oyen. No pongáis triste al Espíritu Santo de Dios con que él os ha marcado para el día de la liberación final. Desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda la maldad. Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo.
(Ef 4,29-32).
MEJOR CALLAR
Quisiera ver con la transparencia de tu mirada.
Quisiera escuchar con la empatía de tus oídos.
Quisiera tocar como tus manos acariciaban.
Quisiera latir como tu corazón se conmovía.
Toca mis oídos
para que pueda escuchar tu voz
en lo hondo de mi alma,
en la voz de mis hermanos,
en el grito de los pobres.
Toca mis ojos
para que pueda contemplarte
en la creación siempre renovada,
en las luchas cotidianas de cada ser humano,
en ese poco de pan y de vino sobre la mesa desnuda.
Toca mis manos
para que pueda tenderlas generosamente
a quien me encuentre en el camino
en ofrenda y servicio.
Yo te he oído, te he visto, te he tocado…
Pero no sabría cómo explicarlo.
¿Acaso el amor tiene explicación?
¿Acaso se pueden encontrar palabras?
Mejor callar
y que mis ojos, mis oídos, mis manos, mi corazón,
sigan contemplando tu amor
palpitando aquí tan dentro.
(Fermín Negre)
María habló muy poco; sus palabras, de las que nos queda constancia en el Evangelio, son escasas. También nos dice que las guardaba en su corazón.
Ella si no nos animó con sus palabras, sí lo hizo muy elocuentemente con su vida y sus ejemplos.
Las palabras que pronuncias, con las que proclamas tu fe en Jesucristo, fundamentalmente tus acciones, darán testimonio de tu vida cristiana. Las palabras mueven y los ejemplos arrastran; sé cristiano con tus palabras, pero no lo seas menos con tus ejemplos.
Gracias María, porque al pronunciar tu sí, la humanidad entera comienza su retorno a Dios.