A la memoria de mi madre

15 Sep, 2012 | Escritos de D. Antonio Amundarain

A la memoria de mi madre

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Dios se ha llevado al cielo a mi querida madre; el vacío, que alrededor siento, lo llenará pronto ella con creces, cuando esté gozando de la gloria.

Un consuelo y una lección nos deja en su muerte.
Sin temores, sin preocupaciones, sin incertidumbres de lo que le esperaba en las fronteras de la eternidad; tranquila, confiada, segura de su destino feliz; la paz de un alma que no ve enmarañadas sus cuentas para con Dios, la paz de un alma sencilla, vulgar, de vida oscura y laboriosa, que pasa 85 años de cara a Dios y al cielo, sin esperanza de recompensas humanas ni sueños de glorias vanas; la paz de un alma cristiana, firmemente cristiana, profundamente cristiana, esa paz se ha dibujado en su arrugado rostro, cuando la muerte ha cerrado sus ojos.

Ese es el gran consuelo que nos deja a sus hijos, que la hemos visto vivir y morir.
Momentos antes de morir rezaba tranquila y dulcemente.

-Madre ¿está usted rezando?- le pregunta mi hermano.

-Sí,-responde risueña (nunca la hemos visto tan risueña como en los dos últimos días de su vida). -estoy rezando el Credo.

¡Oh! A la hora de la muerte todo el mundo reza y repite sin cesar el acto de contrición: Señor mío Jesucristo. Mi madre tranquilamente estaba rezando el Credo.

Fue su devoción favorita ¡cosas de los antiguos! hoy muchos la critican… Por eso, flaquea tanto la fe en las almas modernas, cuya fe es no negar la fe.

Siete u ocho veces al día rezaba mi madre el Credo en honor de los doce apóstoles que nos lo predicaron; por eso, jamás cruzó por su mente la más remota sombra de duda sobre los misterios de la religión. La fe era su vida; ser y ser cristiana era lo mismo para ella; no concebía que, fuera de los brutos animales, pudiese haber persona; que no creyesen.

Este es el gran testamento que nos deja a sus hijos y a los que nos siguen: el Credo, la fe.

Pero lo que jamás soñé, es que mí madre pudiese tener tantos y tan eficaces sufragios. La Alianza ha creído que ha fallecido su abuelita, y toda unida se ha llegado a Dios, para pedir que pronto deje el purgatorio y suba al cielo.

Ella desde allí y yo desde aquí os agradecemos tanto bien. Y en la imposibilidad de poder responder a tantos telefonemas, a todos y a todas os enviamos nuestro más sincero agradecimiento por medio de estas líneas.

Que en el cielo la veamos yo y vosotros.

(Lilium. II. 1934)

EL DIRECTOR GENERAL

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