María fue la mujer que dio su sí a Dios y luego fue fiel a esa decisión hasta las últimas consecuencias y hasta el fin de sus días.
Fue la mujer que extendió un cheque en blanco, la que abrió un crédito incondicional a su Señor.
En el “hágase” de María hay encerrada una entrega sin reservas ni limitaciones.
Con su “hágase”, María ha dicho que sí a la noche de Belén, sin casa, sin cuna, sin matrona; sí a la fuga a un Egipto desconocido y hostil; sí al silencio de Dios durante treinta años; sí, cuando las fuerzas políticas, religiosas y militares arrastran a Jesús a la crucifixión y a la muerte; sí a todo cuanto el Padre disponga o permita; María, con su “hágase”, entra de lleno en la corriente de los Pobres de Dios, los que nunca preguntan, cuestionan o protestan, sino que se abandonan en silencio y depositan su confianza en las manos de Dios…
Y una vez que María ha captado el Misterio de Dios, una vez que el “sí” ha liberado en Ella todas las energías liberadoras de Dios, María expresa, en un canto, en su interior: el Magníficat.
Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.
El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.