La obra del hombre y la obra de Dios

26 Dic, 2013 | Escritos A. Amundarain

LA OBRA DEL HOMBRE Y LA OBRA DE DIOS

Nuestra obra podemos dividirla en tres puntos:
1º El mal hecho.
2º El bien no hecho y
3º El bien mal hecho.
Es oración-examen, que es lo que debemos de hacer. Examinar el año y en él encontraremos estas tres cosas.

1º. EL MAL HECHO tal vez sea lo menos en la conducta de una aliada medianamente fervorosa. Positivamente el mal, con esa advertencia y razón de pecado, no es corriente. Tenemos desde luego que lamentar caídas: Cae el justo. Es tanta la flaqueza humana que tropezamos con excesiva frecuencia y nos vemos en el suelo caídos: los mil combates, la fragilidad propia de la naturaleza, las circunstancias de la vida, el roce del mundo, las mil ocasiones, las astucias del enemigo… hay tantas cosas que aun con mucha vigilancia y cuidado se cae.

Este año hay que mirar en esa lista, en ese acuse constante, todas nuestras caídas. Cada una sabe en qué ha caído con más frecuencia.
• Caídas en el plan espiritual, en los deberes propios de nuestro estado, cargo o destino.
• Caídas personales en relación con las personas con quienes vivimos o tenemos que tratar.
¿Quién podrá tener ahora la íntima satisfacción de que ha pasado el año sin ninguna caída?
• Graves caídas que destrozan nuestra alma y rompen la amistad de Dios, creo no las ha habido, pero sí caídas veniales y muchas imperfecciones y miserias.
Por eso fijémonos en este punto, echemos una mirada al año, estudiemos las circunstancias de la vida y veamos cuáles han sido las caídas más frecuentes.

¡He pecado, necesito arrepentirme, postrarme ante el Señor y herir mi pecho!

2º. Esto es más importante. EL BIEN NO HECHO.
El vacío del tiempo. El tiempo con esa cuenta negativa, invertido en hacer mal, es tiempo perdido; pero el de mayor pérdida es el tiempo que no hemos hecho el bien, pudiendo hacerlo. (…) ¡Cuántas horas y tal vez días, se podrán completar con el tiempo en el que pudimos hacer el bien y no lo hicimos! Este tiempo es perdido.

Vosotras todas sois gente ocupada y no podemos decir que hayáis perdido mucho tiempo por ahí, pero sin embargo, cuántas cosas buenas dentro de ese mismo tiempo invertido pudisteis hacer. No las hicisteis y en ese sentido el tiempo es perdido. Porque así como para hacer el mal no hace falta mucho tiempo, sino que basta un instante, también para hacer el bien no hace falta mucho tiempo. ¡Cuántas cosas buenas se hacen en un momento! Cruza por la mente el deseo de hacer una cosa, una oración y la dejamos pasar porque no tenemos gana; perdemos el tiempo.
¿De dónde sacaban el tiempo los Santos para hacer tanto bien más que de ese aprovechamiento del momento presente?

Cuando llega la noche y hacemos el examen, vemos que quizá no ha habido pecado, sin embargo, echamos una mirada al día y no nos satisface ¿Por qué? Por que en medio de las ocupaciones podíamos haber aprovechado momentos que dejamos pasar.

De modo especial quiero hacer hincapié en lo que se refiere al aprovechamiento del tiempo cuando andamos por la calle, en el tranvía, en el metro o estamos en la esquina esperando el tranvía, etc. que es quizá, al menos para muchas, el único tiempo libre. ¡Qué bien podemos aprovechar este tiempo! (…)
Este es un tiempo que puedo explotar de un modo magnífico para el bien. Esas que dicen que no pueden sacar media hora para hacer la oración, deben tener en cuenta el tiempo que pasan en la calle, en el tranvía.
¿Quién sabe lo que será a los ojos de Dios media hora bien aprovechada todos los días y lo que nos reportará para la eternidad? (…)
Aquí tenemos uno de tantos propósitos que podemos idear en estos últimos instantes del año. Aprovechamiento del tiempo para hacer el bien. Una aliada que ha de amar a Dios como nadie le ama en medio del mundo ¿qué mejor medio de hacerlo que de este modo? ¿Cómo amará al Señor una aliada que pierde el tiempo?

3º. EL BIEN MAL HECHO.

Este es otro capítulo de cuentas serio, grave y trascendental. El bien no hecho deja el año vacío, hueco… y es triste. El vacío no dice nada. Los años vacíos, estériles son como un campo en el que no se ha cosechado nada. Por ello ahora debemos doblar esfuerzo para remediarlo. Esto pide el aprovechamiento del tiempo para hacer el bien, pero el bien, bien hecho.

Hacemos muchas cosas buenas. Hay quien ha cumplido bien su boletín, sus deberes, oficios de caridad, de misericordia, pero cuántas de estas obras no están bien hechas. Aquí sí tenemos que agachar la cabeza, humillarnos y tal vez llevarnos algún chasco inesperado.

Señor hice tal cosa, y ¿por quién lo hiciste?, ¿por qué lo hiciste? y ¿cómo lo hiciste? De tantas cosas como hemos hecho al cabo del año, cuánta paja llevan. Y el Señor tiene que aventarlo todo.

Este es un capítulo que debe preocuparnos. Creemos a veces que hacemos las cosas por Dios y es el amor propio, la propia estima, el qué dirán, lo que las estropean aunque estén bien hechas.

Pureza de intención, que esto es trascendental. Si todo lo hiciéramos sólo por Dios no pondríamos mala cara cuando nadie nos dice nada. A veces, también, cuando una cosa bien hecha la interpretan mal, nos revolvemos. Pureza de intención.
¿A dónde van nuestras obras?
¿Cómo lo hacemos?

Este es otro punto. A veces hacemos las cosas y las hacemos mal por negligencia, por rutina. La oración, la Visita, etc. distraídas, de mala gana. El trabajo renegando. En casa todo, refunfuñando.

Se hacen muchas cosas pero ¿cómo se hacen?
El deber se cumple pero mal. Por eso si de todas las cosas que hemos hecho tuviéramos que ir entresacando las que no han resultado bien, no sé si encontraríamos alguna que nos diera plena satisfacción. Es un golpe de vista humillante para nosotros pero ¿es que no tiene remedio?
Tenemos algunas cosas malas; hemos hecho mal porque las hicimos con pereza, de mala gana. Todo eso tiene un remedio: Ponernos a los pies del Señor y decir:
Señor, ya ves lo miserable que soy y cómo se ha pasado el año.
Soy como los obreros que todo lo hacen de batalla; no hay una cosa acabada; perdóname lo que haya de culpa, que la hay.
Mis negligencias, mis descuidos, mi fragilidad; Tú lo puedes todo; Tú puedes hacer lo que hacen los Maestros, los artistas, darle un retoque.
Ahí tienes todo el año en un afán en el que yo me he movido. Da Tú la última mano antes de que se archiven mis obras, porque si se archivan así, me voy a avergonzar.
He puesto un poco de buena voluntad, lo que falta ponlo Tú.

***************

Hemos visto la obra del hombre, veamos ahora la obra de Dios. Si ahondamos un poquito en ella nos conmoverá ver cómo Dios ha obrado este año en nosotros.

1º. EL MAL QUE YO HE HECHO.

Contra ese mal, el Señor está perdonando. Ese es el contraste: hago el mal y el Señor me perdona y no hay ningún mal que no me haya perdonado. Toda vez que yo me humillo ante Él en el Sagrario, en el Confesonario o junto a mi Cristo; siempre que he mostrado mi arrepentimiento sincero, el Señor me ha extendido la mano y me lo ha perdonado. Ha tenido para mí un perdón incesante. Es un ahorro infinito de amor.

¡La bondad del Señor, cómo contrasta!
Si miro mi alma y el mal que he hecho y al lado pongo al Señor para ver qué ha hecho este año conmigo, le veo perdonándome; siempre buen Padre, no se ha enfadado nunca.
Parece como que hemos estado forcejeando los dos, yo con ofensas y Él con perdón y sale Él victorioso, ¡triunfa el perdón!
¡Qué gratitud, que acción de gracias debemos al Señor!
Todo un año de perdón para mí. Este es el Corazón de un Dios y la obra maestra necesaria suya.

2º. He visto un vacío en mis obras.
El bien que pude hacer y no hice es tiempo perdido.
Ahora, bajo este punto de vista, veamos al Señor.
¿Cuánto tiempo ha perdido Él con respecto a nosotros? Desde el primer momento del año se puso a nuestro lado y hasta ese instante, incesantemente, ha estado obrando en nosotros.

Este es un punto que deberíamos meditar muchas veces porque no nos formamos el concepto perfecto de lo que es la obra de Dios en el alma. Las operaciones de Dios en el alma son maravillosas. El Señor no pierde de vista ni un instante al alma y desde que la ha redimido con su sangre la está como persiguiendo. No hay un momento en que no esté actuando sobre ella, siempre a impulsos de un amor, de un afán, para grabar en ella su misma imagen, para presentarla al Padre.

Y como si Él solo no fuese bastante, ha puesto a nuestro servicio todos los elementos para que nos ayuden en la consecución de nuestro fin.
Ha puesto un ángel para que continuamente esté inspirando y trabajando con el alma.
Un padre, una madre, un sacerdote a quienes dice: cuídala, dale mi doctrina, mis Sacramentos.
Dios trabaja directamente y por medio de los elementos, de los ángeles y de los hombres.
Dios no pierde el tiempo con nosotros.
Estamos distraídos y el Señor está trabajando en nosotros, derramando misericordias.
¿Yo no me acuerdo de Él? Pues Él no pierde de vista mi alma. Y ¿qué habrá hecho en todo este año?
Si tuviéramos capacidad para ver la obra de Dios en este año, de emoción y de gratitud moriríamos.

¡Qué contraste, al lado de la obra monumental de Dios, la obra nuestra! ¡Qué confusión!
El Señor puede decir: ¿qué más pude hacer en mi viña –esa viña que planté en la Alianza- que no hiciera?
Cuántas inspiraciones al cabo del año.
Cuántas veces ha pasado el Señor cerca de ti y te ha llamado. Cuántas veces has oído la voz del Maestro que pasa y te despierta: aliada, ¿estás distraída?
Yo no me distraigo; estoy en ti, te sigo y no te dejaré en paz porque te amo. ¡Cuántos toques dentro de ti!
Esas pequeñas cosas que has sentido en el interior de tu alma; voces secretas en lo íntimo de tu espíritu; aliada, más arriba, más fervor, más amor, más cuidado, más recogimiento, entra más dentro de ti. Estoy contigo y estás distraída, no te das cuenta de mí.

Cuántos llamamientos, cuántas voces que tal vez se han perdido en el vacío. ¡La gracia!
¿Cómo habrá andado la gracia en nuestra alma?
¿Cuántas se habrán derramado en este año sobre ella? Secretos de Dios. Juntamente con el perdón, que es una gracia, han venido las gracias santificantes que han aumentado las que tenía. Después gracias actuales.
El Señor, que viene a mi alma todos los días está trabajando en ella, que no viene a aposentarse en ella y recibir el homenaje de adoración y de amor que le doy, no, el Señor no viene por eso sino para que me alimente de Él, para sustentarme.
Comiéndole me comunica su vida para que viva la vida de Él. Qué lejos estamos de podernos hacer la idea más remota de lo que son estas operaciones de Dios en el alma.

3º. NUESTRAS OBRAS BUENAS MAL HECHAS.

Cuántas miserias, imperfecciones, mala gana, pereza, flojedad, distracción, falta de intención, buscarnos a nosotros mismos, egoísmo, orgullo, vanidad, intereses personales, mil cosas.

El Señor ha hecho una obra continua todo el año.
Y, ¡cómo la ha hecho! Este es otro de los secretos más estupendos: ¡Cómo ha obrado conmigo!
Que ha trabajado ya lo he visto, pero ¡cómo ha trabajado!
La intención del Señor, perdonándome, llamándome, alimentándome.
¿Por qué lo hizo? ¿Por interés personal? No; ahí sí que existe una pureza de intención maravillosa, en ese movimiento continuo desde la Redención, desde la Cruz, desde el Sagrario, no tiene más que una sola intención: mi santidad.
Y ¿cómo lo hace? ¿Con flojedad? Si viéramos los afanes del Señor, su celo, sus ansias. Cuando se propone conquistar un alma cómo la rodea, cómo la busca, cómo le inspira, cómo la llama.
Todos los ejemplos que en el Evangelio se encuentran revelan ese celo, esa intensidad de amor. Señor, a mi flojedad, a mi rutina, a mis distracciones, opones tu celo, tu intensidad de amor, tu trabajo, tu interés.

Yo descuidada de mí misma y Tú con qué afán, Señor.

Aliada, pensemos qué afanes habrá tenido el Señor con nosotras este año. ¡Si el hombre tuviese por su salvación el celo de Dios! Si tuviéramos la milésima parte de las ansias de Cristo sobre nosotros que somos la porción escogida, qué fácilmente llegaríamos a la santidad.

Recogeos un poco y pensad bien estos puntos.

Antonio Amundarain
Madrid 1946