ANTONIO AMUNDARAIN Y TERESA DE JESÚS Una propuesta en forma de decálogo: ORAD

30 Abr, 2015 | Testimonios

ANTONIO AMUNDARAIN Y TERESA DE JESÚS
Una propuesta en forma de decálogo: ORAD

Un hombre y una mujer, de distinto siglo, con diferencias, pero con una profunda empatía que los recorre por dentro: son orantes. No hablan de oración sin hacerla. No oran sin invitar a otros a que oren. Es tanta la vida que ellos descubren en la oración que no quieren que nadie se vea privado de este gozo. Sus palabras son una propuesta alentadora: orad, atreveos a orar. No tengáis miedo a comunicaros amorosamente con Dios en medio de la vida. La oración es la mejor perla preciosa que podéis encontrar.

1.- “A través de un santo se toca a Dios”

Esta acertada expresión de Antonio Amundarain es el mejor pórtico para nuestra reflexión. La distancia tan grande de Dios, que a veces sentimos, se acorta cuando nos acercamos a los santos. En Antonio y Teresa, tenemos la alegría de tocar, de palpar a Dios. Es como si, en contacto con ellos, se despertara el deseo de Dios que llevamos dentro y descubriéramos que es posible, en esta vida, experimentar que Dios está cerca, que Dios es un amigo siempre cercano.

Teresa, siendo adolescente, cuando quedó huérfana, y su padre la llevó al internado de las Agustinas, sintió una fuerte contradicción. ¿Qué pensaría de ella la gente? ¿Qué pensarían que había hecho para que la llevasen al internado? Tuvo que dejar las galas a un lado y tragarse las lágrimas. Pero lo que tenía visos de ser un calvario se convirtió en un tiempo de crecimiento gracias a la amistad. En las Agustinas de Santa María de Gracia se encontró a María de Briceño, una monja joven, de la que quedó fascinada por lo bien que “hablaba de Dios” (V 3,1). Lo recuerda cuando escribe el libro de la Vida. Tiene cincuenta ños, pero no ha olvidado lo bien que hablaba de Dios aquella monja.

Tanto Teresa como Antonio, cada uno con su acento y peculiaridad, con su personalidad original, los dos enamorados, ¡qué bien hablan de Dios! Es una suerte muy grande poner nuestros pies en sus pisadas. Dice Teresa que “una merced es dar el Señor la merced, y otra es entender qué merced es y qué gracia, otra es saber decirla y dar a entender cómo es” (V 17,5). Y Antonio confiesa en la madurez de su vida: “Extraordinaria ha sido la predilección que Dios ha tenido conmigo por haberme inspirado desde el principio de mi sacerdocio la idea de encaminar las almas, no solo a la necesaria consecución de la salvación, sino a las alturas de la santidad. Lo veo hoy” (OS.I.69).

Ni Teresa ni Antonio hablan de Dios de oídas. Comunican lo que han visto y oído. Quieren dar voces para decir las verdaderas verdades que han descubierto en Dios y ante las que todo lo demás palidece. “Es mi intención engolosinar las almas de un bien tan alto” (V 18,8), dice Teresa. Y Antonio habla de la palpitante actualidad de la santidad, que no es un fenómeno pretérito ni extraño, sino un perfume que recorre la ciudad (cf MF.62). Nosotros tenemos la oportunidad de respirar este perfume.

2.- “El Espíritu Santo te ama” (R13)

Ahora es Teresa quien, con su poder de convicción, nos regala esta perla: “El Espíritu Santo te ama”. ¿No lo sabes? ¿O lo sabes pero no lo vives? No estás hueco por dentro. En la interioridad te habita el dulce huésped del alma, el que te ama más de lo que te puedes imaginar. El Espíritu Santo toca tu vida, la abraza. Es su luz la que te guía. “Muévete siempre guiado por Él” (JE.I.162), recalca Antonio. “Ora con el sabor que el Espíritu Santo te comunique” (M44,164.169).

El Espíritu ensancha el espacio del corazón hasta hacerlo capaz de comunicarse con Dios. El Espíritu hace nuestra humilde vasija a la medida de Dios. Dice Antonio: “Si trabajáis solos, vuestra obra tendrá vuestra medida: si trabajáis con Dios, unidos a Dios y vivificados por su espíritu sobrenatural, entonces vuestra obra tendrá la medida de Dios” (L.1937,XII.203).

El Espíritu Santo es “la savia oculta, el alma que da movimiento, la vida sobrenatural y divina que fecundiza todo el apostolado, sin la cual todo es paja y cadáver” (L1926, IX-X. 5).

Antonio nos invita a fomentar el amor al Espíritu Santo, que es fuente de la pureza y del amor, que “de tal modo simplifica la vida, que sobra todo lo que no sea amar” (S48,III,20).

3.- “Cuando Dios quiere hacer una de las suyas”

Ni Teresa ni Antonio viven la oración como un intimismo con Dios al margen de la vida. No conciben la oración como un camino de perfección individual al margen del proyecto del Reino. Ven a Dios como una fuente inagotable de compasión y de ternura, como un océano de misericordia que hay que extender por todas las orillas.

Como Jesús, salen a mirar la vida con la mística de los ojos abiertos. Escrutan los signos de los tiempos. Como centinelas de la mañana otean el horizonte. Ven y se responsabilizan de lo que ven. El “dadles vosotros de comer” se les ha metido en las entrañas. En la oración, dice Teresa, siente cómo “Dios la habilita para que quepa todo en ella” (4M 3,9). Los gozos y dolores de las gentes se les meten dentro; nada humano les ese ajeno.

¿Qué es lo que ven Teresa y Antonio? ¿Qué captan los ojos de estos dos profetas? Teresa ve que “estáse ardiendo el mundo, quieren tornar a sentenciar a Cristo, pues le levantan mil testimonios, quieren poner a su Iglesia por el suelo… Que no es tiempo de tratar con Dios negocios de poca importancia” (C 1,5). Que no tiene sentido una oración no comprometida con la suerte de la humanidad, porque “de devociones a bobas nos libre Dios” (V 13,16).

En esta mirada, Antonio introduce un matiz muy importante: dedicar tiempo a mirar, no cruzar de prisa el paisaje. Se lamenta de que “no hay paciencia para esperar ni calma para obrar. Todo anda de prisa. El vértigo nos domina” (S.1947.X.90). Y si lo dice de su tiempo, qué no diría del nuestro. Y, después, nos dice lo que ve y le duele en el alma: “sin tregua se combate a la Iglesia” (J.E.II.96), descubre que “hoy tenemos frente a nosotros un paganismo sin Dios” (L.1943,VIII-IX,135), diagnostica que “el mundo no ve a Dios, no le conoce, no le percibe, no le siente. Es como si Dios no existiese para el mundo, no le interesa” (J.E.II.135-136). Sus gritos son: “Queremos levadura de pureza en el lodo” (V.A.38) y “este mundo que se derrumba, necesita nuevas entregas” (G 121).

¿Cómo responden a lo que ven? Ninguno de los dos se queda con los brazos cruzados. Ni ignoran ni disimulan el conflicto, lo asumen, se implican. Oran para descubrir qué es lo que Dios les pide. “La oración comienza con la docilidad a las inspiraciones de Dios” (L.38-III-47). Se dejan interpelar, se comprometen. Sienten sobre ellos la fuerza de Dios que los envía. No les importa ser pequeños, casi insignificantes. Todo es cosa de Dios. Así dice, atinadamente, Antonio: “Cuando Dios quiere hacer una de las suyas, toma un instrumento que apenas sabe discurrir, y ciegamente, con un empujón de su gracia eficaz, lo lanza al campo. Y ese instrumento, sin pensar en fracasos ni en éxitos, se mueve por donde Dios lo lleva y lo guía. Y se hace; se hace lo que Dios quiere hacer. Y así se ha hecho la Alianza” (L35,V98). Por su parte, Teresa exclama admirada: “¡Oh grandeza de Dios!, y cómo mostráis vuestro poder en dar osadía a una hormiga” (F 2,7), y se determina a “hacer eso poquito que era en mí, que es seguir los consejos evangélicos con toda la perfección que yo pudiese y procurar que estas poquitas que están aquí hiciesen lo mismo, confiada en la gran bondad de Dios” (C 1,2).

4.- “El secreto de la interioridad”

La interioridad no es contraria a la mirada. Todo lo contrario, afina la mirada para mirar con hondura lo que está pasando a nuestro alrededor. Por eso, hay que cultivarla, hay que saber encontrar espacios para cultivarla y así “preparar nuestro ánimo y nuestro espíritu para orar tranquilamente” (G.154). Antonio aconseja que “en el trajín de nuestra vida seglar, las ocupaciones nos absorben muchas horas al día, y entonces es necesario interrumpir alguna que otra vez por completo esas ocupaciones para dedicarnos exclusivamente al ejercicio de actos sobrenaturales” (M.F.157).

“El reino está dentro de ti” (Lc 17,21), había dicho Jesús. El reino está en nosotros o en ninguna parte. Y también: “el reino se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder, y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo” (Mt 13,44). ¿Cuál es el secreto que descubrieron Antonio y Teresa? ¿Dónde lo encontraron? Los dos se acercaron a sí mismos, tratando de entender el misterio que llevaban dentro. Se atrevieron a cruzar el umbral que los separaba de sí mismos. El secreto de los dos santos fue la oración, o sea, el diálogo amoroso con Dios en el propio aposento, en la interioridad. Tomaron conciencia de una presencia. Descubrieron su interioridad habitada. Con la mirada contemplativa, que proviene de la fe, percibieron la presencia de Dios en el alma, otorgada de manera gratuita, para ser atendida, escuchada y acogida de manera gratuita.

Antonio se dirige a las aliadas con estas palabras: “Vosotras tenéis que aprender a construir vuestra celda silenciosa ahí dentro de vosotras mismas, entre los muros de vuestro cuerpo, de vuestros sentidos bien cerrados y tapiados” (Cta. 2-3-1946). “El alma de la Alianza es su vida interior íntima” (S44,X,73).

Así expresa Teresa la belleza del don encontrado en la propia interioridad, en el reino. “Ahora, pues, el gran bien que me parece a mí hay en el reino del cielo, con otros muchos, es ya no tener cuenta con cosa de la tierra, sino un sosiego y gloria en sí mismos, un alegrarse de que se alegren todos, una paz perpetua, una satisfacción grande en sí mismos, que les viene de ver que todos santifican y alaban al Señor y bendicen su nombre y no le ofende nadie. Todos le aman, y la misma alma no entiende en otra cosa sino en amarle, ni puede dejarle de amar, porque le conoce” (C 30,5).

La interioridad habitada es un don y, como todos los dones, es también tarea. Mientras menos se cultiva, más se esconde. Cuanto más se cultiva, más se hace presente. ¡Con qué maestría lo dice Antonio!: “El don de Dios es la vida interior, que no se siente si no se vive, y no se vive si uno no se recoge” (D.R.294).

El don de Dios es la infusión del Divino Espíritu. El don de Dios es el fuego interior, que como un sol resplandeciente, cae sobre el entendimiento, al que ilustra y capacita para ver y comprender las cosas divinas”

Si el ser humano se pone en movimiento de búsqueda es porque está habitado por una presencia experimentada o presentida bajo la forma de deseo. En la interioridad es donde pasan las cosas secretas entre Dios y el alma. “En el aposento, a puerta cerrada, sin testigos” (C73a). Ahí donde solo somos de Dios. “Que Él os haga, cada día, más suaves y menos posesión de nadie” (Cta 11-1-1932). Ahí donde la conversación es a solas con Él. “Ya no quiero que tengas conversación con hombres, sino como ángeles” (V 24,5).

En la verdad de lo que somos brota la oración. “No hay oración tan sublime como la oración de una virgen endiosada” (Cta 8-6-1931). Ese el secreto que explica toda una vida. “El secreto de la vida de la Alianza, en medio del mundo, es su espiritualidad: y ésta radica principalmente en su oración” (S46,VII,50). Este secreto guardado en el corazón es lo que nos sostiene en las tormentas de la vida. “La oración sea lo último que dejes. Eso te salvará en esta dura crisis que vienes pasando” (Cta 30-11.51).

Aconseja Antonio: “Sed raíz escondida en la tierra divina del Corazón de Cristo Jesús. Obrad allí en lo oculto. Y luego salid” (L37,XII,204). Y Teresa: “No nos imaginemos huecas en lo interior” (C 28,10), “considerar al Señor en lo muy interior de su alma” (V 40,6).

La interioridad es el sagrario donde nos espera Jesús. Teresa descubre dentro “un sentimiento de la presencia de Dios que en ninguna manera podía dudar que estaba dentro de mí o yo toda engolfada en él” (V 10,1). Y Antonio: “La hermanita en medio del mundo tiene tan pocas amigas de su estilo, como Jesús en la soledad del Sagrario. Jesús solitario, con la solitaria hermanita. Él no necesita de nadie para amarte a ti, le bastas tú; a ti te ama por ti; y le basta. De igual manera tú no necesitas de nadie para amar a Jesús. Te basta Él; y ¡como El está ahí!” (Cta 14-6-1941).

La consigna de Teresa es: “Alma, buscarte has en Mí, y a Mí buscarme has en ti” (P 8). La consigna de Antonio: “Que el interior de Jesús penetre el interior de nuestro corazón y llegue a ser una realidad aquel dicho del Apóstol: Vivo yo, ya no yo, sino que Cristo vive en mí” (M.F.242).

5.- Jesús

Tanto Antonio como Teresa son de Jesús. Viven para Jesús. Hablan de Jesús. Aman a Jesús. Su presencia en la interioridad es el sentido de todo. “Jesús es el gran Modelo y Maestro de toda oración cristiana” (C5g). Es “tan buen amigo presente, tan buen capitán que se puso en lo primero en el padecer… es amigo verdadero… Este Señor nuestro es por quien nos vienen todos los bienes. Mirando su vida, es el mejor dechado. ¿Qué más queremos de un tan buen amigo al lado, que no nos dejará en los trabajos y tribulaciones, como hacen los del mundo? Bienaventurado quien de verdad le amare y siempre le trajere cabe sí” (V 22,6-7).

Los dos tienen la certeza de su presencia: “Es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20); experimentan el poder de las palabras y los gestos de Jesús, ven cómo vive Jesús para vivir como Él, “que eso cabalmente es ser cristianos” (M. F. 181), se dejan enseñar: “Él le enseñará. Mirando su vida, es el mejor dechado” (V 22,7); se sienten fascinados por su hermosura -“No os pido más que le miréis” (C 26,3) que “amor sacar amor” (V 22,14)-.hasta el punto de considerar lo demás como basura: “cuando el Señor la da a entender secretos y grandezas suyas, el deleite tan sobre cuantos acá se pueden entender, que bien con razón hace aborrecer los deleites de la vida, que son basura todos juntos” (V 27,12).

Oran porque Jesús oró, como Jesús oró, para lo que Jesús oró. Y lo hacen con una gran confianza. “Puedo tratar con él como con amigo aunque es Señor” (V 37,5). “Pedidle la palabra, que vuestro Esposo es, que os trate como a tal” (C 28,3). “Creo que teniéndole en casa me he de despachar con plena libertad con Él y no me negará lo que le pida. ¡Para eso es Jesús!” (O.S.IV.44). Para Antonio vivir es hacerlo “cara a Dios, cara a Jesús, para unirnos a Él, con Él” (EA42: 3879).

Jesús lo da todo y lo quiere todo; no quiere nuestras cosas, sino nuestra vida. “¿Qué haces con darte tú a las obras y darle esas obras a Jesús si tú mismo no te das con ellas a Él?” (L 1993, III. 51). “Tú vales más que tus obras” (L.1933,III.51). “Démosle libre el pensamiento y desocupado de otras cosas, y con toda determinación de nunca jamás se le tornar a tomar, por trabajos que por ellos nos vengan, ni por contradicciones ni por sequedades” (C 23,2). Así hablan estos dos místicos, estos dos enamorados de Jesús.

En una carta alguien le dice a Antonio que desea que le hable de Jesús. Antonio le responde: “Quieres que te hable de Jesús. No está en hablar mucho de él, sino en ponerse al habla con él. Porque él es el que se habla a sí mismo porque es el Verbo, la Palabra: él se habla a las almas” (Cta 12-10-1943).

A Antonio le brota el amor a Jesus como si de un surtidor se tratara. Parece, y es, una locura de amor. “Vivir, en todo y por todo, de Jesús, en Jesús y por Jesús, para Jesús y como Jesús. De Jesús: porque él es la fuente de la vida; y dejados los aljibes, hay que ir a la fuente. En Jesús: estrechamente unidos a él, como miembros de un mismo cuerpo, como ramas de un mismo árbol, como sarmientos de una misma cepa. Por Jesús: único ideal, única dirección; por solo su amor. Para Jesús: para su gloria y amor. Como Jesús: pues él es nuestro ejemplar y modelo; como Jesús: una copia (un dibujo, dice Teresa) de Jesús, otro Jesús” (M44,216s). “Este es su centro. Jesús es la vida de la aliada. Con Jesús sueña, con Jesús vela, en Jesús piensa, a Jesús ama, con Jesús anda” (R28,24). “La vida de la aliada no es vida a distancia de Jesús. Sus relaciones son de gran acercamiento a Él. Es su amada que no se separa de Él” (M44,99). “Jesús es todo para cada una. Y con cada una vive; y con cada una lucha, trabaja, goza o llora, se alegra o entristece, ora y ama, alienta y sostiene” (Cta.13-1-1931).

Un gesto con palabras a pie de gesto. “Ofrece, desde el principio, a su divina Majestad, tu libertad, tu querer. Ecce ancilla Domini” (EA: 3522). “Del Señor es mi vida toda. Obre con absoluta libertad, en todo, en todo” (O.S. IV 52-53). “Aquí está mi vida, aquí está mi honra y mi voluntad: todo os lo he dado, vuestra soy, disponed de mí conforme a la vuestra. Bien veo yo, mi Señor, lo poco que puedo; mas llegada a Vos, subida a esta atalaya adonde se ven verdades, no os apartando de mí, todo lo podré” (V 21,5).

6.- “Oración andante”. “La alianza no puede dormir”

Según la consigna del Evangelio de “velar y orar” (Mt 26,41), el propósito bien concreto de Teresa y de Antonio es invitarnos a orar. “Engolosinar a las almas” (V 8,8), dirá Teresa. “Pues si a cosa tan ruin como yo tanto tiempo sufrió el Señor, y se ve claro que por aquí se remediaron todos mis males, ¿qué persona, por malo que sea, podrá temer?… Ni quién podrá desconfiar, pues a mí tanto me sufrió, solo porque deseaba y procuraba algún lugar y tiempo para que estuviese conmigo, y esto muchas veces sin voluntad, por gran fuerza que me hacía o me la hacía el mismo Señor” (V 8,8).

Antonio recomienda, una y otra vez, la oración. “La oración, para la hermanita, es como el aire para sus pulmones” (S46,VII,49). “Vuestra vida sin oración es como una lámpara sin luz. La oración os ilumina y os guía en las oscuras encrucijadas de un mundo confuso y complicado” (M44,281).

Para Teresa como para Antonio la adoración ante el Sagrario es la expresión más hermosa del amor. Antonio visualiza a la aliada de esta manera tan hermosa: “La aliada nunca nos parece tan aliada, como cuando la vemos de rodillas ante su Sagrario” (S46,XI,81). Y suspira: “¡Cuándo será el día en que los Sagrarios no necesiten de lámpara que los destaque, sino que basten los coros de las vírgenes… ostentando en alto y en llama viva las lámparas de sus corazones!” (L54,V-VI,92s). “Pasar la noche en adoración y reparación ante el Señor… La Alianza no puede dormir” (Cta 19-10-1944).

La oración es luz, es fuerza, es camino, es aliento. “Mil ardides ha de inventar el demonio (coincide Antonio con Teresa al hablar de ardides) para que dejéis la oración, porque en ellos ve su fortuna o su fracaso… Una aliada, sin un buen rato de oración diaria, es un fantasma que pronto se esfuma y desvanece” (CF53n.3p.3). “En vuestras distribuciones, sacrificad cualquiera otra ocupación o acto, antes que la oración” (CF52).

“Orar es tratar de amistad estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama”, así definió Teresa la oración. Y se ama en todo lugar. Por eso, con unas palabras geniales invita Antonio a “especializarse en orar cruzando la calle, montando un tranvía y arrastrando una maleta al tren” (L48.1.10). Es lo que él llama: “Oración andante” “El mismo bullicio y vértigo y algarabía mundanal la inducen y arrastran a amar a Dios en todas partes y en todos los momentos” (VA48,37).

¿Y cómo se ora? Escuchemos la sencillez con que hablan nuestros protagonistas: “Estad con atención amorosa en Dios, y oráis. Estad mirando a Dios con fe y amor, y oráis. Estad hablando amigablemente con Dios, y oráis. Orad si queréis, con sencillez de niño, con atención amorosa, con mirada afectuosa, con fe confiada en Jesús, en Dios. Orar hablando, ingenua y espontáneamente, con vuestro Padre que está en los cielos. Orad en silencio, sin decir ni una palabra; sobre todo, cuando no acertéis a hablar. Callad entonces, guardad silencio, ved con luz sobrenatural de la fe, y escuchad… Orad como sepáis y con el sabor que el Espíritu Santo os comunicará” (M44,164.169). Orad como sepáis.

“No hagan difícil y complicada la oración” (S46.VII.50s). “Será buena la oración cuando cogemos un libro y nos recogemos en el silencio con el Amado en la interioridad, cuando nos acercamos a un Sagrario, mirándole y sorprendiendo su mirada. Cuando después de comulgar damos gracias. Buena, cuando después del trabajo nos abrazamos a Cristo. Buenísima, cuando en la enfermedad decimos: Fiat voluntas tua” (G46,203).

“Jamás tengáis el afán de rezar mucho y deprisa. Rezad bien y despacio, aun cuando no recéis más que la mitad. Rezad dándoos cuenta de lo que rezáis. Rezad con los labios y, juntamente, con el corazón” (M44,164s).

Por su parte Teresa también da testimonio de la oración sencilla. Quien quiera no tiene disculpa para practicar la oración. “Procuraba representar a Cristo dentro de mí” (V 9,4). “No podía dudar que estaba cabe mi” (V 27,3). “Los ojos en Él” (V 35,14). “De ver a Cristo me quedó imprimida su grandísima hermosura” (V 37,4). “Mire que le mira” (V 13,22). “No os pido más que le miréis pues ¿quién os quita volver los ojos del alma, aunque sea de presto si no podéis más, a este Señor?” (C 26,3). “No se espanta de las flaquezas de los hombres” (V 37,6). “Puedo tratar con amigo, aunque es Señor” (V 37,6). “Con tan buen amigo presente…, todo se puede pasar…, es amigo verdadero… “Bienaventurado quien de verdad le amare” (V 22, 6.7). “En veros cabe mí he visto todos los bienes” (V 22,6). “Ya no es ella la que vive sino Yo” (V 18,14). “Juntos andemos, Señor. Por donde fuereis, tengo de ir. Por donde pasareis, tengo de pasar” (C 21,6).

7.- “Una empresa tomada a pecho se realiza”

La lentitud en el esfuerzo es contraria al Espíritu Santo. Lo tienen muy claro Teresa y Antonio. Ni la vida cristiana, ni la Alianza ni el Carmelo son vidas para vivirlas mediocremente. “La Alianza no es obra para vivirla a medias; pues, en tal caso, dejaría de ser Alianza” (L24-II-1929). Hay que “aspirar a una vida espiritual muy sólida, intensa y profunda” (R25a.p.13). “No acobardarse ante lo grande, ni ensoberbecerse ante lo pequeño, es divino”. El “canta y camina” de san Agustín, o el “andar con alegría y libertad” (V 13,1), lo expresa Antonio diciendo: “Hay que decir a Dios siempre siempre: Quiero, quiero, Señor, quiero”. Y como se anda más cuando hay alegría, dirá: “La tristeza es el peor estorbo en el cumplimiento del deber. Un alma triste queda sin fuerzas y sin energías para obrar” (G240).

El deseo es la antesala del encuentro, la oración no es cuestión de decir sino de hacer. “Un gran porcentaje de almas que sienten entusiasmo por Cristo y por su Evangelio están edificando sobre arena. Recrean sus oídos, se emocionan oyendo y leyendo cosas tan bellas, pero no las practican, no las observan, no se las aplican, no las viven” (J.E.II.231).

Y no es cuestión de hacer por hacer, sino de comunicar el Evangelio de Jesús en lo que hacemos. “No está el secreto en hacer mucho. El secreto está en llevar a Jesús, en comunicar a otros la intimidad con Jesús” (D. R.80.81). “Queremos levadura de pureza en el lodo” (V. A. 38).

El camino que tenemos delate, dirá Teresa, es “para ánimas animosas” (V 13,2). No es tiempo de mirar atrás, sino de continuar adelante. “Acaece que… acabóseles el esfuerzo, faltóles ánimo. Y ya que algunos le tienen para vencer también los segundos enemigos, a los terceros se les acaba la fuerza, y por ventura no estaban dos pasos de la fuente de agua viva que dijo el Señor a la Samaritana que quien la bebiere no tendrá sed” (C 19,2).

Con palabras para esculpir en molde sentenciará Teresa: “Digo que importa mucho, y el todo, una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar a ella (fuente de agua viva), venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabájese lo que se trabajare, murmure quien murmurare, si quiera llegue allá, siquiera se muera en el camino o no tenga corazón para los trabajos que hay en él, siquiera se hunda el mundo” (C 23,2).

“¡Oh Señor de mi alma, y quién tuviera palabras para dar a entender qué dais a los que se fían de Vos, y qué pierden los que llegan a este estado, y se quedan consigo mismos!” (V 22,17).

8.- “Hubiera dejado todo en banda”

Con esta plástica expresión manifiesta Antonio la fuerza de la contradicción y a dónde puede conducir el viento en contra. Teresa hablará de “caérseme las alas” (V 10,7). ¿De qué estamos hablando? De que todo lo nuevo siempre está amenazado. ¿Cómo reaccionar ante la contradicción? ¿Cómo sobrellevar la contradicción del mundo piadoso? ¿Qué hacer? Antonio lo tiene claro: “Abrazar siempre la Palabra de Dios, dispuesta a sufrir la contradicción del mundo piadoso” (L 47).

Se ve que él supo mucho de esta contradicción del mundo piadoso. “Se descubre el secreto y comienzan las pruebas… el rumor se extiende y hay que acudir arriba… frente a la persecución de muchos de nuestros regulares y seculares”. “Estaba yo muy solo para lanzarme a este aventura, tan solo que a los pocos a quienes consulté de los que pudieran darme luces y orientaciones, se inclinaron a disuadirme” (S.1948,VIII.60).

Teresa confiesa que la contradicción de buenos es de los mayores trabajos. “Bastantes cosas había para quitarme el juicio, y algunas veces me veía en términos que no sabía qué hacer, sino alzar los ojos al Señor. Porque contradicción de buenos a una mujercilla ruin y flaca como yo y temerosa, no parece nada así dicho, y con haber yo pasado en la vida grandísimos trabajos, es éste de los mayores” (V 28,18).
La letanía de Teresa es interminable. Desconfían de la novedad en boca de una mujer: “no hay virtud de mujer que no tengan por sospechosa” (CE 4,1), los letrados son espantadizos y en vez de ayudar a las gentes a “volar como águilas, hacen andar como pollos y pollos trabados” (V 39,12); las mismas compañeras le ponen trabas: “Estaba muy malquista en todo mi monasterio…. Decían que las afrentaba… que no tenía amor a la casa…unas decían que me echasen en la cárcel; otras, bien pocas, tornaban algo de mi” (V 33,2); la gente también se altera. “La gran persecución que vino sobre nosotras, los dichos, las risas, el decir que era disparate” (V 32,14). La forma de responder Teresa a tanta contradicción bien pudiera quedar ejemplarizado en el humor con que respondió a los que insultaba a la comitiva de monjas en el barrio de San Cosme: “Déjelos, que son unos chamarileros”.
Afortunadamente ni Teresa ni Antonio se echaron para atrás. Porque supieron de pruebas y de no echarlo todo por la borda, pueden ahora aconsejar y alentarnos en los caminos. “No te detengas en el camino comenzado. Que la santidad fue tu primer ideal; y la santidad ha de ser, continuamente, tu única preocupación en esta vida” (Cta 8-11-1948: 1079). “La posibilidad de la santidad en la vida seglar ha abierto horizontes alentadores a muchas almas que, por circunstancias de la vida –por no decir de las mentalidades-, habían renunciado a estas cumbres” (L.1945,II 30).
Teresa también anima desde su propia experiencia. Las misericordias del Señor han sido la gran fortaleza para vencer toda contradicción, especialmente la de los buenos. “Acuérdense de sus palabras y miren lo que ha hecho conmigo, que primero me cansé de ofenderle, que Su Majestad dejó de perdonarme. Nunca se cansa de dar ni se pueden agotar sus misericordias; no nos cansemos nosotros de recibir” (V 19,15). La autobiografía, que titula el libro de las Misericordias del Señor “¡y con cuánta razón las puedo yo cantar para siempre!” (V 14,10), es una especie de salmo mayor en el que recordando su vida, desde la infancia a la madurez, lo único que pretende es contar la Historia de Salvación de Dios para sus elegidos, el triunfo de la gracia sobre la debilidad humana: “Que en verdad, cierto muchas veces me templa el sentimiento de mis grandes culpas, el contento que me da se entienda la muchedumbre de vuestras misericordias” (V 4,30).

9.- “La mano de Dios lo ha guiado todo”

No hay miedo de que brote el orgullo y la vanagloria en las personas enamoradas de Dios. Saben que todo lo bueno que hay en ellas lo ha hecho el Señor. Por eso, le alaban y lo bendicen, porque ha hecho maravillas. Antonio y Teresa entonan esta letanía de alabanza. “Ciego debería estar quien no vea aquí la mano de Dios espléndida, generosa, amorosa… No, no lo hemos hecho nosotros: el dedo de Dios ha estado aquí. La mano de Dios ha guiado todo” (L1929,IX-X.178).

Teresa, cuando contempla las fundaciones, sabe que todo lo ha hecho el Señor. “Se entenderá muchas veces no ser yo quien hace nada en estas fundaciones, sino quien es poderoso para todo” (F 29,5). Teresa tiene plena conciencia no solo de que ha sido el Señor quien ha realizado las fundaciones, sino quien ha construido su propia vida. De ahí que su autobiografía sea un canto a las misericordias del Señor. “¿Quién acabará de contar sus misericordias y grandezas? Es imposible” (7M 1,1).

La confesión de Antonio es “yo Contigo”, la de Teresa es “juntos andemos”. “Persuadidme, Jesús, bien de esta verdad: YO SIEMPRE CON VOS, y nada hay que los dos no podamos hacer. En el púlpito, confesionario, enfermos, catecismo, etc., YO CONTIGO, como esclavito, a tus órdenes, y así, Jesús mío, ¡lo que Tú quieras!” (O.S.III.73.75).

Como un juego de palabras dice Antonio: “Seamos muy providencialistas no prudencialistas, sobre todo cuando convertimos en demasiado humana nuestra prudencia. Dejemos obrar a Dios cuando no contamos ya con elementos humanos” (D.R.131). Y porque hace falta una heroica humildad para ser uno mismo y no otro, aconseja Antonio: “Tú anda por el camino que te abre el Señor. No apetezcas otros, pues para ti ese es el seguro y no otros” (L.1955,V-VI.82).

Teresa también escucha del Señor la llamada al realismo, a ser ella misma, sin hacer torres sin fundamento. “Estando un día muy penada por el remedio de la Orden, me dijo el Señor: “Haz lo que es en ti y déjame tú a Mí y no te inquietes por nada; goza del bien que te ha sido dado, que es muy grande; mi Padre se deleita contigo y el Espíritu Santo te ama” (R 13).

10.- “En campo raso”. Frutos (dejos) de los que se mueven “al compás de Dios”

La oración alcanza su madurez en las obras, en una nueva encarnación. No es una experiencia protegida, es una vida entregada en el corazón de la vida. A campo raso. “A la aliada no se le debe enseñar a vivir entre muros, sino en campo raso” (Cta. 2-3-1946). Es lo que decía Teresa: “Aquí, hijas mías, se ha de ver el amor, que no a los rincones, sino en mitad de las ocasiones” (F 5,15). ¿Cuáles son los frutos de la oración? Señalamos algunos.

El don del amor. Y Antonio entiende así lo que es el verdadero amor. “Amar es darse, sin reservarse y sin buscarse. Amor es vivir” (Cta. 18-10-1943). “Y lo ama, como Él ha enseñado a amar. No a medias, sino con todo el corazón, con toda el alma, con toda su mente, con todas sus fuerzas” (Cc53,p.17). Teresa canta la dicha de amar. “Dichoso el corazón enamorado que en solo Dios ha puesto el pensamiento; por él renuncia todo lo criado, y en él halla su gloria y su contento” (P 5). El amor verdadero siempre está en movimiento, no puede quedar encerrado, es misionero. “El verdadero amante nunca está ocioso” (S 1947, VII-65). “El verdadero amante en toda parte ama y siempre se acuerda del amado” (F 5,16).

El don de la paz. No una paz falsa, sino una paz verdadera. “Los que tratan de concertar una paz fingida y falsa con el mundo admitiendo condiciones, haciendo concesiones, cediendo terreno, jamás gozarán de la verdadera paz del alma” (L.E.II.142). Las almas “se mueven al compás de Dios. Este es el secreto de la paz en la agitación y del silencio en el ruido” (Cta. 8-1-1940).

El beso es señal de paz. “No hemos de quedar las mujeres tan fuera de gozar las riquezas del Señor” (Cp 1,8). “Béseme con los besos de tu boca. ¡Oh Señor mío y Dios mío, y qué palabra ésta, para que la diga un gusano a su Criador!… Porque claro está que el beso es señal de paz y amistad grande entre dos personas” (Cp 1,10).

El don de la verdad. “Porque Dios es suma Verdad, y la humildad es andar en verdad” (6M 10,7), la verdad es la manera de vivir y caminar de los que oran. “Entienden lo que es la verdadera verdad, que todo lo demás le parece juego de niños” (V 21,9). Teresa, tan amiga de la oración, llega a decir: “espíritu que no vaya comenzado en verdad, yo más le querría sin oración” (V 13,16).

Por su parte, Antonio asegura: “¡Cuán bello es el reino de la verdad!” (2Je46,193). Así aconseja a una aliada: “Lo tuyo es la verdad, en la verdad vives, porque el Espíritu Santo, por medio de la Alianza, nos ha colocado en la verdad” (Cta. 11-6-1953).

El don de la esperanza aun en medio de la prueba. Ningún acontecimiento, por oscuro que sea, roba la luz de los ojos de los orantes. “La bondad divina concederá al triunfo que esperamos nuevos siglos de gloria, que den para el cielo nuevas legiones de santos” (L.1952,I-II,95). Cuando todos parecen vacilar en medio de las pruebas, Teresa escucha estas palabras en la fundación de Burgos: “Ahora, Teresa, ten fuerte” (F 31,26).

El amor a los pobres. Es una señal inconfundible para descubrir que Dios ha pasado por el corazón. “El que de veras ama, toma con ardor los intereses del Amado” (L33,VIII,163). “Ya era tiempo de que sus cosas tomase ella por suyas, y El tendría cuidado de las suyas” (7M 2,1). Las cosas de Jesús son los pobres, los pequeños. “Paréceme tengo más piedad de los pobres que solía. Entiendo yo una lástima grande y deseo de remediarlos, que, si mirase a mi voluntad, les daría lo que traigo vestido” (R 2,4), confiesa Teresa. Y Antonio dice dónde quiere que se vea a las aliadas: “Por pueblos y villas, por calles, plazas y montes, por talleres, escuelas, fábricas y oficinas” (M. F. 68). “Que se os vea también en las buhardillas, más que en los salones. Conoced al pobre, amad al pobre, socorred al pobre” (EA2661).

Que Antonio, seminator casti consilii. Sembrador de pureza, os acompañe y bendiga.
Que Santa Teresa os eche su bendición.

Dos almas gemelas. Antonio dice: “Él basta” (L44,XII,263). Teresa dice: “Solo Dios basta”
Nada te turbe, nada te espante,
Quien a Dios tiene, nada le falta.
Nada te turbe, nada te espante.
Solo Dios basta.
Fray Pedro Tomás Navajas, ocd

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