Jueves Santo 2016

24 Mar, 2016 | Semana Santa

En este Año Santo Jubilar, celebramos con todo el agradecimiento de que sea capaz nuestro corazón, a nuestro Padre, y le rogamos que «se acuerde siempre de su Misericordia»; recibimos con avergonzada dignidad la Misericordia en la carne herida de nuestro Señor Jesucristo y le pedimos que nos lave de todo pecado y nos libre de todo mal; y con la gracia del Espíritu Santo nos comprometemos a comunicar la Misericordia de Dios a todos los hombres, practicando las obras que el Espíritu suscita en cada uno para el bien común de todo el pueblo fiel de Dios.

PAPA FRANCISCO (24 MARZO)
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LECTIO DIVINA JUEVES SANTO

EL TRIUNFO DEL AMOR

Hoy entramos en la Pasión. Entramos en lo más hondo del misterio del hombre. Pero no sólo porque entremos en el misterio del dolor y de la muerte. Misterio, en cristiano, no quiere decir desasosiego y negrura, sino un desbordar inabarcable de realidad y de luz.

Ciertamente, el dolor y la muerte ponen de manifiesto una esclavitud radical, un límite imposible de sobrepasar. Es un límite que lo cuestiona todo, al que es imposible mirar de frente sin que el corazón se llene de preguntas. Incluso cuando no se piensa en él, su horizonte está siempre ahí: también, si el hombre conserva su razón, en el éxtasis del amor, del hallazgo de la verdad o del encuentro con la belleza.

El dolor, físico o moral, quiebra el lenguaje y hace callar la palabra. Si es lo suficientemente intenso, rompe toda comunicación. Sólo el grito, o el quejido, o el silencio, son adecuados a su herida. Ya veces sólo la caricia puede expresar todavía un deseo de compañía, dolorosamente consciente de su impotencia. Porque en esa caricia puede estar todo el amor del mundo –y todo el amor del mundo es lo que más se necesita en esos momentos–, pero todo el amor del mundo no es capaz de acompañar realmente, o de devolver la vida o la salud.

Esa soledad tiene que ver con la herencia del pecado, con un mundo que ya no es percibido como signo de la luz y del amor de Dios. Aunque no todos los hombres conozcan una muerte como la de Cristo, la Pasión, como peripecia humana, es en cierto modo la historia de todo hombre. Es igual a la historia de millones de hombres. Y es inevitable. Por ese lado, no habría nada que celebrar. Pero en ese mundo, opaco y duro, ha entrado libremente Jesucristo. Y ha entrado hasta la soledad del sufrimiento, hasta la traición y el abandono de los amigos, hasta el juicio con testigos falsos, la condena y el suplicio injustos, la fiebre de la tortura y el frío de la muerte. Así consumó la Encarnación, abrazando hasta el final la condición humana, sin condiciones y sin límites.

Desde el abrazo de Cristo, lo más hondo del misterio del hombre ya no es su muerte. El hombre ya no está sólo en ella. Como ese abrazo es el del Hijo de Dios, la cruz ha roto las cadenas de nuestra soledad, y ha destruido el poderío de la muerte. Por ese abrazo, desde Cristo, la pasión del hombre viene a ser también la pasión de Dios, el Inmortal, el Invencible. Ahí Dios se revela como el Dios verdaderamente más grande, como Aquel mayor que el cual nada puede pensarse. La entrada en Jerusalén fue una entrada triunfal no sólo porque las masas, al igual que cada uno de nosotros y casi por definición, son volubles, manipulables, arbitrarias. La entrada en Jerusalén fue triunfal también porque desde aquella Pasión del Hijo de Dios, la pasión del hombre ya no es la hora de la derrota, sino la hora paradójica y misteriosa del triunfo: el triunfo del amor infinito de Dios sobre el infierno y la soledad del hombre.

¿LAVARME LOS PIES TU A MI?

¿Lavarme Tú a mí los pies?
Y si es necesario, Señor,
todo mi pobre ser.
¡Lávame y purifícame!
Hazme comprender que, el camino del servicio
es una llave que abre la puerta del cielo
Que el servir, aún sin ser recompensado,
es garantía de que soy de los tuyos.
Por eso, Señor, ¡lávame!
Pero, te pido Señor, que no te inclines demasiado
Soy yo quien, en este Jueves de tanto amor,
necesito plegarme en mi orgullo
Soy yo quien en estas horas memorables,
estoy llamado a conquistar tu corazón
ofrendándome a los hombres.
¡Lávame, mi Señor!
Para que, mis manos,
puedan acariciar rostros doloridos
Para que, mis pies,
puedan acompañar hermanos perdidos
LO QUE QUIERAS, MI SEÑOR
Me has amado y, al amarme,
brota en mí lo que Tú sembraste:
amor por los que me rodean
amor hacia los que me piden
pasión por los más débiles
Sí, mi Señor; haré lo que Tú quieras
Porque, si algo tiene el Jueves Santo,
es Misterio de amor y de ternura
Misterio de Sacerdocio y aroma de Eucaristía
Misterio de tu presencia
que siempre permanecerá y estallará en el altar
LO QUE TU QUIERAS, MI SEÑOR
Porque, cada vez que comamos de este pan,
Porque, cada vez que bebamos de este vino,
recordaremos tu querer y tu deseo
nos llenaremos con tu Memorial y tu Palabra
con tu gesto de siervo arrodillado.
LO QUE TU QUIERAS, MI SEÑOR
Sólo te pedimos una cosa:
que nunca nos falte la Eucaristía
para estar eternamente a Ti unidos
Amén

J.Leoz

ORACIÓN ANTE EL MONUMENTO

Señor.
Vengo a tu presencia porque, en primer lugar, te necesito.
y porque, en esta noche santa y misteriosa, si me duermo
siento que puedo perderte para siempre
Por eso, aún disponiendo de escaso tiempo y del sueño que me tienta
quiero permanecer un momento junto a Ti
ayúdame a mantenerme en vela cuando Tú das tanto por nosotros
Te doy gracias, Señor, por la vida, por tu cruz que aguarda.
Te doy gracias, Señor, por aquellos a quienes más quiero
Te doy gracias, Señor, por estar ahí ofreciéndote
esperándome, cuidándome y escuchándome.
Estar junto a Ti, Señor, es sacar fuerzas para seguir adelante
Al postrarme en tu presencia,
siento que, tu mano, me anima y me conforta
me empuja y me alienta a seguir adelante.
Tú sabes, Señor, las preocupaciones que tengo interiormente
Tú sabes, Señor, lo que ahora mismo ocurre en mi interior.
Tú sabes, Señor, lo que –alguien que está en mi memoria-
requiere de Ti y, en su nombre, traigo su súplica.
Tú, Señor, dijiste “pedid y se os dará”, “estad en vela”
Yo, no te pido grandes cosas para mí.
Pero, Señor, dame un poco de luz en la oscuridad
Suerte en el caminar, perseverancia en mi fe
Alegría en el corazón, fortaleza en mi vida cristiana
Fe y esperanza en lo que hago, soy y pienso.
Acepta, Señor, esta humilde oración y, ahora,

 si quieres- háblame un poco en lo más hondo
de mi corazón. Lo necesito, pues al igual que Tú
también digo en muchas situaciones: “pasa de mi este cáliz”

¿QUÉ ES GETSEMANÍ?

Es la agonía del Señor. El instante en que se entrecruza la duda con la fe.
La fortaleza, en la hora de la verdad, frente a la flaqueza.
Es el desconcierto, cuando los amigos abandonan y ya no están
O la soledad, cuando produce vértigo el duro riesgo de las decisiones

¿QUÉ ES GETSEMANI?
Es la tristeza que supone dejar algo, sin saber lo qué espera
Es preguntarse si es necesario tanto, y tanta prueba
Es mirarse a uno mismo y descubrir, que aflora la debilidad
Es preguntar y no encontrar respuestas
Es el sabor amargo de una noche oscura
Es el cielo cuando buscas y no ves ni el resplandor de la luna

¿QUÉ ES GETSEMANI?
Es la lucha entre Dios y el diablo
Es la contienda de uno, con uno mismo
Es la tentación a la deserción de los más altos ideales
Es, también, el consuelo, la caricia de una voz de ángel
Es el dolor cuando el amor no se entiende ni se comprende

¿QUÉ ES GETSEMANI?
Es mirar hacia alrededor, y comprender que el mundo está dormido
Es mirar a lo lejos y distinguir que el enemigo sigue avanzando
Es cuando uno, sin saber muy bien por qué, se siente fracasado
Es rezar y….sentir que en la oración hay respuesta y alivio

¿QUÉ ES GETSEMANI? ¿QUIÉN ESTÁ EN Getseman?
Miremos a Jesús….El está en Getsemaní
Recemos con Jesús….El reza en Getsemaní
Acompañemos a Jesús….El se encuentra en Getsemaní
Arropemos a Jesús…..El nos necesita en Getsemaní
Seamos valientes con Jesús….
El no tiene miedo a estas horas de Getsemaní

¿QUÉ CELEBRAMOS EL JUEVES SANTO?

«Fecha en la que se conmemora la Última Cena de Jesús con sus discípulos. En ella, Cristo instituyó el sacramento de la Eucaristía, donde Él se hace presente a través de la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y su Sangre, y el sacramento del Orden Sacerdotal »

Este día por la mañana en todas las catedrales, los obispos que son, como dice el Concilio, «los principales administradores de los misterios de Dios, que regulan, promueven y custodian toda la vida litúrgica de la Iglesia que les ha sido confiada», celebran una misa muy solemne con todos los sacerdotes («el presbiterio» de sus diócesis) y en ella los sacerdotes con un solo corazón y una sola alma renuevan sus promesas y su obediencia al Obispo.

En ella, además, se consagran los óleos, es decir, los aceites que se emplean en diversos sacramentos: el bautismo, la confirmación, la ordenación sacerdotal y la unción de los enfermos.

La consagración de los óleos se celebra precisamente este día para indicar que todos los sacramentos nos relacionan con el Misterio Pascual de Jesús y que todos los sacramentos tienen su culmen y su Centro en la Eucaristía.

Son muchos los gestos que se evocan en el Jueves Santo. Uno de ellos es el signo de humildad y sencillez que realizó Jesús al lavarle los pies a todos sus discípulos, diciéndoles que ellos se los deben lavar unos a otros, «en verdad les digo que el siervo no es más que su señor, ni el enviado más que quien lo envió» (San Juan 13, 16), y el sacerdote en la liturgia lava los pies a doce feligreses.

Luego de celebrar la Eucaristía se expone el Santísimo (Ostia Consagrada) y se realizan vigilias de oración en signo de la oración de Jesús en el Monte de los Olivos, la noche antes de ser entregado a los sacerdotes.

La Biblia cuenta que terminada la cena de Pascua, el Mesías y sus apóstoles se dirigieron al Monte de los Olivos a orar. Él se distanció un poco, rezaba y sudaba cada vez más fuerte, comenzó a sentirse angustiado porque sabía lo que venía, y un ángel del cielo lo reconfortó.

Cuando fue a buscar a sus amigos se dio cuenta de que estos se habían quedado dormidos, Él les dijo, «ha llegado la hora en que el Hijo de Dios debe ser entregado. Levántense, ya se acerca el que me va entregar».

Lecturas para la reflexión:
Ex 12,1-8.11-14;
Sal 115,12-13.15.18;
1 Co 11,23-26;
Jn 13,1-15
Jn 13, 1-20;
Lc 22, 7-53;
Mt 26, 17-46;
Mc14, 12-42.

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LA GENTE DE JUEVES SANTO

¿Quién es la gente del Jueves Santo? Aquellas personas que creen que el amor es lo que puede mover la vida entera, y también los que deciden hacer de su vida corriente momentos extraordinarios; los que saben ver y buscar el amor y el servicio en las cosas más ordinarias de la vida: un estudio que a veces se torna monótono, un trabajo que con el paso del tiempo va perdiendo su carácter novedoso.
La gente del jueves santo es la gente corriente que hace lo que todo el mundo, pero no como todo el mundo. Desean que su vida esté marcada por el amor, el buen humor, el servicio generoso; que no mira cuándo el otro hizo por última vez lo que hoy yo hago, simplemente su preocupación es hacerlo y agradar.
Este es el reto que plantean: amar siempre y servir siempre.

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que llegaba la hora de pasar de este mundo al Padre, después de haber amado a los suyos del mundo, los amó hasta el extremo…
…y se puso a lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que llevaba ceñida…
…si yo, que soy Maestro y Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros mutuamente los pies…
Si lo sabéis y lo cumplís, seréis dichosos. (Jn 13,1-17)

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