Domingo XIX c

4 Ago, 2016 | Tiempo Ordinario

Lectio divina XIX TO. -C- Lc 12,32-48

by catequesiscadizyceuta

Lectio divina
Domingo XIX. T. O. Ciclo C
Lc. 12, 32-48
7 Agosto 2016

Ayúdame Señor,
a que las preocupaciones y los afanes de la vida,
no me separen de Ti.
No permitas que me ahoguen los compromisos
y las obligaciones.
Ayúdame a vivir plenamente,
para que amándote a ti,
te siga y te busque en todo momento.
Señor, sé Tú todo para mí,
que demuestre que creo en ti
y que mi vida tiene sentido
porque Tú eres mi Dios y mi Señor.

TEXTO BÍBLICO Lc. 12, 32-48

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien datos el reino. Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos talegas que no se echen a perder, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro allí estará también vuestro corazón.
Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame. Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo. Y, si llega entrada la noche o de madrugada y los encuentra así, dichosos ellos.
Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete. Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.»
Pedro le preguntó: «Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos?»
El Señor le respondió: «¿Quién es el administrador fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración a sus horas?
Dichoso el criado a quien su amo, al llegar, lo encuentre portándose así. Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes. Pero si el empleado piensa: «Mi amo tarda en llegar», y empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas, a comer y beber y emborracharse, llegará el amo de ese criado el día y a la hora que menos lo espera y lo despedirá, condenándolo a la pena de los que no son fieles.
El criado que sabe lo que su amo quiere y no está dispuesto a ponerlo por obra recibirá muchos azotes; el que no lo sabe, pero hace algo digno de castigo, recibirá pocos. Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá.»

Para descubrir a Dios en nuestra historia, hemos de estar vigilantes, despiertos, porque a la hora que menos pensemos viene el Señor. No viene a hacernos daño. Viene a bendecirnos, a servirnos –dice el Evangelio –. Si no estamos preparados, no podremos disfrutar de su presencia, su amor, su paz.

No temas, pequeño rebaño, nos dice Jesús en el Evangelio, que el Padre ha tenido a bien daros el Reino, el Padre ha querido darnos su compañía, su cercanía. Por eso no tenemos motivos para temer. Nada nos puede separar del amor de Dios: ni la enfermedad, ni la guerra, ni siquiera la muerte. En todo momento sabemos, aunque a veces no lo sintamos, que Dios nos acompaña y nos cuida. Por eso decimos que la fe es también confianza.

¿Cómo va nuestra confianza en el Padre? ¿Cómo afrontamos las dificultades, los momentos duros, con confianza, o enseguida pensamos que Dios nos castiga o que Dios nos abandona? No temas, nos dice Jesús, el Padre ha querido daros su amor. Abrahán, ya en su vejez, descubrió que Dios le pedía salir de su casa, dejar sus comodidades. Y, aunque no lo entendía, se fío y siguió por los caminos que el Señor le marcaba.

Y nosotros ¿escuchamos a Dios para que nos indique sus caminos o cogemos el camino que más nos interesa y después pedimos a Dios que nos ayude? Hemos de escuchar a Dios en las personas, en los pobres, en lo más íntimo de la conciencia. Así nos habla Dios. Tenemos que escuchar a Dios en su Palabra, en Evangelio.

Este Evangelio quiere decirnos que el cristiano lleva dentro de sí un deseo grande, profundo: encontrarse con su Señor junto a sus hermanos, a los compañeros de camino. El encuentro con Él es nuestra vida, nuestra alegría, Aquel que nos hace felices. (Papa Francisco)

Yo les haría dos preguntas, la primera: ¿Tú tienes un corazón que desea o tienes un corazón cerrado, un corazón dormido, un corazón anestesiado por las cosas de la vida? El deseo de ir adelante al encuentro con Jesús. (Papa Francisco)

La segunda pregunta: ¿Dónde está tu tesoro? ¿Cuál es para ti la realidad más importante, más preciosa, la realidad que atrae mi corazón como un imán? ¿Qué atrae tu corazón? ¿Puedo decir que es el amor de Dios? ¿Qué es el deseo de hacer el bien a los otros, de vivir para el Señor y para nuestros hermanos? Cada uno responda en su corazón. (Papa Francisco)

El amor de Dios es el que da sentido a los pequeños compromisos cotidianos y también ayuda a afrontar las grandes pruebas. Este es el verdadero tesoro del hombre. Ir adelante en la vida con amor, con aquel amor que el Señor ha sembrado en el corazón. Es un amor que da fuerza a la familia, al trabajo, al estudio, a la amistad, al arte, a toda actividad humana. (Papa Francisco)

El amor de Dios, en Jesús, siempre nos abre a la esperanza, a aquel horizonte final de nuestra peregrinación. De esta manera también las fatigas y las caídas encuentran un sentido, también nuestros pecados encuentran un sentido en el amor de Dios; porque este amor de Dios en Jesús nos perdona siempre. (Papa Francisco)

Dichoso
quien no acude a la reunión de los malvados
ni se detiene en el camino de los pecadores
ni se sienta en la sesión de los arrogantes;
sino que su tarea es la ley del Señor
y susurra esa ley día y noche.
Será como un árbol plantado junto al río,
que da fruto a su tiempo,
su fronda no se marchita;
en todo lo que hace, prospera.
Porque el Señor se ocupa del camino de los justos,
pero el camino de los malvados se disolverá.

«Mi pequeño rebaño». Jesús mira con ternura a su pequeño grupo de seguidores. Son pocos. Tienen vocación de minoría. No han de pensar en grandezas. Así los imagina Jesús siempre: como un poco de «levadura» oculto en la masa, una pequeña «luz» en medio de la oscuridad, un puñado de «sal» para poner sabor a la vida.

«No tengas miedo». Jesús no quiere ver a sus seguidores paralizados por el miedo ni hundidos en el desaliento. No han de perder nunca la confianza y la paz. El nos puede hacer vivir estos tiempos con paz. También hoy somos un pequeño rebaño, pero podemos permanecer muy unidos a Jesús, el Pastor que nos guía y nos defiende.

«Vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino». Jesús se lo recuerda una vez más. Él les ha confiado su proyecto del reino. Lo mejor que tenemos en nuestras comunidades: la tarea de hacer la vida más humana y la esperanza de encaminar la historia hacia su salvación definitiva.

«Vended vuestros bienes y dad limosna». Los seguidores de Jesús no vivirán de espaldas a las necesidades de nadie. Será comunidades de puertas abiertas. Compartirán sus bienes con los que necesitan ayuda y solidaridad. Darán limosna, es decir «misericordia».

Los cristianos necesitaremos aprender a vivir en minoría en medio de una sociedad secular y plural. Pero hay algo que podemos y debemos hacer sin esperar a nada: transformar el clima que se vive en nuestras comunidades y hacerlo más evangélico.

La llamada de Jesús a la vigilancia nos debe ayudar a despertar de la indiferencia, la pasividad y el descuido con que vivimos con frecuencia nuestra fe. Para vivirla de manera lúcida, necesitamos redescubrirla constantemente, conocerla con más profundidad, confrontarla con otras actitudes posibles ante la vida, agradecerla y tratar de vivirla con todas sus consecuencias.

Revisa tu vida con este versículo hablando con Jesús: «No temas pequeño rebaño, el pastor, el Padre, el Reino». ¿Cómo lo practicas?
Pide a Jesús que te ayude a desenmascarar los autoengaños que te impiden vivir como Él quiere y espera de ti. Vacía tu corazón de todo lo que te atrapa para vivir por y para el Reino.

Descubre en la oración qué necesitas en verdad para vivir, qué te sobra y experimenta cuanto puedes dar y hacer por los demás.
En este momento del verano posiblemente estás disfrutando de un periodo de descanso. Comparte algo de tu tiempo con los demás. Ofréceles ayuda, compañía, consuelo… y si te es posible cubre alguna necesidad material de alguna persona.

En este tiempo de tranquilidad, vigila tu luz. ¿Está encendida? Procura encenderla y ayudar a encender la de los demás que ya no esperan al Maestro.

No temas, rebaño pequeño, que es decisión de vuestro Padre reinar de hecho entre vosotros. Vended vuestros bienes y dadlo en limosna; haceos bolsas que no se estropeen, una riqueza inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni echa a perder la polilla. Porque donde tengáis vuestra riqueza tendréis el corazón. Tened el delantal puesto y encendidos los candiles; pareceos a los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para, cuando llegue, abrirle en cuanto llame. ¡Dichosos esos siervos si el señor al llegar los encuentra despiertos! Os aseguro que él se pondrá el delantal, los hará recostarse y les irá sirviendo uno a uno. Si llega entrada la noche o incluso de madrugada y los encuentra así, ¡dichosos ellos! Esto ya lo comprendéis, que si el dueño de la casa supiera a qué hora va a llegar el ladrón, no le dejaría abrir un boquete en su casa. Estad también vosotros preparados, pues, cuando menos lo penséis, llegará el Hijo del hombre. Pedro le preguntó: – Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos en general? El Señor prosiguió: – Conque, ¿dónde está ese administrador fiel y sensato a quien el señor va a encargar de su servidumbre para que les reparta la ración a su debido tiempo? ¡Dichoso ese siervo si el amo al llegar lo encuentra cumpliendo con su encargo! Os aseguro que le confiará la administración de todos sus bienes. Pero si ese siervo se dice: «Mi señor tarda en llegar», y empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas, a comer y beber y emborracharse, el día que menos se lo espera y a la hora que no ha previsto llegará el señor de ese siervo y cortará con él, asignándole la suerte de los infieles. El siervo ese que, conociendo el deseo de su señor, no prepara las cosas o no las hace como su señor desea, recibirá muchos palos; en cambio, el que no lo conoce, pero hace algo que merece palos, recibirá pocos. Al que mucho se le ha dado, mucho se le exigirá; al que mucho se le ha confiado, más se le pedirá.

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