Se necesita una nueva cultura vocacional. Papa Francisco a participantes en el Congreso nacional italiano de Pastoral vocacional 5 de enero de 2017

9 Ene, 2017 | Cultura vocacional

A participantes en el Congreso nacional italiano de Pastoral vocacional 5 de enero de 2017

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Discurso (improvisado) del Santo Padre

Queridos hermanos y hermanas, buenos días. He preparado este discurso: son cinco páginas. ¡Es muy temprano para dormirse otra vez! Así que lo entregaré al Secretario General y procuraré deciros lo que se me venga a la cabeza, lo que se me ocurra…

Cuando Mons. Galantino empezó a hablar y ha dicho el lema del encuentro, “¡Levantaos!”, me ha venido a la cabeza cuando esa palabra se le dijo a Pedro, en la cárcel, el ángel: « ¡Levántate!» (Hch 12,7). Él no entendía nada. “Coge el manto…”. No sabía si estaba soñando o no. “Sígueme”. Las puertas se abrieron, y Pedro se encontró en la calle. Allí se dio cuenta de que era verdad, que no era un sueño: que había sido el ángel de Dios quien le había liberado. “¡Levántate!”, le había dicho. Y él se levantó, de prisa, y se fue. ¿Y adónde voy? Voy donde sé que está la comunidad cristiana. Y fue a una casa de cristianos, donde todos rezaban por él.

La oración… Llama a la puerta, sale la criada, lo mira… y en vez de abrir la puerta vuelve adentro. Y Pedro, asustado porque estaba la guardia por allí, rondando por la ciudad. Y ella: “¡Es Pedro!” ─“No, Pedro está en la cárcel” ─“No, es el fantasma de Pedro” ─“No, es Pedro, es Pedro”. Y Pedro llamaba y llamaba… Aquel “¡Levántate!” fue parado por el temor, por la necedad ─bueno, no lo sabemos─ de una persona. Creo que se llamaba Rode. Es un complejo, el complejo de los que, por miedo, por falta de seguridad prefieren cerrar las puertas.

Yo me pregunto cuántos jóvenes, chicos y chicas, hoy oyen en su corazón ese “¡levántate!”, y cuántos ─curas, consagrados, monjas─ cierran las puertas. Y esos acaban frustrados. Había oído el “¡levántate!”, y llamaban a la puerta. ─“Sí, sí, estamos rezando” ─“Sí, ahora no se puede, estamos rezando”. Entre paréntesis, alguno, cuando supo que venía con vosotros a hablar de las vocaciones, ha dicho: “¡Dígales que recen por las vocaciones, en vez de hacer tantos congresos!”. No sé si es verdad, rezar hace falta, ¡pero rezar con la puerta abierta! Con la puerta abierta. Porque contentarse solo con hacer un congreso, sin asegurarse que las puertas estén abiertas, no sirve. Y las puertas se abren con la oración, la buena voluntad, el riesgo.
Arriesgarse con los jóvenes. Jesús nos dijo que el primer método para tener vocaciones es la oración, y no todos están convencidos de esto. “Yo rezo… sí, rezo todos los días un Padrenuestro por las vocaciones”. O sea, cumplo. ¡No, la oración tiene que salir del corazón! La oración que logra que el Señor diga más veces aquel “¡levántate!”: “¡Levántate! ¡Sé libre! Levántate, te quiero conmigo. Sígueme. Ven conmigo y verás dónde vivo. ¡Levántate!”. Pero con las puertas cerradas nadie puede ir al Señor. Y las llaves de las puertas las tenemos nosotros. No solo Pedro, no, no. Todos.

Abrid las puertas para que pueda entrar en las iglesias. He sabido de algunas diócesis, en el mundo, que han sido bendecidas con vocaciones. Y hablando con los obispos les pregunto: “¿Qué habéis hecho?”. Lo primero, una carta del obispo, cada mes, a las personas que querían rezar por las vocaciones: las viejecitas, los enfermos, los esposos… Una carta cada mes, con un pensamiento espiritual, con una ayuda para acompañar la oración. Los obispos deben acompañar la oración, la oración de la comunidad. Hay que buscar un modo… Este es un modo que esos obispos ─tres o cuatro con los que he hablado─ han encontrado.

Pero tantas veces los obispos están ocupados, hay tantas cosas… ¡Sí, sí, pero no se puede olvidar que la primera tarea de los obispos es la oración! La segunda tarea el anuncio del Evangelio. Y esto no lo dicen los teólogos, esto lo dijeron los Apóstoles, cuando tuvieron aquella pequeña revolución en la que tantos cristianos se quejaban porque las viudas no eran bien cuidadas, porque los Apóstoles no tenían tiempo; entonces “inventaron” los diáconos, para que se ocupasen de las viudas, de los huérfanos, de los pobres…
Nosotros, en esta Iglesia de Roma tuvimos un buen diácono, tuvimos a Lorenzo, que dio su vida; se ocupaba de esas cosas… Y al final del anuncio, cuando anuncia a la comunidad cristiana, Pedro dice: “Y a nosotros nos toca la oración y el anuncio del Evangelio” (cfr. Hch 6,4). Pero alguno podría decirme: “Padre, ¿está usted hablando a la nuera para que oiga a la suegra?”. Sí, es verdad. Lo primero es rezar, es lo que Jesús nos dijo: “Rezad por las vocaciones”.

Yo podría hacer el plan pastoral más grande, la organización más perfecta, pero sin la levadura de la oración sería pan ácimo. No tendrá fuerza. Rezar es lo primero. Y la comunidad cristiana, aquella noche en la que Pedro llamaba a la puerta, estaba en oración. Dice el texto: “Toda la Iglesia rezaba por él” (cfr. Hch 12,5). Estaba en oración. Y cuando se reza, el Señor escucha, siempre, siempre. Pero rezar no como papagayos. Rezar con el corazón, con la vida, con todo, con el deseo de que lo que estoy pidiendo se haga. Rezar por las vocaciones.

Pensad si podéis hacer algo de ese estilo, como han hecho esos obispos, que es gente humilde: “Tú ocúpate de este encargo, todos los días haz alguna oración”; y alimentar ese compromiso, siempre. Hoy un librito, el mes próximo una carta, luego una estampa…, pero que se sientan unidos en oración, porque la oración de todos hace mucha fuerza. Lo dice el Señor mismo. Luego, la puerta abierta. Es para llorar cuando vas a una parroquia, a algunas parroquias… Entre paréntesis quiero decir que los párrocos italianos son buenos, estoy hablando en general, pero este es un testimonio que quiero dar: nunca he visto en otras diócesis, en mi patria, en otros sitios, organizaciones hechas por los párrocos tan fuertes como aquí. Pensad en el voluntariado: el voluntariado en Italia es algo que no se ve en otros sitios. ¡Es una cosa grande! ¿Y quién lo ha hecho? Los párrocos. Los párrocos de pueblo, que sirven uno, dos, tres aldeas, van, vienen, conocen los nombres de todos, hasta de los perros… Los párrocos.

Luego, el club en las parroquias italianas: ¡es una institución fuerte! ¿Y quién lo ha hecho? ¡Los párrocos! Los párrocos son buenos. Pero algunas veces ─y hablo de todo el mundo─ se va a la parroquia y se encuentra un papel en la puerta: “El párroco recibe los lunes, jueves y viernes de 15 a 16”; o bien: “Se confiesa de esta a esta hora”. Esas puertas abiertas… Cuántas veces ─y estoy hablando de mi diócesis anterior─, ¡cuántas veces son las secretarias, mujeres consagradas, las que reciben a la gente, las que asustan a la gente! La puerta está abierta pero la secretaria les enseña los dientes, ¡y la gente sale huyendo! Hace falta acogida. Para tener vocaciones es necesaria la acogida. Es la casa en la que se acoge.

Y hablando de jóvenes, acogida a los jóvenes. Esta es una tercera cosa un poco difícil. Los jóvenes cansan, porque tienen siempre una idea, hacen ruido, hacen esto, hacen aquello… Y luego vienen: “Quisiera hablar contigo…” ─“Sí, ven”. Y las mismas preguntas, los mismos problemas: “Ya te lo he dicho…”. Cansan. Si queremos vocaciones: puerta abierta, oración y estar clavados a la silla para escuchar a los jóvenes. “¡Pero son fantasiosos!”. ¡Bendito sea Dios! A ti te toca hacerles “aterrizar”. Escucharlos: el apostolado de la oreja. “Quieren confesarse, pero confiesan siempre lo mismo” ─“Igual que tú cuando eras joven. ¿Te has olvidado?” La paciencia: escuchar, que se sientan en casa, acogidos; que se sientan queridos.

Y más de una vez hacen trastadas: gracias a Dios, porque no son viejos. Es importante “perder tiempo” con los jóvenes. Algunas veces aburren, porque ─como decía─ vienen siempre con las mismas cosas; pero el tiempo es para ellos. Más que hablarles hay que escucharlos, y decir solo una “gotita”, una palabra, y ya se pueden ir. Y eso será una semilla que irá trabajando por dentro. Y podrá decir: “Sí, he estado con el párroco, con el cura, con la monja, con el presidente de Acción Católica, y me ha escuchado como si no tuviese otra cosa que hacer”. Esto los jóvenes lo entienden bien.

Luego, otra cosa de los jóvenes: debemos estar atentos a qué buscan, porque los jóvenes cambian con los tiempos. En mis tiempos estaba la moda de las reuniones: “Hoy hablaremos del amor”, y cada uno preparaba el tema del amor, se hablaba… Y estábamos satisfechos. Luego, salíamos de allí, íbamos al estadio a ver el partido ─entonces no había televisión─, éramos tranquilos. Se hacían obras de caridad, visitas a los hospitales… todo organizado. Pero éramos más bien “parados”, en sentido figurado.

Hoy los jóvenes deben estar en movimiento, los jóvenes deben caminar; para trabajar por las vocaciones hay que hacer caminar a los jóvenes, y eso se hace acompañando. El apostolado de caminar. ¿Y cómo caminar? ¿Hacer un maratón? ¡No! Inventar, inventar acciones pastorales que impliquen a los jóvenes, en algo que les haga hacer algo: en las vacaciones vamos una semana a hacer una misión en aquel pueblo, o a dar ayuda social a aquel otro, o todas las semanas vamos al hospital, esto, aquello…, o a dar de comer a los sintecho en las grandes ciudades… los hay… Los jóvenes necesitan eso, y se sienten Iglesia cuando hacen eso. También los jóvenes que no se confiesan, quizá, o no comulgan, pero se sienten Iglesia. Luego se confesarán, luego harán la Comunión; pero tú ponlos en camino.

Y caminando, el Señor habla, el Señor llama. Y viene una idea: tenemos que hacer esto…; yo quiero hacer…; y se implican en los problemas ajenos. Jóvenes en camino, no parados. Los jóvenes parados, que tienen todo seguro… ¡son jóvenes pensionistas! ¡Y hay tantos, hoy! Jóvenes que lo tienen todo asegurado: son jubilados de la vida. Estudian, tendrán una profesión, pero el corazón ya está cerrado. Y son pensionistas. Así que, caminar, caminar con ellos, hacerles caminar, que vayan. Y en el camino encuentran preguntas, preguntas a las que es difícil responder.

Yo os confieso, cuando he hecho visitas a algunos Países o también aquí en Italia, en algunas ciudades, suelo hacer una reunión o un almuerzo con un grupo de jóvenes. Las preguntas que te hacen, en esos momentos, te hacen temblar, porque no sabes cómo responder… Porque son inquietos, buscando, y esa inquietud es una gracia de Dios, es una gracia de Dios. Tú no puedes parar la inquietud. Dirán estupideces, a veces, pero están inquietos, y eso es lo que cuenta. Y esa inquietud es necesario hacerla caminar.

“¡Levántate!”. La puerta abierta. La oración. La cercanía a ellos, escucharlos. “¡Pero si son aburridos!”. Escucharles, hacerles caminar, hacerles andar, con propuestas que “hacer”. Ellos entienden mejor el lenguaje de las manos que el de la cabeza o el del corazón; entienden el hacer: ¡lo comprenden bien! Piensan así, así, pero entienden, hacen bien si tú les das qué hacer. Comprenden bien: tienen una aguda capacidad de juzgar; debemos organizar un poco la cabeza, pero eso viene, viene con el tiempo.

Y finalmente, lo último que se me ocurre para la pastoral vocacional, es el ejemplo. Un chico, una chica, es verdad que siente la llamada del Señor, pero la llamada es siempre concreta, y al menos la mayoría de las veces, la gran parte de las veces es: “Yo quiero ser como aquella o como aquel”. Es nuestro ejemplo el que atrae a los jóvenes. Ejemplos de curas buenos, de monjas buenas.

Una vez fue una monja a hablar a un colegio ─era una superiora, creo que la madre general, en otro País, no aquí─ y reunió ─esto es histórico─ a la comunidad educativa de aquel colegio de monjas, y esa madre general en vez de hablar del reto de la educación, de los jóvenes que se están educando, de todas esas cosas, comenzó a decir: “Tenemos que rezar por la canonización de nuestra madre fundadora”, y pasó más de media hora hablando de la madre fundadora, que hay que hacer esto, pedir el milagro… Pero la comunidad educativa, los profesores, las profesoras pensaban: “¿Por qué nos dice estas cosas, cuando lo que necesitamos son otras cosas? Sí, eso está bien, que sea beatificada y canonizada, pero lo que necesitamos es otro mensaje”. Al final, una de las profesoras ─buena, muy buena, la conocí─ dijo: “Madre, ¿puedo decir una cosa?” ─“Sí” ─“Vuestra madre no será nunca canonizada” ─“¿Por qué?” ─“Pues porque seguramente está en el purgatorio” ─“¡Pero no diga esas cosas! ¿Por qué dices eso?” ─“Por haberos fundado a vosotras. Porque si tú que eres la general eres tan ─digamos─ tonta, por no decir más, tu madre general no supo formaros”. ¿No es así?

Es el ejemplo: que vean en vosotros vivir lo que predicáis. Lo que os ha llevado a ser curas, monjas, o laicos que trabajan con fuerza en la Casa del Señor. Y no gente que busca seguridad, que cierra las puertas, que asusta a los demás, que habla de cosas que no interesan, que aburren a los jóvenes, que no tienen tiempo… “Sí, sí, pero tengo un poco de prisa…”. No. ¡Hace falta un ejemplo grande!

No sé, esto es lo que me ha salido del corazón a partir de ese “¡levántate!” que he oído de Mons. Galantino, del lema de vuestro encuentro. Y he hablado de lo que siento. Os agradezco lo que hacéis, os agradezco este congreso, os agradezco las oraciones… ¡Adelante! Que el mundo no se acaba con nosotros, hay que ir adelante…

Ahora, antes de la bendición, rezamos a la Virgen: “Dios te salve, María…”.

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Discurso escrito (no leído) por el Santo Padre

Queridos hermanos y hermanas, al final de vuestro Congreso de pastoral vocacional, organizada por la Conferencia Episcopal Italiana, me alegra poder recibiros y encontraros. Agradezco a Mons. Galantino sus amables palabras; y me congratulo por el compromiso con que lleváis adelante esta cita anual, en la que se comparte la alegría de la fraternidad y la belleza de las diversas vocaciones.

Delante de nosotros se abre el horizonte y el camino hacia la Asamblea sinodal del 2018, sobre el tema “Jóvenes, fe y discernimiento vocacional”. El “sí” total y generoso de una vida entregada es semejante a un manantial, escondido desde hace mucho tiempo en las profundidades de la tierra, que espera brotar y discurrir por fuera, en un chorro de pureza y frescura. Los jóvenes hoy necesitan una fuente de agua fresca para beber y luego seguir su camino de búsqueda. «Los jóvenes tienen deseos de una vida grande. El encuentro con Cristo, dejarse aferrar y guiar por su amor, ensancha el horizonte de la existencia y da una esperanza sólida que no defrauda» (Lumen fidei, 53).

En ese horizonte se sitúa también vuestro servicio, con su estilo de anuncio y de acompañamiento vocacional. Dicho compromiso requiere pasión y sentido de gratuidad. La pasión de la implicación personal, de saber cuidar de las vidas que se os entregan como cofres que encierran un tesoro precioso que hay que proteger. Y la gratuidad de un servicio y ministerio en la Iglesia que requiere gran respeto por los que os acompañan en el camino. Es el compromiso por buscar su felicidad, y eso va mucho más allá de vuestras preferencias y expectativas.

Hago mías las palabras del Papa Benedicto XVI: «Sed sembradores de confianza y de esperanza. Porque es profundo el sentido de desorientación que a menudo vive la juventud de hoy. Frecuentemente las palabras humanas están privadas de futuro y de perspectiva, privadas hasta de sentido y sabiduría. […] Sin embargo, esta puede ser la hora de Dios» (Discurso al Congreso europeo sobre pastoral vocacional, 4-VII-2009).
Para ser creíbles y entrar en sintonía con los jóvenes, hay que privilegiar la escucha, saber “perder tiempo” recibiendo sus peticiones y deseos. Vuestro ejemplo será más persuasivo si, con alegría y verdad, sabéis contar la belleza, el asombro y la maravilla de estar enamorados de Dios, hombres y mujeres que viven con gratitud su elección de vida para ayudar a otros a dejar una impronta inédita y original en la historia. Esto requiere no quedarse al margen de las tensiones exteriores, sino fiarnos de la misericordia y ternura del Señor, reavivando la fidelidad de nuestras decisiones y la frescura del “primer amor” (cfr. Ap 2,5).

La prioridad del anuncio vocacional no es la eficacia de lo que hagamos, sino más bien la atención privilegiada a la vigilancia y al discernimiento. Es tener una mirada capaz de descubrir lo positivo en los acontecimientos humanos y espirituales que encontremos; un corazón asombrado y agradecido ante los dones que las personas llevan consigo, resaltando las potencialidades más que las limitaciones, el presente y el futuro en continuidad con el pasado.
Hace falta hoy una pastoral vocacional de horizontes amplios y de aliento de comunión; capaz de leer con valentía la realidad tal y como es, con sus esfuerzos y resistencias, reconociendo los signos de generosidad y belleza del corazón humano. Hay urgencia de volver a llevar a las comunidades cristianas una nueva “cultura vocacional”. «Forma parte todavía de esa cultura vocacional la capacidad de soñar y desear a lo grande, el asombro que permite apreciar la belleza y elegirla por su valor intrínseco, porque hace bella y verdadera la vida» (Pontificia Obra para las Vocaciones, Nuevas vocaciones para una nueva Europa, 8-XII-1997, 13b).

Queridos hermanos y hermanas, no os canséis de repetiros a vosotros mismos: “yo soy una misión” y no simplemente “yo tengo una misión”. «Hay que reconocerse a sí mismos como marcados a fuego por dicha misión de iluminar, bendecir, vivificar, sostener, curar, liberar» (Evangelii gaudium, 273). Ser misión permanente requiere coraje, audacia, fantasía y ganas de ir más allá, de ir más lejos. De hecho, “Levántate, ve y no temas” ha sido el tema de vuestro Congreso.

Esto nos ayuda a recordar muchas historias de vocación, en las que el Señor invita a los llamados a salir de sí para ser don para los demás; les confía una misión y les asegura: «No temas, porque yo estoy contigo» (Is 41,10). Esta bendición suya se vuelve ánimo constante y apasionado para poder ir más allá de los miedos que encierran en sí mismos y paralizan todo deseo de bien. Es bonito saber que el Señor se hace cargo de nuestras fragilidades, nos vuelve a poner de pie para encontrar, día a día, la infinita paciencia de recomenzar.

Sintámonos empujados por el Espíritu Santo a encontrar con valentía nuevos caminos para el anuncio del evangelio de la vocación; para ser hombres y mujeres que, como centinelas (cfr. Sal 130,6), saben aprovechar los rayos de luz de un alba nueva, en una renovada experiencia de fe y de pasión por la Iglesia y por el Reino de Dios. Que el Espíritu nos empuje a ser capaces de una paciencia amable, que no tema las inevitables rémoras y resistencias del corazón humano.

Os aseguro mi oración; y vosotros, por favor, no olvidéis de rezar por mí. Gracias.
Fuente: vatican.va.
Traducción de Luis Montoya.

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