Texto del video: Publicado en el canal youtube de CEDIS
El despertar de los IISS en la historia nos conduce al filo del siglo XVIII, cuyo último decenio, 1789, vio explotar la Revolución francesa. Fenómeno histórico que marca un cambio de época radical. Atrás quedaba el Antiguo Régimen con todas sus estructuras sociales y su andamiaje de creencias. Un mundo nuevo se abrió paso entre verdaderos y convulsos dolores de parto. ¡Y ahí también… en la más absoluta negación de Dios de los nuevos tiempos, ESTABA DIOS! Porque Dios no abandona la obra de sus manos jamás.
El triunfo de la Revolución francesa, como ya hemos apuntado, no sólo provocó la caída del Antiguo Régimen, sino que modificó radicalmente la situación de la Iglesia en el mundo. La Iglesia se encuentra de la noche a la mañana despojada de todas sus posesiones y privilegios y, sobre todo, perseguida cruentamente.
El LAICISMO se impuso como una realidad incuestionable. Esto más la desaparición de las rentas de la Iglesia, la disminución en el número de sacerdotes, la división de los obispos, SUPUSO que la vida cristiana se empobreciese, que la vida social dejara de ser religiosa y comenzara a bastarse a sí misma, relegando la religión a fuero interno e individualista. La libertad se mostrará antagónica frente a la religión. La Iglesia se vio con frecuencia OPRIMIDA por los gobiernos liberales cuyas medidas políticas y sociales propiciaron que crecientes masas de ciudadanos prescindieran de la Iglesia y de todas sus instituciones.
Muy poco a poco la vida política fue conquistando su AUTONOMÍA, autonomía que terminaría transformándose en un LAICISMO EXCLUYENTE de lo religioso en todos los ámbitos de la sociedad. Los Papas de estos difíciles años hicieron lo que pudieron. A pesar de su piedad y celo sincero, su acción se quedó muy corta en relación a lo que exigían aquellas situaciones excepcionales y la Iglesia permaneció, casi siempre, demasiado confinada en los surcos de una tradición a la que costaba demasiado abrirse al nuevo mundo que emergía inexorable. En CONCLUSIÓN, podemos afirmar que, entre la Iglesia y el mundo proveniente de la Ilustración y la revolución francesa, se había adoptado una postura defensiva y de condena, cuyo mayor exponente se encuentra en el Syllabus de Pío IX. La celebración del Concilio Vaticano I se realizó en este marco de confrontación y autodefensa. ¿Qué sucede entonces?
El Espíritu Santo alentó, una vez más, en el corazón de hombres y mujeres un amor apasionado por el mundo de los pobres y trabajadores. Un amor pobre, obediente y casto por Dios y por los hombres y mujeres arrojados a las periferias de la sociedad. Animados por el amor a Dios y al prójimo, estos hombres y mujeres se fueron asociando. El inicio del llamado «Catolicismo social», nacido al final del pontificado de Pío IX y en los aledaños del Concilio Vaticano I, fue muy significativo e importante junto con otros movimientos similares. Estas asociaciones y movimientos buscaron superar la sima abierta entre el mundo hostil a la Iglesia y la actitud defensiva, que ésta había adoptado, situándose en la misma brecha para rellenarla y tender puentes de acercamiento y diálogo, para compartir las mismas condiciones laborales y vivir pobres entre los pobres. De este modo, un creciente número de fieles laicos, junto con religiosos, religiosas, sacerdotes y obispos reaccionaron con coraje y creatividad ante las consecuencias y desafíos que planteaba la revolución industrial; y que eran de un signo diferente a las planteadas por las premisas de la Ilustración y la revolución francesa. La Iglesia vuelve, una vez más, a ponerse de parte de los más pobres y vulnerables de la sociedad. Esa opción por los pobres vuelve a ser su salvación y la va resituando poco a poco en su identidad más genuina hasta llegar al Concilio Vaticano II.
Fueron surgiendo diferentes movimientos y asociaciones cuyos miembros perseguían una vida de perfección en su medio habitual, supliendo en cierto modo la vida y el apostolado de las órdenes y congregaciones, perseguidos o suprimidos por los gobiernos liberales o revolucionarios. En realidad, sucede algo completamente ORIGINAL en la historia de la Vida Consagrada de la Iglesia. Algo que no podía venir más que del Espíritu Santo: ¡¡Es de tal calibre la misión de TESTIMONIAR el amor del Padre manifestado en Cristo Jesús en el corazón de una sociedad totalmente nueva que surgirá la NECESIDAD de CONSAGRAR la existencia toda a tal tarea!! En este caso, la MISIÓN engendra la urgencia de la CONSAGRACIÓN. Laicos y laicas, asociados/comprometidos hasta los tuétanos con el mundo, se ven tan absorbidos y atrapados por la misión que entienden que Dios les pide la plena entrega de la vida. Radicalmente. Del todo todo. La MISIÓN exigió, pidió la radicalidad de la CONSAGRACIÓN. ¡Aquí no tenemos el movimiento de la fuga mundi de los primeros siglos de la Iglesia! Aquí, permanecer en las estructuras del mundo para llevar la luz del Evangelio, requería la donación hasta el extremo de la vida.