MAGNIFICAT
Habitualmente la Iglesia dedica el mes de mayo a María. Nos adherimos a esta tradición invitando a unirnos a su canto conocido como el Magnificat (Lc 1,46-55). María se pone en camino a visitar a su prima Isabel y cuando ésta la saluda, ella entona un canto profético de alabanza a Dios.
María se mueve dentro de la larga tradición judía de mujeres que cantan peligrosos cánticos de salvación como Miriam con su pandero (Ex 15,1-21), Débora (Jue 5,1-31), Ana (1Sam 2,1-10), Judit (Jdt 16,1-17) Sus cánticos son salmos de acción de gracias, cantos de triunfo de los oprimidos.
El Magnificat inicia con el grito de alegría de una mujer pobre que proclama con todo su ser la grandeza de Dios que ha hecho grandes cosas por ella. Y lo que comienza como una experiencia personal se amplía hasta abarcar a todos los pobres del mundo. El canto presenta a María como mujer exigente, la que anuncia que Dios cambia las relaciones opresivas y las estructuras de poder mundanas (Lc 1,51-53).
El Magnificat se manifiesta como modelo para quienes no aceptan pasivamente las circunstancias adversas de la vida personal y social, sino que proclama, con ella, que Dios ensalza a los humildes y, si es el caso, derriba a los poderosos de sus tronos. La inversión del orden establecido con la llegada del Reino tiene como consecuencia la elevación de los débiles, los desheredados, las personas que no cuentan y la caída de los poderosos. Con ello se empieza a hacer realidad el deseo de «otro mundo mejor es posible». Dios no espera al final de
los tiempos para obrar. Desde ahora, y en boca de una mujer empieza a decir «no» a las injusticias que socavan la dignidad de sus hijas e hijos.
Dios actúa por mediaciones históricas; actúa a través de mujeres y hombres que están al lado de los que sufren para transformar las situaciones de muerte en vida. La fe y la vida son dos elementos irrenunciables en el proyecto de Dios proclamado por María. Esta es la buena noticia de su canto: aplica y extiende a todo el universo lo que Dios ha realizado en ella al mirarla con su gracia.
Ha mirado su pequeñez y la ha elevado y ahora Dios mira a todos los pequeños y oprimidos de la tierra para consolarlos y dignificarlos.
El mensaje del Magnificat no atraerá a quienes se encuentran satisfechos con las cosas tal como están. Incluso gente de buena voluntad se sentirá incómoda frente a este toque chocante, «revolucionario». Sin embargo, el Espíritu que inspiró a María y facultó su voz profética es el mismo que inspira a las mujeres de todas las épocas. Por ello, María nos sirve de estímulo para decir «sí» al proyecto de Dios y nos sirve de estímulo para decir «no» a todo lo que obstaculice la realización de ese proyecto.
El Magnificat es un himno que la Iglesia reza en la liturgia de alabanza de Vísperas. A la caída de la tarde, reunidos en plegaria, los cristianos y cristianas repetimos las palabras de María, para reasumir así su fe y reiterar el mismo compromiso evangelizador ante el Dios que elevó a los oprimidos y colmó de bienes a los hambrientos. En este sentido, todas y todos somos María.
Una mujer embarazada no es la imagen que normalmente nos viene a la cabeza cuando imaginamos a un profeta, sin embargo, en este caso, María y su prima Isabel, son dos profetas embarazadas y plenas del Espíritu que cantan con alegría advertencias y esperanzas para el futuro, ojalá y nos unamos a ese coro de voces aunque desafinemos.
Mª Carmen Martín Gavillero