Carta del Secretario de Estado Vaticano con el mensaje del Santo Padre Francisco para la Asamblea General de la CMIS
Ciudad del Vaticano, 17 de agosto de 2016
A la Señora Nadège Védie, Presidenta de la CMIS.
Piazza San Calisto 16. 00153. Roma.
Estimada señora:
Con ocasión de la próxima Asamblea de la Conferencia Mundial de los Institutos Seculares, el Santo Padre desea hacerle llegar a usted y a todos los participantes su cordial saludo y asegurarles su cercanía y afecto con la solicitud pastoral y sobre todo con la oración, con el fin de que el Espíritu Santo haga fecundo dicho encuentro que lleva por tema: Redescubrir la propia identidad.
La originalidad y peculiaridad de la consagración secular se muestra cuando secularidad y consagración caminan juntas en unidad de vida. Podemos decir que hoy día es justamente esta síntesis el reto más grande para los institutos seculares.
El Beato Pablo VI captó y explicitó lúcidamente la esencia de la vocación secular, como lo demuestran estas palabras suyas: “Vosotros os encontráis en una misteriosa confluencia entre dos poderosas corrientes de la vida cristiana, recibiendo las riquezas de la una y de la otra. Sois laicos, consagrados como tales mediante los sacramentos del Bautismo y la Confirmación, pero habéis elegido acentuar vuestra consagración a Dios con la profesión de los consejos evangélicos, asumidos como una obligación a través de un vínculo estable y reconocido. Permanecéis laicos, comprometidos con los valores seculares propios y peculiares del laicado (cfr. Lumen Gentium 31), pero la vuestra es una secularidad consagrada.” Y sigue “la consagración indica la íntima y secreta estructura portadora de vuestro ser y vuestro obrar. Aquí está vuestra riqueza profunda y escondida que los hombres, en medio de los cuales vivís, no saben explicarse y, a menudo, no pueden ni siquiera sospechar.
La consagración bautismal ha sido ulteriormente radicalizada como consecuencia de una crecida exigencia de amor suscitada en vosotros por el Espíritu Santo; no es la misma forma de consagración propia de los religiosos, pero, ciertamente, es de tal índole que os empuja a una opción fundamental por una vida según las bienaventuranzas evangélicas. De modo que estáis realmente consagrados y realmente en el mundo.” (Discurso a los participantes en el Congreso internacional de los institutos seculares, 20 de septiembre de 1972).
Hoy se pide a los institutos seculares una síntesis renovada, siempre fijando la mirada en Jesús y estando al mismo tiempo inmersos en la vida del mundo. Hacer una síntesis entre consagración y secularidad significa ante todo mantener juntos estos dos aspectos, sin separarlos nunca. Significa también yuxtaponerlos, no superponerlos. La superposición, de hecho, llevaría a vivir de manera formalista, a observar ciertas prácticas sin llegar a un cambio en el modo de vivir las relaciones con los hermanos y con el mundo.
Hacer una síntesis significa finalmente que tampoco se debe subordinar un elemento al otro: secularidad y consagración deben caminar juntas, la una necesita a la otra, no se es primero laicos y después consagrados, como tampoco primero consagrados y luego, laicos. Se es al mismo tiempo laicos y consagrados. De ello deriva también otra consecuencia importantísima: se requiere un discernimiento continuo, que permita lograr el equilibrio; una actitud que ayude a encontrar a Dios en todas las cosas.
Para esto tiene una importancia fundamental la formación, que debe guiar a los miembros de los Institutos Seculares a responder plenamente a la misión de los respectivos institutos, suscitando un compromiso siempre nuevo y profundo con Cristo que llama y envía, y al mismo tiempo a ponerse en juego en la realidad del mundo de hoy. Tal formación es especialmente exigente, porque requiere un esfuerzo continuo para unificar consagración y secularidad, acción y contemplación, sin el sostén de una organización comunitaria de la vida de oración y de trabajo. Sin embargo, si se busca permanecer constantemente abiertos a la voluntad de Dios, se llegará a tener esa mirada de fe que te lleva a descubrir a Cristo presente siempre y en cualquier lugar. Por ello es necesario educarse para vivir una intensa relación personal con Dios que esté al mismo tiempo enriquecida con la presencia de los hermanos. No se exige la vida de comunidad, pero es esencial la comunión fraterna. Toda la vida debe estar animada y configurada por la comunión con Dios y con el prójimo.
El compromiso de la secularidad se desarrolla con amplitud de miras, teniendo grandes horizontes. Es necesaria por tanto una atención continua a los signos de los tiempos: la historia se debe leer, comprender e interpretar y es necesario sumergirse en ella de modo constructivo y fecundo, para dejar una huella evangélica, contribuyendo, según las distintas responsabilidades, a orientarla hacia el Reino de Dios. Esta vocación conlleva por lo tanto una constante tensión a realizar una síntesis entre el amor a Dios y el amor a los hombres, viviendo una espiritualidad capaz de unir los criterios que vienen “de lo alto”, de la gracia de Dios; y los criterios que vienen “de abajo”, de la historia humana. El crecimiento en el amor a Dios conduce inevitablemente a un crecimiento del amor hacia el mundo y viceversa.
Guiados por el Espíritu Santo en vuestras acciones, haced entrar en el mundo la lógica de Dios, contribuyendo a construir esa humanidad nueva que Él quiere. Es Dios el que obra la síntesis entre secularidad y consagración. Gracias a Él se puede ejercer una profecía que implica discernimiento y creatividad, suscitadas ambas por el Espíritu. Discernimiento como esfuerzo por entender, por interpretar los signos de los tiempos, aceptando la complejidad, la fragmentación y la precariedad de nuestro tiempo. Creatividad como capacidad de imaginar nuevas soluciones, inventar respuestas inéditas y más adecuadas a las situaciones que se presentan. Dejarse acompañar por la humanidad en camino es una realidad teológica para vosotros. Y para ello esencial la búsqueda de diálogo y de encuentro, que requiere de vosotros haceros hombres y mujeres de comunión en el mundo.
Por lo tanto, estáis llamados en Cristo a ser signos e instrumentos del amor de Dios en el mundo, signos visibles de un amor invisible que todo lo impregna y todo lo quiere redimir para reconducir cada realidad a la comunión trinitaria, origen y fin último del mundo.
En resumen, podemos decir que es especialmente urgente cuidar la vida de oración: ser mujeres y hombres de oración, de íntima amistad con Jesús, dejando que sea Él el Señor de nuestra vida; y cuidar la vida de familia: no tenéis la obligación de vivir en comunidad, pero debéis ser un hogar ardiente en el cual muchos hombres y mujeres puedan recibir luz y calor para la vida del mundo, como os dijo San Juan Pablo II (cfr. Discurso a los participantes en el Simposio internacional sobre la Provida Mater Ecclesia, 1 de febrero de 1997).
Justo porque esparcidos como la levadura y la sal, debéis ser testigos de la fraternidad y de la amistad.
El ser humano no es una isla; debemos evitar caer en la indiferencia hacia los otros. Si vuestra obligación es la de transfigurar el mundo, restaurando el orden creacional, hace falta gritar con la vida al hombre de hoy que es posible un nuevo modo de ser, de vivir, de relacionarse con el mundo y con los otros, ser hombres y mujeres nuevos en Cristo. Con la castidad, mostrar que existe un modo distinto de amar con un corazón libre como el de Cristo, con la oblación de sí mismo. Con la pobreza, reaccionar contra el consumismo que devora especialmente Occidente y denunciar con nuestra vida y también con la palabra, allí donde sea necesario, las muchas injusticias contra los pobres de la tierra. Con la Obediencia, ser testigos de la libertad interior contra el individualismo, el orgullo y la soberbia. Ser el ala avanzada de la Iglesia en la Nueva Evangelización.
Pero no habrá ninguna nueva evangelización sino se parte de la novedad de la vida, que hace suyos los sentimientos de Cristo y su entrega total hasta la muerte. Entonces, el reto más grande, también para los institutos seculares es el de ser escuelas de santidad. Un peculiar estilo de santidad debería surgir de cada instituto, una santidad encarnada en las actividades de cada día, en los pequeños y en los grandes acontecimientos donde florece la creatividad de la fe, de la esperanza y de la caridad.
La Virgen María es el modelo perfecto de esta espiritualidad encarnada. Constantemente unida al Hijo en la vida cotidiana y en las preocupaciones familiares, llevaba una vida completamente normal, similar a la de tantos otros, y de este modo colaboraba a la obra de Dios. Permaneciendo unidos a Ella, tendremos con total seguridad la garantía de caminar por el camino de la santidad secular.
¿Cómo es la humanidad que tenéis ante vosotros? Personas que han perdido la fe o que viven como si Dios no existiese, jóvenes sin valores ni ideales, familias deshechas, parados, ancianos solos, inmigrantes… “Venid a mí, vosotros todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os daré el descanso” (Mt 11, 28). Al decir esto, Jesús os indica el camino. ¡Cuántos rostros os cruzáis por el camino, yendo al trabajo o a hacer la compra! ¡Cuántas ocasiones tenéis para ofrecer descanso, animar, dar esperanza, llevar consuelo! Es ésta la vida en el mundo (“in saeculo viventes”, dice el canon 710) que constituye la secularidad, la nota común a todos los institutos seculares, que sin embargo es vivida de modo diverso en cada instituto sobre todo por aquellos clericales respecto a los laicales. Los sacerdotes seculares se comprometen a cultivar una viva preocupación por las personas afligidas por las distintas pobrezas, acompañando a todos aquellos que viven la propia fe en el corazón de los quehaceres humanos; y sobre todo, a través de la Eucaristía, el sacerdote secular participa de modo especial en el ofrecer Cristo al Padre, ofrecimiento que obtiene la gracia que regenera la humanidad.
Este es el camino: llamados por el Señor a seguirlo en el mundo, llevad amor por el mundo, amando en primer lugar a Él con todo el corazón y amando a cada hermano con corazón paterno y materno. No os acostumbréis a la rutina, haciéndoos de este modo insípidos. “Si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?” (Lc 14, 34).
Querida señora, éstas son las reflexiones y las exhortaciones que el Santo Padre me encarga de haceos llegar. Él os acompaña con una oración especial por vosotros y por todos los miembros de los institutos seculares mientras que a su vez os pide que recéis por él y de corazón os imparte la bendición apostólica.
Pietro Card. PAROLIN
Segretario di Stato