Ya podría yo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles; si no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o unos platillos que aturden.
Ya podría tener el don de predicción y conocer todos los secretos y todo el saber; podría tener fe como para mover montañas; si no tengo amor, no soy nada.
Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo; si no tengo amor de nada me sirve.(1 Cor)
No hay nada más inquietante que el vacío interior y, quizás una gran mayoría de nosotros caminamos tan deprisa, que no nos damos cuenta de que no vamos hacia ningún lugar.
Se busca la felicidad en la relajación o en la meditación, pero sin amar de verdad a los hermanos.
Las relaciones humanas abiertas y generosas son indispensables para una vida sana.
Haciendo ejercicios y tomando algunas medicinas, nos sentimos un poco aliviados, pero eso sólo llega a la superficie del alma, no llega a la profundidad de la persona, que sigue enferma por dentro.
Pidámosle al Señor que nos libere de todo egíismo con la fuerza de su amor porque cuando logramos amar a los demás, eso indica que lo profundo del corazón comienza a sanarse y a liberarse.