El edificio de mi santificación

3 Nov, 2014 | Escritos A. Amundarain

EL EDIFICIO DE MI SANTIFICACIÓN
A Amundarain Madrid 1949

Algunos edificios en dos meses se levantan, otros sin embargo tardan años, pareciendo que no se mueven, de lo lentamente que se construyen. Cada vez que se presenta el arquitecto corrige, mira, estudia, combina… para que la obra vaya igual que el plano. Y en ocasiones es preciso picar la piedra y destruir lo andado.

En la obra de nuestra santificación el Arquitecto está siempre con nosotros trabajando, para que llevemos a cabo el edificio tal como Él lo ha concebido, por eso es preciso estar alerta para recibir órdenes… advertencias… correcciones… etc. Si el alma no coopera no llegará nunca a ser una perfecta creación; le pasará igual que al edificio que se comenzó y no se terminó, quedará en ruinas y éstas sólo servirán para merecer en su fracaso la compasión o el desprecio de los que pasan.

Un arquitecto cuando quiere hacer un edificio para sí ¡con qué afán trabaja, qué interés pone en concluirlo, cómo busca la comodidad, el que sea bonito, perfecto en todos sus detalles… etc.! Y nosotros ¿no pondremos el mismo empeño en la obra de la santificación propia? ¿Trabajaremos en ella con desgana, sin interés, de batalla…?

Para que podamos cumplir nuestro fin que es alabar finamente a Dios, tenemos que llegar a la plenitud de la santidad, pues cuando la criatura es imperfecta, también lo será la alabanza que de ella salga. Dios que todo lo hace bien, perfectamente ¡cómo habrá concebido Él en su sabiduría infinita la alabanza que la Alianza debe darle en medio del mundo! Y esto ¿cuándo llegará? El día que cada aliada alcance su perfección individual.

Un edificio no se llama acabado mientras todas sus partes no lo estén y si algunos de sus principales componentes fallan, viene el desmoronamiento, el descrédito y tal vez la catástrofe… Cada una en el edificio de la Alianza hemos sido llamadas para ser un muro, una ventana, una cornisa, una puerta, etc. y puede suceder que seamos elemento bueno, que ajuste bien y esté perfectamente atornillado o por el contrario, un elemento perjudicial que quite la armonía y la belleza al edificio, en cuyo caso debe temblar, porque fácilmente puedo ser arrancado de allí.

¿Qué hago Señor dentro de la Alianza, llamada por Vos para ser perfectísima construcción? ¿Soy como esos obreros que trabajan sin afán, sólo por ganar el jornal? O por el contrario ¿Soy de ese otro grupo de perfectos operarios que trabajan con interés, con delicadeza, con ahínco? Dios pensando en la Obra, concibió en mí algo grande, bello, armonioso… y esto tal vez no ha llegado a realizarse todavía. ¿Cuándo llegará? Depende de mí y sólo de mí. Una de dos, o tengo que frustrar los planes de Dios al crearme, o por el contrario debo esmerarme por ser diligente… generosa… viviendo en el yunque del sacrificio, para que la obra del Señor sea completa en mí.

Nuestra perfección es obra progresiva, la única criatura perfectísima desde su Concepción Inmaculada fue la Virgen, es verdad que Ella añadió mayores tesoros, no porque le faltara algo sustancial, pero accidentalmente dio a su perfección detalles que aumentaron su hermosura y su belleza. Por eso amadísimas hijas recurramos a María, al vernos al cabo de los años tan miserables y tan imperfectos, para que Ella como Madre de misericordia nos ayude en esta grande obra, para ser miembro perfecto de la Alianza perfecta.


Antonio Amundarain
Madrid 1949