El Magisterio de la Iglesia
Sobre la sexualidad- matrimonio y familia
Autor: P. Mario Pezzi | Fuente: www.mscperu.org
Introducción:
Frente a los diversos ataques a la concepción cristiana de la sexualidad, del matrimonio y de la familia, la Iglesia jamás ha dejado de defender la verdad sobre estas realidades, sobre todo a partir del Concilio de Trento y, en adelante, con varias encíclicas desde el papa Benedicto XIV (1740-1758) hasta el Concilio Vaticano II (Constitución pastoral Gaudium el Spes), y después el Magisterio de Pablo VI y Juan Pablo II. Sobre todo gracias a la renovación bíblica, el Concilio Vaticano II, a la luz de la antropología bíblica, redescubrió al hombre como Imagen de Dios, «Imago Dei»[1].
El Concilio Vaticano II: recuperación de la «Imagen de Dios, dignidad del cuerpo humano
«La visión bíblica de la imagen de Dios ha seguido ocupando un lugar de relieve en la antropología cristiana de los Padres de la Iglesia y en la teología sucesiva, hasta el inicio de la época moderna.
El Concilio Vaticano II ha dado un nuevo impulso a la Teología de la Imago Dei, redescubierta antes del Concilio gracias a un atento estudio de las Escrituras, de los Padres de la Iglesia y de los grandes teólogos escolásticos[2].
Los seres humanos, creados a imagen de Dios, son personas llamadas a gozar de la comunión y a desempeñar un servicio en un universo físico.
La teología de hoy día está intentando superar la influencia de las antropologías dualistas que colocan la imago Dei exclusivamente en relación al aspecto espiritual de la naturaleza humana. La antropología bíblica excluye el dualismo mente-cuerpo. Al hombre se le considera en su totalidad. Esta presupone claramente la unidad del hombre y comprende cómo la corporeidad sea esencial a la identidad personal.
La doctrina cristiana de la creación excluye completamente un dualismo metafísico o cósmico, ya que enseña cómo todo en el universo, espiritual y material, ha sido creado por Dios y emana, pues, del Bien perfecto.
En el contexto de la doctrina de la Encarnación, también el cuerpo es visto como parte intrínseca de la persona. El Evangelio de Juan afirma que «El Verbo se hizo carne», para subrayar, en contraposición al docetismo, que Jesús tenía un cuerpo físico real y no un cuerpo fantasma.
Además Jesús nos redime a través de cada acto cumplido por Él en su cuerpo. Su cuerpo ofrecido por nosotros y su Sangre derramada por nosotros significan el don de su Persona para nuestra salvación. La obra redentora de Cristo se cumple en la Iglesia, su cuerpo místico, y se hace visible y tangible a través de los sacramentos. Los efectos de los sacramentos, en cuanto ellos mismos principalmente espirituales, se actúan a través de signos materiales perceptibles, que pueden ser recibidos solamente en o con el cuerpo. Esto demuestra que no solo la mente del hombre es redimida, sino también su cuerpo.
El cuerpo llega a ser templo del Espíritu Santo
Finalmente, que el cuerpo sea parte esencial de la persona humana está insito en la doctrina de la resurrección del cuerpo al final de los tiempos, que hace comprender como el hombre exista en la eternidad como persona física y espiritual completa.
Para mantener la unidad de cuerpo y de alma enseñada en la Revelación, el Magisterio adopta la definición del alma* humana como «forma substantialis». Aquí el Magisterio se basa en la antropología tomista que, recorriendo a la filosofía de Aristóteles, ve al cuerpo y al alma como los principios materiales y espirituales de un solo ser humano[3].
Estas indicaciones bíblicas, doctrinales y filosóficas, convergen en la afirmación que la corporeidad del hombre participa de la imago Dei. Si el alma, creada a imagen de Dios, forma la materia para constituir el cuerpo humano, entonces la persona humana en su conjunto es portadora de la imagen divina en una dimensión tanto espiritual como corpórea. Esta conclusión se ve ulteriormente reforzada si se toma plenamente cuenta de las implicaciones cristológicas de la imagen de Dios: «En realidad solamente en el misterio del Verbo encarnado halla verdadera luz el misterio del hombre. Cristo revela plenamente el hombre al hombre y le da a conocer su altísima vocación» (GS 22)[4]. Unido espiritualmente y físicamente al Verbo encarnado y glorificado sobre todo en el sacramento de la Eucaristía, el hombre llega a su destino: la resurrección de su mismo cuerpo y la gloria eterna, en la cual participa como persona humana completa, cuerpo y alma, en la comunión trinitaria compartida por todos los beatos en la compañía del cielo» (Comunión y servicio, 14-31)[5].
Hombre y mujer
«En la Familiaris Consortio, Juan Pablo Il ha afirmado:
«En cuanto espíritu encarnado, es decir, alma que se expresa en el cuerpo informado por un espíritu inmortal, el hombre está llamado al amor en esta su totalidad unificada. El amor abarca también el cuerpo humano y el cuerpo se hace partícipe del amor espiritual. (n. 11)
Creados a imagen de Dios, los seres humanos están llamados al amor y a la comunión. Ya que. esta vocación se realiza de modo peculiar en la anión procreativa entre marido y mujer, la diferencia entre hombre y mujer es un elemento esencial en la constitución de los seres humanos hechos a imagen de Dios.
«Dios creó el hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó». Según la-Escritura, pues, la imago Dei se manifiesta, desde el comienzo, en la diferencia entre los :secos. Podríamos decir que el ser humano existe solamente como masculino o femenino, ya que a realidad de la condición humana aparece en la diferencia y pluralidad de los sexos.
Por eso, lejos de ser un aspecto accidental y secundario de la personalidad, éste es un elemento constitutivo de la identidad personal. Nosotros todos tenemos nuestro modo de existir en el mundo, de ver, de pensar, de sentir, de establecer relaciones de intercambio mutuo con otras personas, que están definidas ellas también por su identidad sexual. Según el Catecismo de la Iglesia Católica. “la sexualidad ejerce una influencia sobre todos los aspectos de la persona humana, en la unidad de su cuerpo y de su alma. Ésta concierne particularmente a la afectividad, la capacidad de amar y de procrear, y, de modo mas general, a la actitud de entrelazar relaciones de comunión con los demás.» (n. 2332). Los papeles atribuidos al uno o al otro sexo pueden variar en el tiempo y en el espacio, pero la identidad sexual de la persona no es una construcción cultural o social. Pertenece al modo específico en que existe la imago Dei.
Esta especificidad está reforzada por la Encarnación del Verbo. Él asumió la condición humana en su totalidad, asumiendo un sexo, mas llegando a ser hombre en ambos sentidos del término: como miembro de la comunidad humana, y como ser de sexo masculino. La relación entre cada uno de nosotros y Cristo está determinada en dos maneras: depende de la identidad sexual propia y de la de Cristo. (n. 32).
Además, la Encarnación y la Resurrección extienden también a la eternidad la identidad sexual originaria de la imago Dei. El Señor resucitado, ahora que está sentado a la derecha del Padre, permanece hombre. Podemos observar, además, que la persona santificada y glorificada de la Madre de Dios, ahora asunta corporalmente al cielo continúa siendo una mujer. Cuando en Gálatas 3, 2 San Pablo anuncia que en Cristo son anuladas todas las diferencias, incluida aquella entre hombre y mujer, está diciendo que ninguna diferencia humana puede impedir nuestra participación en el misterio de Cristo… Las diferencias sexuales entre hombre y mujer, aún manifestándose ciertamente con atributos físicos, de hecho trascienden lo meramente físico y tocan el misterio de la persona» (Comunión y servicio, 32-35).
La contribución del Papa Juan Pablo II: La «Teología del cuerpo»
George Weigel, teólogo católico americano, en su libro «Testigo de la esperanza, la vida de Juan Pablo II, protagonista del siglo» escribe[6]:
«En el momento de acceder al papado, Karol Wojtyla sabía que el esfuerzo más reciente de la Iglesia por abordar la revolución sexual y su relación con la vida moral, la encíclica Humanae vitae de Pablo VI, se había saldado con un fracaso pastoral y catequístico. El sentimiento de rechazo llevó a la conclusión de que la Iglesia no tenía nada serio que decir sobre ningún aspecto de la sexualidad humana.
Juan Pablo II vio llegado el momento de cambiar las bases del debate. La Iglesia no había encontrado ninguna voz con que abordar el desafío de la revolución sexual. Juan Pablo consideró que habían empezado a hacerlo él y sus colegas de Lublin y Cracovia, mediante las ideas sobre sexualidad humana contenidas en Amor y responsabilidad[7]. Había llegado la hora de ahondar en el análisis bíblico y llevarlo ante una audiencia mundial. El resultado fueron los ciento treinta discursos que, pronunciados a lo largo de cuatro años de audiencias generales, formaría The Theology of the Body («Teología del cuerpo») de Juan Pablo II”.
Notas
[1] Comisión Teológica Internacional, «Comunión y servicio», Editrice Vaticana 2005. Este estudio de la Comisión Teológica Internacional, que recoge el trabajo desarrollado entre el 2000 y el 2002, fue aprobado por la publicación el 23 de Julio del 2004 por el Cardenal J. Ratzinger, entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
[2] ¿En qué sentido el hombre ha sido creado a «imagen de Dios»? El hombre es creado a imagen de Dios en el sentido en que es capaz de conocer y de amar, en la libertad, a su propio Creador. Es la sola criatura, en esta tierra, que Dios quiso por sí misma y que llamó a compartir, en el conocimiento y en el amor, su vida divina. Él, en cuanto creado a imagen de Dios, tiene la dignidad de persona: no es un algo, sino alguien, capaz de conocerse, de donarse libremente y de entrar en comunión con Dios y con las demás personas (Compendio CEC. 66).
[3] ¿Cómo es que en el hombre el alma y el cuerpo forman una unidad?
La persona humana es un ser al mismo tiempo corpóreo y espiritual En el hombre el espíritu y la materia forman una única naturaleza. Esta unidad es tan profunda que, gracias al principio espiritual que es el alma, el cuerpo, que es material, llega a ser un cuerpo humano y viviente, y participa de la dignidad de imagen de Dios (Compendio CEC. 69).
¿Quién dona el alma al hombre?
El alma espiritual no proviene de los padres, sino que es creada directamente por Dios, y es inmortal. Separándose del cuerpo en el momento de la muerte, ella no perece; se unirá nuevamente al cuerpo en el momento de la resurrección final (Compendio CEC. 70).
[4] ¿Para qué fin Dios creó al hombre?.
Dios creó todo para el hombre, pero el hombre ha sido creado para conocer, servir y amar a Dios. Para ofrecerle en este mundo toda la creación en acción de gracias, y ser elevado a la vida con Dios en el cielo. Solamente en el misterio del Verbo Encarnado halla verdadera luz el misterio del hombre, predestinado a reproducir la imagen del Hijo de Dios hecho hombre, que es la perfecta «imagen del Dios invisible» (Col. 1, 15) (Compendio CEC. 67)
[5] ¿Qué significa «resurrección de la carne?
Significa que el estado definitivo del hombre no será sólo el alma espiritual separada del cuerpo, sino que también nuestros cuerpos mortales un día recobrarán vida (Compendio CEC. 203).
¿Qué le pasa a nuestro cuerpo y a nuestra alma, con la muerte?
Con la muerte, separación del alma y del cuerpo, el cuerpo cae en la corrupción, mientras que el alma, que es inmortal, va hacia el juicio de Dios y espera reunirse con el cuerpo cuando, en el momento en que vuelva el Señor, resurgirá transformado. Comprender cómo acontecerá la resurrección supera las posibilidades de nuestra imaginación y de nuestro entendimiento (Compendio CEC. 205).
[6] George Weigel, Testigo de Esperan=, Biografía de Juan Pablo 11, Ed. Plaza&Janés Editores, 1999, pp. 454-455
[7] Karol Wojtyla Amor y responsabilidad, Ed. Plaza & Janés, 1996.