Juan Pablo dedicó las audiencias de los miércoles, entre septiembre de 1979 y noviembre de 1984, a presentar una exégesis bíblica profunda del misterio del matrimonio y la sexualidad
Autor: Gabriela Vega | Fuente: Catholic.net
LOS ANTECEDENTES DE LA TEOLOGÍA DEL CUERPO
Discutiendo los asuntos morales actuales, un cardenal europeo provocó asombro diciendo que la contracepción “está al final de la lista” en orden de importancia. Contraste esto con la aseveración de el Cardenal Wojtyla en el décimo aniversario de Humanae Vitae, que el asunto de la contracepción “es una lucha por el valor y el significado de la humanidad misma” (Lateranum 44, 1978). ¿Qué quería decir?
Como joven sacerdote y luego como cardenal, Karol Wojtyla se dedicó a reflexionar sobre el misterio del amor conyugal. Él fue bendecido con un don de pensamiento admirable. Sin saber que, pocos meses después de declarar la aseveración anterior, el llevaría esos dones al mundo como el Papa Juan Pablo II. Poco más de treinta años más tarde, cerca de dos terceras partes de lo que la Iglesia ha expresado oficialmente acerca del matrimonio y la sexualidad proviene de su pontificado.
Juan Pablo dedicó las audiencias de los miércoles, entre septiembre de 1979 y noviembre de 1984, a presentar una exégesis bíblica profunda del misterio del matrimonio y la sexualidad. Es esta serie de audiencias la que se conoce colectivamente como “la teología del cuerpo”. Fue una inspiración proveniente de la afirmación hecha por Pablo VI en la encíclica Humanae Vitae, de que el problema de la regulación de los nacimientos debe ser considerada a la luz de “una visión integral del hombre” (cf. n. 7). La catequesis de Juan Pablo sobre el cuerpo ofrece esa “visión integral del hombre”, o lo que él llama una “antropología adecuada”. Sus pensamientos ofrecen un contexto completamente nuevo para entender la enseñanza de Humanae Vitae y demuestra que lejos de estar “al final de la lista”, este asunto es de crucial importancia.
UNA NUEVA SÍNTESIS DEL EVANGELIO
Revela el corazón del hombre de todos los tiempos
¿Cuántas veces han encontrado resistencia cuando tratan de presentar las buenas nuevas de la enseñanza de la Iglesia a otros, con expresiones tales como: “Eso es muy abstracto”, o “La Iglesia no está ´en contacto´ con la experiencia real de la vida?” Quizás aún sin saberlo, muchos de nosotros hemos heredado un modo de explicar la fe que tiene sus raíces en las formulaciones objetivas de principio de Tomas de Aquino.
Sin embargo, como la mentalidad moderna es muy subjetiva y experimental, las formulaciones tradicionales de la fe son típicamente vistas como abstracciones que tienen muy poco que ver con la experiencia propia de la persona.
Hay un daño inherente en la mentalidad moderna que apela la experiencia como único juez de la realidad. Esto lo vemos en el relativismo moral imperante de hoy en día. Sin embargo, este “volver al tema” no es del todo malo. Podemos aprender mucho acerca de quién es el hombre como persona, examinando la experiencia humana auténtica. Esto es precisamente lo que Juan Pablo II hace en su teología del cuerpo. Este enfoque filosófico para entender al hombre (fenomenología) le permite penetrar el misterio de la persona humana con una claridad y precisión sin precedentes. Nos ayuda a comprender los movimientos de nuestro ser más íntimo.
El resultado es una nueva síntesis del Evangelio al cual la mente moderna puede referirse. La persona honesta no puede sino reconocer su propio corazón que ha sido revelado. Simplemente llama la verdad. “Puedo identificarme con esto,” él responde. “Esta es la manera en que experimento la vida.”
Esta nueva síntesis “personalista” no es de ninguna forma una desviación del patrimonio de la Iglesia, sino más bien un auténtico desarrollo de la misma. Ésta concilia las visiones objetivas y subjetivas del mundo para una “visión integral del hombre”. Para unir ambas, Juan Pablo evita la abstracción y el subjetivismo, y nos da un nuevo lenguaje con el cual expresar la fe – un nuevo lenguaje para una nueva evangelización.
Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. “Esto es una verdad objetiva la cual es al mismo tiempo central a la experiencia humana”. Entonces, entendiendo nuestra propia experiencia – subjetiva como es – entendemos algo de Dios porque somos imagen de Dios. Es en Dios que encontramos la verdad final sobre nosotros mismos.
El vínculo en este movimiento del hombre a Dios y de Dios al hombre es, por supuesto, Él. Jesucristo “en la revelación misma del misterio del Padre y de su amor, pone de manifiesto plenamente al hombre y le descubre la sublimidad de su vocación” (Gaudium et Spes n.22). La catequesis completa de Juan Pablo sobre el cuerpo podría simplemente ser considerada un comentario de este pasaje de Vaticano II.
EL CONTENIDO DE LA TEOLOGÍA DEL CUERPO
La teología del cuerpo consiste de un análisis investigativo de textos bíblicos que revelan el misterio del cuerpo, la sexualidad y el matrimonio en tres niveles críticos de la experiencia humana:
Tríptico Antropológico, que conforma su “Antropología adecuada”:
1. Cómo el hombre los experimentó “en el principio” antes del pecado (Hombre Originario)
2. Cómo el hombre los experimenta en la historia humana afectada por el pecado, pero redimido en Cristo (Hombre Histórico)
3. Y cómo un hombre los experimenta en la resurrección del cuerpo (Hombre Escatológico).
Él continúa su catequesis analizando los pasajes de las escrituras que revelan:
4. El significado del celibato cristiano.
5. El matrimonio cristiano a la luz de “la visión integral del hombre”.
6. Concluye entonces con una reflexión de Humanae Vitae demostrando que la doctrina contenida en este documento está orgánicamente relacionada a (…) la pregunta bíblica completa de la teología del cuerpo” (Audiencia General 28/11/84).
De acuerdo con Juan Pablo, al reflexionar en estos tres niveles de “experimentar” el cuerpo, la sexualidad y el matrimonio, descubrimos la misma estructura y profunda realidad de la identidad humana- encontramos nuestro lugar en el cosmos y hasta penetramos el misterio del Dios Trinitario.
¿Cómo puede esto ser así a través de la contemplación del cuerpo, el sexo y el matrimonio? Como nos enseña Juan Pablo, la pregunta sobre sexualidad y matrimonio no es un asunto periférico. De hecho, el dice que la llamada al “amor esponsal” inscrita en nuestros cuerpos es “el elemento fundamental de la existencia humana en el mundo” (Audiencia General 16/1/80). A la luz de Efesios 5, la Sagrada Escritura llega a decir que la verdad final acerca del “gran misterio” del matrimonio “es en cierto sentido el tema central de toda la revelación, su realidad central” (Audiencia General 8/9/82).
El matrimonio: ícono del amor divino
Todo esto que Dios nos quiere decir en la tierra acerca de quién es Él, el significado de la vida, la razón para crearnos, como vivir, así como también nuestro último destino, está contenido de algún modo en el significado del cuerpo humano y el llamado al varón y a la mujer a ser “un cuerpo” en el matrimonio. ¿Cómo? Dirigiéndose siempre a las escrituras, el Santo Padre nos recuerda que el misterio cristiano en sí mismo un misterio sobre el matrimonio- el matrimonio entre Cristo y su Iglesia. Sí, el plan de Dios por toda la eternidad es envolvernos en la comunión más cercana con el mismo – “casarse con nosotros”. Jesús tomo un cuerpo para que nosotros pudiéramos ser “un cuerpo” con Él (lo que hacemos en la Eucaristía).
Este plan eterno de Dios está inscrito en (y revelado a través de) nuestros mismo ser como varón y mujer y nuestro llamado a ser “un cuerpo” en el matrimonio. Como dice San Pablo, citando el Génesis, “Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne. Gran misterio es este, lo digo respecto a Cristo y la Iglesia.” (Ef 5:31,32).
Juan Pablo II explica que Dios ha creado la unión de “una sola carne”, de un hombre y una mujer para ser la revelación fundamental en el mundo creado de su propio misterio divino – el misterio de su Vida y su Amor, y su plan para que nosotros compartamos en esta Vida y Amor a través de Cristo.
LA TEOLOGÍA QUE ESTUDIA EL CUERPO HUMANO
Cuando Dios se reveló al mundo, lo hizo a través del cuerpo humano. Así que no debe sorprendernos que el Papa Juan Pablo II se refiera al estudio del cuerpo como una teología. Como él lo dice: “Por el hecho de que la Palabra de Dios se hizo carne, el cuerpo entra en la teología por la puerta principal” (Audiencia General 2/4/80).
Lo invisible se hace visible
El Santo Padre nos reta a ver que el cuerpo humano se comunica de una forma única. El cuerpo proclama y hace presente el plan eterno y el misterio de Dios. “El cuerpo, de hecho, y sólo el cuerpo, es capaz de hacer visible lo que es invisible: lo espiritual y lo divino,” dice el Papa (Audiencia General 20/2/80). En otras palabras, no podemos ver las cosas espirituales con nuestros ojos, estas son invisibles por naturaleza. Pero a través del cuerpo se hacen visibles. El cuerpo revela la naturaleza espiritual de cada persona (lo que ocurre dentro de ella), pero no se limita a la parte humana. También debemos recordar que nosotros como personas con cuerpo (los ángeles son personas, pero no tienen cuerpo), estamos hechos a la imagen de Dios invisible. Juan Pablo II dice, “[el cuerpo] fue creado para transferir en la realidad visible del mundo el misterio invisible escondido en Dios desde tiempo inmemorial, y así siendo un signo de esto” (Audiencia General 20/2/80).
El cuerpo humano revela el misterio de Dios
En resumen: El cuerpo no sólo representa la parte espiritual de cada ser; ¡El cuerpo humano revela el misterio de Dios!
La sexualidad como punto central en la imagen y semejanza
Los filósofos de la Edad Media desarrollaron sus ideas sobre las Personas de la Trinidad y la relación entre ellas, pero no las aplicaron a su definición de la persona humana. Esta es la gran aportación hace Juan Pablo II. Para él, si Dios es una Comunión de Personas que dan vida, “el hombre fue hecho ´imagen y semejanza de Dios´ no sólo en su propia humanidad, sino también mediante la comunión de personas que el hombre y la mujer formaron desde el principio” (Audiencia General 11/14/79).
Comunión matrimonial ícono de Dios trinitario
La “comunión de personas” (en latín, communio personarum) es un concepto clave para Juan Pablo II. El abrazo esponsal no es meramente la unión de los cuerpos, es una comunión de personas que sólo es posible a través del cuerpo. ¡Esta comunión de personas en “una sola carne” es un icono (representación de lo que ocurre) de la vida íntima de la Trinidad! Esto lo debemos recibir con unción.
El límite de la analogía
Tenemos que recurrir a la analogía. Pero siempre es una aproximación al misterio de Dios imperfecta. Dios no es un ser sexuado. Lo entenderemos cuando veamos lo que será la comunión de los santos
LA ANTROPOLOGÍA ADECUADA
EL HOMBRE ORIGINARIO
Todas estas afirmaciones decimos que son verdades objetivas acerca de la persona humana porque ellas pueden encontrarse en el primer relato del Génesis. Estas verdades se confirman y se ven con mayor profundidad en las experiencia subjetivas (lo que les pasa a cada uno) de Adán y Eva en el segundo relato de la creación. (Aquí empezamos a ver cómo, magistralmente Juan Pablo II une una visión del mundo objetiva y otra subjetiva para lograr “una visión integral del hombre”, según se discutió en la introducción).
“En el Principio”
Cuando los fariseos preguntaron a Jesús sobre el divorcio, él les señaló la unidad perfecta del hombre y la mujer en “el principio”. “¿No habéis leído que el Creador, desde el principio, los hizo varón y hembra, y que dijo: ´los dos se harán una sola carne´? Pues bien, lo que Dios unió no lo separa el hombre” (Mt 19:4-6) . Es por las palabras de Cristo que Juan Pablo II atrae nuestra atención hacia el Libro del Génesis.
El eco del corazón
La intención de Dios cuando creó al hombre original (creado en el principio, antes del pecado) es la misma que debemos usar para el matrimonio. Pero para comprenderlo, nosotros, como hombre histórico (manchado por el pecado), debemos seguir el profundo “eco” de nuestro corazón en nuestra “prehistoria”. Aquí, en un mundo sin mancha de pecado (un mundo difícil de imaginar), descubrimos las experiencias de:
1. La soledad original
2. La unidad original
3. La desnudez original
La soledad original
Luego de dar nombre a todos los animales, el hombre se dio cuenta que estaba solo en el mundo, no “encontró una ayuda adecuada” (Gen 2:20). Esta es la experiencia de la soledad original que vivimos los seres humanos. Sentimos que estamos solos en el mundo visible de la creación. Más aún, experimentamos un anhelo de vivir en comunión con otras personas, de amar y ser amados. Experimentamos que somos diferentes de “los animales” (la palabra que resume esta diferencia es persona).
Libre para amar
Al ser persona [Adam] estaba consciente de su “yo”, era libre para determinar sus propias acciones; sólo él (entre todas las creaturas) estaba llamado a amar. Porque el ser humano, precisamente como varón y hembra, está hecho a la imagen y semejanza de Dios “que es amor” (Gen 1:27, 1 Jn 4:8). Por esto, el Amor es el origen del hombre, su vocación y su fin.
Y Dios formó a la mujer
Ésta es la razón por la cual “no es bueno que el hombre esté solo” (Gen 2:18) – no tiene a quien amar. Así que para crearle una “ayuda adecuada”, el Señor provocó que el hombre cayera en un profundo sueño (también puede traducirse como “éxtasis” (lleno de alegría y admiración) porque ¡descubrir a alguien a quien amar nos llena de éxtasis! Luego tomando una “costilla” de su costado, Él formó la mujer. Juan Pablo II señala en una nota al pie de la página, que la palabra “costilla” en el lenguaje bíblico original se escribe igual que la palabra “vida” (Audiencia General 11/7/79). De un modo poético el texto bíblico está indicando que la mujer surge de la misma vida que el hombre. En otras palabras, ella también es persona.
La ayuda adecuada para amar
Como explica el Papa, “no hay duda de que el hombre cayó en ese “sueño” con el deseo de encontrar un ser como él. De este modo el círculo de soledad del hombre-persona, se rompe, porque el primer hombre despierta de su [éxtasis] como ´varón y mujer´” (Audiencia General 11/7/79). Inmediatamente el hombre exclamó: “Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne” (Gen. 2:23). Es decir, “Finalmente, una persona con la que puedo compartir el regalo de la vida. ¡Finalmente una persona a quien puedo amar!”.
La unidad original
Es por esta razón (porque ambos son personas creadas una para la otra) que “el hombre dejará a su padre y a su madre y se une a su mujer y se hacen una sola carne” (Gen 2:24). Esta es la experiencia de la unidad original: ellos descubren que están solos, así confirman que son únicos como personas y diferentes del mundo visible de las criaturas y al mismo tiempo logran romper su soledad (ya que encuentran a otra persona a quien amar).
La desnudez original
Lo que el hombre y la mujer tienen en común es revelado a través del cuerpo- “carne de mi carne”. También el cuerpo revela sus diferencias complementarias. Fue a través de esa desnudez original que ellos supieron que habían sido creados para amarse mutuamente. La desnudez reveló que: “Podemos darnos nosotros mismos (incluyendo nuestros cuerpos) mutuamente y vivir en una vida de entrega… una comunión de personas” (por ejemplo: el matrimonio). Este fue el único deseo que su cuerpo provocó en sus corazones -un deseo de amar como Dios ama. De ahí que “ambos estaban desnudos y no sintieron vergüenza” (Gen 2:25).
Significado esponsal del cuerpo
La desnudez original nos habla de “el significado esponsal del cuerpo”, otro tema importante en la catequesis del Papa. El significado esponsal del cuerpo es “la capacidad del [cuerpo] para expresar amor: precisamente ese amor donde la persona se entrega como algo valioso y – de esta forma – cumple el verdadero significado de su ser (descubre realmente quién es) y su existencia (descubre su razón de vivir)” (Audiencia General 16/1/80).
Nos descubrimos en la entrega al otro
Hagamos un alto para asimilar lo que el Papa está diciendo aquí. Cuando vivimos nuestra sexualidad de acuerdo a la verdad, descubrimos y cumplimos la razón de nuestra existencia (Para aquellos que están buscando el significado de la vida. ¡Pues bien, aquí esta!) Esto es así porque según nos enseñó el Concilio Vaticano II, el hombre “no puede encontrarse plenamente a sí mismo sino por la sinceramente entrega de sí mismo a los demás” (Gaudium et Spes n. 24). Es precisamente en y a través de nuestros cuerpos, y mediante nuestra sexualidad, que nos damos cuenta de nuestro llamado a darnos a sí mismos. De este modo, Juan Pablo II puede decir, “estamos convencidos del hecho de que el conocimiento del significado [esponsal] del cuerpo… es el elemento fundamental de la existencia en el mundo” (Audiencia General 16/1/80).
¿Será posible que nuestra sexualidad sea tan importante? Tan torcida como ha llegado a ser, la fascinación permanente del hombre por el sexo habla de cuán importante es él.
Surge pues una pregunta importante: ¿Cómo llegó a ser tan torcida? La teología del cuerpo de Juan Pablo II ofrece algunos pensamientos muy profundos y originales como respuesta a esta pregunta.
Resumiendo las experiencias originarias
A través del significado esponsal de sus cuerpos, el primer hombre y la primera mujer tuvieron la experiencia del Amor. Ellos se dieron cuenta de que su existencia y toda la creación era un regalo, y que el Amor (Dios) era la fuente de ese regalo. En este estado de inocencia original, su desnudez les reveló que estaban llamados a compartir en este Amor, siendo “regalos” el uno para el otro. En unión al Amor de Dios, su amor recrearía el misterio de la creación (procreación). Antes del pecado, este era el verdadero sentimiento del deseo sexual – amar a Dios como Dios ama, entrega total que da fruto y receptividad (matrimonio).
Varón y mujer son don para el otro
Toda la creación ha sido creada para su bien y estaban llamados a tener dominio sobre ella (Gen. 1:28). La persona humana, sin embargo, está creada “para su propio bien”, (cf. Gaudium et Spes 24). Las personas no pueden someterse o dominar a otras. Así que el primer hombre y la primera mujer no tenían deseo de poseerse el uno al otro – sólo para dar y recibir mutuamente, en lo que el Papa Juan Pablo II llama “la libertad del don”.
Se conocieron en la plenitud de la intimidad personal
En esta libertad se vieron y se conocieron “con toda la paz de la contemplación interior, la cual crea…la plenitud de la intimidad de las personas” (Audiencia General 2/1/80). “Estaban ambos desnudos, el hombre y su mujer, pero no se avergonzaban el uno del otro” (Gen. 2:25), ya que vivían conforme a su dignidad como personas.
EL HOMBRE HISTÓRICO
Al estudiar al hombre originario, buscábamos seguir el eco profundo de nuestro corazón en nuestra “prehistoria”. Ahí descubrimos la experiencia del cuerpo del hombre como varón y mujer antes del pecado, en lo que el Papa Juan Pablo llama la soledad original, la unidad original y la desnudez original. Lo que experimentamos ahora, después del pecado es de alguna manera lo “negativo” de la imagen, la cual ha tenido de “positivo” estas experiencias originales (cf. Audiencia General 4/2/81).
El pecado original y la vergüenza
La vergüenza entra sólo luego de que ellos negaran el Amor como la fuente de la creación. La serpiente los tienta a creer que Dios no se relaciona con ellos en el ámbito del don – “Es que Dios sabe bien que el día en que comiereis de él, se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y el mal” (Gen. 3:5). La implicación era: Dios no quiere que seas como él – Dios no es Amor, Dios no es “don”. Si quieres ser como Dios, debes tomar esa semejanza para poseerte a ti mismo. ¡Qué trágico! El hombre ya había estado dando libremente esa semejanza a Dios como un don – un don que sólo él necesitaba recibir – pero ahora un regalo negado en su corazón (Audiencia General 4/30/8, CIC n. 397).
Dejaron de ser don para el otro
Mientras que la experiencia de la desnudez original les reveló el significado del “don”, ahora la experiencia de la desnudez cambia. A través de la negación del don en Dios, ellos subsecuentemente negaron “la dimensión interior del don recibido y el don a entregarse (si el hombre y la mujer niegan el Amor de Dios en sus corazones, ya no tienen la capacidad de amarse mutuamente – tú no puedes dar lo que no tienes).
Comunión-amor vs. deseo sexual-posesión
Al carecer del Amor de Dios, al carecer de la confianza mutua en dar y recibir en la libertad del don, el deseo sexual, también, se hace un deseo de asir y poseer. La otra persona es vista no como una persona a quien amar, sino como una cosa para el uso de su propia gratificación. Así que, “La diferencia entre el sexo masculino y sexo femenino se sintió repentinamente y fue entendida como un elemento de confrontación mutua [en vez de comunión]” (Audiencia General 4/6/80). De este modo, la desnudez en la presencia del otro – y en la presencia de Dios- se torna una experiencia de miedo, enajenación y vergüenza. “…Tuve miedo, porque estoy desnudo; por eso me escondí (Gen. 3:10)”.
Pudor: experiencia que hace eco del origen
Como señala el Papa Juan Pablo II, la experiencia de vergüenza ahora conectada a la desnudez tiene doble sentido. Este denuncia la pérdida de respeto en el corazón del hombre para el significado nupcial del cuerpo y una inherente necesidad de preservarlo.
Lujuria: deseo sexual sin el amor de Dios
Debido a la lujuria -el deseo de asir, poseer, usar- perdieron “la paz de la contemplación interior”, asociada a la desnudez original. El hombre siente vergüenza por esta pérdida. Está avergonzado, no del cuerpo como tal, sino de la lujuria en su “corazón”. Sin embargo, todavía reconocían que eran personas creadas por Dios “para su propio bien”, por lo que estaban profundamente conscientes de que la lujuria violaba su dignidad. Cubriendo sus órganos sexuales demostró la necesidad inherente de proteger el cuerpo de la degradación de la lujuria. Esta es una función positiva de la vergüenza.
La batalla del corazón: amor vs. lujuria
La experiencia confirma las observaciones del Papa y la historia relata la realidad del efecto del pecado en la relación del hombre y la mujer (“Hacia tu marido irá tu apetencia y el te dominará” – Gen. 3:16). El “corazón” se ha convertido en un campo de batalla entre el amor y la lujuria, amenazando habitualmente, el significado nupcial del cuerpo. Como dice el Papa Juan Pablo II, debido a la concupiscencia (las pasiones desordenadas del hombre), “El cuerpo humano en su masculinidad y femineidad casi han perdido la capacidad de expresar este amor en el cual la persona se hace un regalo…” (Audiencia General 23/7/80).
Pureza para ganar la batalla
Así, si el hombre histórico vive de acuerdo con el significado esponsal de su cuerpo y “cumple con el verdadero significado de su ser y su existencia,” debe ganar la batalla entre su corazón y la lujuria. Debe ver su cuerpo nuevamente, como la revelación del eterno misterio de Dios. De acuerdo al Santo Padre esto, es el verdadero significado de la pureza de corazón (cf. Audiencia General 18/3/81). ¡Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios (Mt. 5:8) – en su cuerpo!
Un cambio de corazón
Ponderemos esto por un momento. El hombre puro no evita su sexualidad. El hombre puro ve la revelación del misterio de Dios en su sexualidad, a pesar de las miles de formas que el hombre la pervierte. El hombre puro es capaz de tomar la imagen “negativa” y permitirle al Espíritu Santo desarrollarla en “positiva”. Esta imagen positiva hace visible el misterio invisible de Dios (cf. Audiencia General 20/2/80). En este modo, el hombre puro ve a Dios en el cuerpo humano. ¡Qué extraviadas están esas formas de espiritualidad que tienden a igualar la santidad con una actitud puritana hacia la sexualidad!
El hombre histórico: redimido
Esta es la pureza a la que Cristo nos llama cuando dice, “Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón” (Mt. 5:28). Dándonos un mandato más allá de nuestra habilidad para vivirlo, Cristo establece el escenario para nuestra redención. “Pues cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte” (2 Cor 12:10).
Nuestra fuerza viene de Cristo
El Papa Juan Pablo II interroga: “¿Estamos temerosos de la severidad de las palabras de Cristo, o en vez confiaremos en su contenido salvífico, en su poder?” (Audiencia General 8/10/80). Su poder descansa en el hecho de que el hombre que las articula es “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1:29). Quienquiera que permita que estas palabras actúen en su corazón escuchará un “eco” del plano original de Dios para la sexualidad. Este gustará de la libertad que perdió y anhela su restauración. Él sentirá en lo profundo de su corazón la tragedia del pecado y gritará arrepentido y por el poder del Espíritu Santo, Cristo lo salvará.
La Buena Nueva
Esta es la Buena Nueva del Evangelio. A pesar de que no podemos volver al estado de la inocencia original, podemos vivir como Dios lo quiso “desde el principio” si poseemos la redención de nuestros cuerpos (Rom. 8:23). El llamado para todo hombre, mujer, casado o soltero es experimentar esta redención. Es un error pensar que el matrimonio de alguna manera, ofrece una salida “legítima” a nuestros deseos sexuales desordenados. En un llamado fuerte y claro a los esposos a elevar la dignidad de sus esposas, el Papa Juan Pablo II afirma que el hombre puede cometer adulterio “en su corazón” aún con su misma esposa si la trata sólo como un objeto para satisfacer su concupiscencia (cf. Audiencia General 8/10/80).
La donación como norma del encuentro esponsal
A pesar de lo que los medios seculares decían, el Papa no estaba sugiriendo de ninguna forma que las relaciones matrimoniales en sí son adúlteras. En un mundo que estimula el sexo meramente para la gratificación de instintos desordenados, Juan Pablo II estaba llamando a los esposos de vuelta hacia a la intención original de la donación de sí como la norma para las relaciones sexuales.
La cruz de Cristo hace posible el cambio de corazón
Esto es un llamado difícil. Aun los más devotos esposos se enfrentan a la realidad de deseos imperfectos y motivos mezclados. Pero Cristo ha revelado, cumplido y restaurado definitivamente el significado nupcial del cuerpo, haciendo un “sincero regalo” de su propio cuerpo a su Novia (la Iglesia) en la cruz. Esto significa que, amar como Cristo ama es verdaderamente posible a través del poder del Espíritu Santo el cuál se derrama en nuestros corazones (Rom. 5:5).
Cristo es el camino
A través de este “sincero regalo” de sí mismo, Cristo “pone de manifiesto plenamente al hombre ante el propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación” (Gaudium et Spes n. 22). ¡La vocación sublime del hombre es que él está hecho para la unión nupcial con Cristo! Esto está escrito es su verdadero ser como mujer y varón. La tragedia del pecado es que, en vez de dar gracias a Dios por tan grande regalo, el hombre deja morir su confianza en este regalo y busca tomar a Dios para sí mismo. Pero la gloria del evangelio es que “Él, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. En vez, se humilló, haciéndose carne y en acción de gracias (eucaristía) por un regalo al Padre, obedeciendo hasta la muerte – y muerte de cruz (Fil 2:6-8).
Sufrimiento redentor
Al estar el hombre histórico manchado por el pecado, vivir de acuerdo a la verdad de su cuerpo debe llevarlo hasta la cruz. Debemos entrar al “cuarto oscuro”, si tenemos la esperanza de que la imagen “negativa” desarrolle la “positiva”. Esto significa sufrir.
Cristo se entrega como don al hombre
Cristo, el Nuevo Adán, construye el camino reviviendo las mismas experiencias del primer Adán. Sus palabras, “¡Dios mío!, ¡Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?” (Mt 27:46), hablan de su experiencia de soledad, una soledad de intenso sufrimiento. Aún así, creyendo en el regalo del Padre (a diferencia del primer Adán), esta soledad le llevó al final a ser el regalo de sí mismo. En su desnudez el soportó la cruz, sin miedo a la ignominia (Heb 12:2). A través de la cruz, Cristo estableció nuevamente la unidad entre Dios y el hombre.
La nueva creación en Cristo
¡Nuestra redención está ganada! En las propias palabras de Cristo, “Todo está cumplido” (Jn 19:30). ¿Qué está cumplido? El matrimonio místico del Nuevo Adán y Eva. Cristo entró en el “sueño profundo” de la muerte y la “mujer” (Jn 19:26) es concebida inmaculadamente de su costado fluyendo sangre y agua: representando el Bautismo y la Eucaristía. Y de la unión mística da el “nuevo nacimiento” del discípulo amado (“Ahí tienes a tu madre” [Jn 19:27]). ¡La creación es recapitulada!
A la luz de la cruz, ¿podemos continuar negando el regalo de Dios ”este es mi cuerpo que será entregado por vosotros?” Todo lo que tenemos que hacer es recibirlo.
María: modelo de la nueva Eva
Nuestro modelo para hacerlo es “la mujer” en quien su fiat encontró plenitud al pie de la cruz: “Que se haga en mí según tu palabra”. Según hacemos nuestras sus palabras, concebimos nueva vida en nosotros por el Espíritu Santo. Así como la concupiscencia ciega al hombre y la mujer de su propia verdad y distorsiona los deseos del corazón, más aún la “vida de acuerdo al Espíritu Santo” le permite al hombre y la mujer encontrar nuevamente “la libertad del regalo” unido al significado nupcial del cuerpo (cf. Audiencia General 1/12/82).
EL HOMBRE ESCATÓLOGICO
Pero este no es el final de la historia. El trabajo de Dios en la Creación y la Redención es sólo un presagio de la consumación de todas las cosas al final de los tiempos. ¿Qué nos dice la teología del cuerpo acerca de la resurrección final?
Miremos hacia nuestro destino
Hasta ahora hemos buscado junto al Santo Padre el significado más profundo de la diferencia entre los sexos y la unión sexual reflexionando sobre nuestro origen y nuestra historia. Ahora, para tener una “visión total del hombre” tenemos que mirar hacia nuestro destino. ¿Que significaría la experiencia del cuerpo, la sexualidad y el matrimonio para el hombre escatológico (el hombre al final de los tiempos)? Esta perspectiva nos permite entender el significado del celibato cristiano y la sacramentalidad del matrimonio.
La Resurrección del Cuerpo
Cristo nos dijo que el hombre y la mujer no se darán en matrimonio en la resurrección (cf. Mt 22:30). ¿Contradice esto entonces de algún modo lo que el Papa Juan Pablo ha dicho hasta ahora sobre el significado nupcial del cuerpo? ¡Al contrario! Las palabras de Cristo apuntan, de hecho a la gloria de todo lo que él ha dicho. Porque en la resurrección “descubrimos – en una dimensión escatológica – el mismo (…) significado ´nupcial´ del cuerpo (…) al encontrarnos (…) “de cara a cara” con el misterio de Dios vivo (Audiencia General 9/12/81).
Comunión con la Comunión (Dios trinitario)
La idea que tienen algunas religiones acerca de que después de la vida, el cuerpo se libera de su “prisión”, no podría ser más remota en el Cristianismo. El llamado del cuerpo a la comunión no se logra cuando vayamos al cielo. Allá será algo más completo que el matrimonio y más completo que la comunión: viviremos la comunión de los Santos en comunión con la Comunión de la Trinidad. “Esto será una experiencia completamente nueva, dice el Papa Juan Pablo, “y al mismo tiempo no será alienada [distinta] de ninguna forma de aquello que el hombre tomó parte ´al principio´ ni del (…) significado procreativo del cuerpo y el sexo. El hombre del ´mundo futuro´ encontrará otra vez en esta nueva experiencia de su propio cuerpo, precisamente la consumación de lo que él tiene calado dentro de sí perennemente [desde el principio] e históricamente” (Audiencia General 13/1/82).
Las bodas del Cordero
En el cielo ocurrirá la consumación del matrimonio entre Cristo y la Iglesia. Y todo esto está anunciado ´desde el principio´ en nuestra creación como masculino y femenino y nuestro llamado a ser una “sola carne”. Es por esta razón que Juan Pablo II dice que el matrimonio es el sacramento primordial [de donde vienen los demás sacramentos]. Pero precisamente al ser un sacramento – un signo visible de una realidad invisible – el matrimonio no es la última palabra del hombre en la tierra. Este señala al matrimonio celestial como verdadero destino de la persona. Cuando Cristo dice que [al final de los tiempos] un hombre y una mujer no se darán en matrimonio, lo que está diciendo es que ya no necesitaremos de esos signos que nos dirijan al cielo porque ya estaremos en el cielo. Estaremos ahí. ¡La plenitud definitiva del significado nupcial del cuerpo [hecho para el otro] ha llegado!
EL CELIBATO CRISTIANO
Como lo explica el Santo Padre en estas impresionantes palabras: “El matrimonio y la procreación no determinan en definitiva el significado original y fundamental del ser (…) hombre y mujer. El matrimonio y la procreación meramente dan una realidad concreta a ese significado en la dimensión de la historia” (Audiencia General 13/1/82). En otras palabras la vida matrimonial en la tierra es la preparación para el matrimonio en el cielo.
Presentando las bodas del Cordero en la tierra
Ahora la puerta está abierta para que podamos entender el sentido del celibato cristiano. Aquellos que son célibes “por el Reino de los Cielos” (Mt. 19:12), escogen vivir el matrimonio celestial [unidos para siempre con Dios] aquí en la tierra. Ellos “se saltan” el sacramento [un símbolo] para participar del verdadero. Los que hacen, dan un paso más allá de la vida terrenal [dimensión histórica] – aún cuando siguen viviendo la vida terrenal – para decir con sus vidas que “ha llegado el reino de Dios” (Mt. 12:28) [la vida celestial]. El celibato cristiano no quiere restarle importancia al matrimonio, más bien quiere presentar su propósito y significado final aquí en la tierra.
Redescubrir la sexualidad en Cristo
El celibato y el matrimonio son respuestas al llamado inscrito en nuestra sexualidad de darnos en amor. Como dice Juan Pablo II, “…en base al significado esponsal del cuerpo [llamado a darse al otro]… ahí puede formarse el amor que compromete al hombre en matrimonio para toda su vida, pero ahí también puede formarse el amor que compromete al hombre a una vida de abstinencia por el Reino de los Cielos” (Audiencia General 4/28/82). Así que, alguien que siente el llamado a ser célibe volverá a descubrir el verdadero significado de la sexualidad en Cristo [entrega amorosa] – como ocurre en el matrimonio auténticamente cristiano. No es un rechazo a la sexualidad. Según el Santo Padre, si alguno lo ve de esta manera, no está viviendo de acuerdo a las palabras de Cristo (Audiencia General 4/28/82).
También el célibe es fecundo
Aún más, ya que la fecundidad es parte de nuestra sexualidad, los términos, padre, madre, hermano y hermana son apropiados para ambos, el matrimonio y el celibato. Porque el amor nupcial es por su propia naturaleza dador de vida. Está orientado hacia formar una familia (cf. Gaudium et Spes n. 50). Así que la complementariedad de los sexos [hombre y mujer contribuyen lo propio para bien de ambos], necesaria para traer vida al mundo, también lo es para el matrimonio y la vocación del celibato.
Todo esto está preparando las bases para las reflexiones de Humanae Vitae. Sin embargo, no podemos entender el contenido completo de esas reflexiones sin entender primero el significado del matrimonio como signo sacramental [realidad visible (terrenal) de una realidad invisible (celestial)].
EL MATRIMONIO CRISTIANO
Aquí debemos volver a las palabras de San Pablo: “Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne. Gran misterio es éste, lo digo por respecto a Cristo y la Iglesia.” (Ef. 5:31, 32). “Este pasaje nos trae una dimensión del ´lenguaje del cuerpo´ que podría ser llamada ´mística´”, dice el Papa Juan Pablo en la Audiencia General de 4/7/84.
Matrimonio: sacramento que hace visible la gracia
Él pregunta, “¿No es el ´sacramento´ sinónimo del ´misterio´? “El sacramento [del matrimonio] consiste en la ´manifestación´ de ese misterio en un signo [visible] que sirve no solamente para proclamar el misterio [invisible], sino también para consumarlo en el hombre. El sacramento es un signo visible y eficaz de la gracia [hace lo que representa]. A través de este se consuma en el hombre ese misterio escondido en Dios desde la eternidad, del que habla la carta a los Efesios…” (Audiencia General 8/9/82).
Votos y encuentro esponsal
¿Cuál es ese “signo visible y eficaz de la gracia” en el matrimonio? Algunos teólogos dicen que son los votos matrimoniales. Otros dicen que es la relación sexual. El Papa Juan Pablo II contesta la pregunta reconociendo que son ambos. “En verdad, las palabras, ´Te tomo como mi esposa – mi esposo´ (…) pueden ser cumplidas sólo por medio de la relación sexual conyugal.”
…“[En la relación sexual conyugal hacemos] realidad lo que corresponde a estas palabras. Ambos elementos son importantes [en lo relacionado a] la estructura del signo del sacramento…” (Audiencia General 5/1/83).
El lenguaje del cuerpo que expresa el amor profesado
Las palabras de los votos del matrimonio se hacen carne en la relación sexual. El compromiso que hacen los esposos en el altar, de amarse totalmente, fielmente y abiertos a la vida (que en las leyes de la Iglesia, son las promesas de indisolubilidad, fidelidad y apertura a los hijos) se expresa cuando se hacen ´una sola carne´. Si los esposos son fieles a estas promesas en sus expresiones sexuales, podrán comunicarse verdaderamente “el lenguaje de sus cuerpos”. De acuerdo con el Santo Padre, este es el elemento esencial para el matrimonio como sacramento: el “lenguaje del cuerpo” hablado en verdad. Es precisamente por medio de este que el sacramento se constituye (c.f. Audiencia General 12/1/83).
La relación sexual, en toda su verdad, es un signo sacramental que habla sobre el misterio eterno de Dios en el mundo. ¿Cuál es ese misterio? La Vida Trinitaria de Dios [Comunidad de vida y amor] y nuestro llamado a compartir en esa Vida a través de Cristo. ¡Pero la relación sexual matrimonial no sólo proclama este misterio, el Papa nos dice que lo consuma en el hombre!
La unión esponsal y la Eucaristía hacen tangible el plan de Dios
Una vez más para que podamos profundizar en esto: la unión sexual, como un símbolo verdadero de la Trinidad y de la unión de Cristo con la Iglesia, es una participación real en la vida divina (o al menos esto es lo que debe significar). El Santo Padre incluso dice que el signo visible del matrimonio (la unión de los cónyuges), ligado al signo visible de Cristo y la Iglesia (la Eucaristía), transfiere el plan eterno del amor de Dios en la historia y se hace “la fundación de todo el orden sacramental” (Audiencia General 29/9/82).
El encuentro esponsal es la revelación principal del misterio de Dios
¿Qué es el orden sacramental? Es la manera en que Dios hace visible su misterio invisible, para que así nosotros, criaturas con cuerpo finitas [que vivimos en el mundo visible y algún día moriremos], podamos verlo y participar en ello [su gloria eterna].
Sí, la relación sexual es la revelación principal en el mundo creado del misterio eterno e invisible de Cristo. Es la manera principal en que los hombres y las mujeres encuentran lo divino en el mundo natural. ¡Sorprendente! ¿Podría Dios otorgar mayor dignidad a nuestra sexualidad?
Donde pudiera actuar el enemigo es precisamente, en la comunión de los esposos. De ahí la llamada a profundizar aún más en la comprensión de nuestro origen, nuestra herida y el llamado de Cristo a la pureza de corazón, para encauzar nuestro matrimonio a la unión definitiva con Él.
GLOSARIO
Comunión de las personas:
Se refiere a la unidad o la “común unión” establecida cuando las personas dan y reciben mutuamente “el don sincero de sí mismo”.
Misterio Divino:
Se refiere a las dos veces “secreto interior” de Dios: en primer lugar, la existencia de Dios como una Trinidad de personas en un eterno “intercambio de amor”, y, en segundo lugar, que Dios ha destinado al hombre (hombre y mujer) a participar en este intercambio de amor.
Espíritu encarnado:
Se refiere al hombre como persona en la unidad de su cuerpo y espíritu.
Eros (en griego significa amor sexual) y ágape (en griego significa amor divino):
El amor de Cristo es libre, total, fiel y fructífero. En el matrimonio cristiano, eros y ágape están llamados a cumplir y dar fruto. Si los esposos deben ser fieles al “lenguaje de sus cuerpos”, el acto sexual debe expresar el ágape.
Ética y ethos.
Una ética es una ley moral objetiva de mando. Ethos, en cambio, se refiere a los deseos respetuosos del corazón – lo que atrae y repele a una persona. En el Sermón de la Montaña, Cristo demuestra que la ética no es suficiente (“Habéis oído el comando…. Pero yo os digo…”). Cristo vino a transformar nuestro ethos, es decir, a cambiar nuestros corazones.
Libertad:
La capacidad de elegir y determinar las propias acciones. Esta es la distinción principal entre los seres humanos y los animales. Aunque debilitadas por el pecado de nuestros primeros padres, aún poseemos libre voluntad; no estamos predestinados a hacer el mal.
La libertad del don:
Antes del pecado original, el hombre y la mujer no experimentaban deseo sexual como una compulsión o necesidad incontrolable. Eran totalmente libres, y en esta libertad solamente deseaban ser un regalo el uno para el otro. Hemos sido llamados en Cristo a reclamar esta libertad. Es por nuestra libertad que Cristo nos ha liberado (ver Gálatas 5:1).
Regalo de Dios:
La verdadera disposición de Dios es una auto-donación (“don”).
Ícono:
Es un signo o una imagen que está en vez de una realidad y la representa. Se relaciona con la teología del cuerpo, la cual nos apunta hacia nuestro destino final al cielo.
Ídolo:
Un objeto o actividad que es venerada en lugar de Dios.
Encarnación:
La doctrina que hace referencia al Verbo eterno, la segunda Persona de la Santísima Trinidad, asumiendo la carne humana y habiendo nacida de una mujer.
Mirada interior:
La mirada “pura” que Adán y Eva intercambiaban libremente en el estado de inocencia. Se indica no sólo de ver el cuerpo con los ojos, sino a través de esa visión física, fueron capaces de contemplar la verdad interior de la persona.
Lenguaje corporal:
Se refiere a la capacidad del cuerpo para “hablar” o “proclamar” el amor de Dios. Lo hace – o pretende hacerlo – más profundamente en la unión de “una sola carne” de los esposos. Aquí, los esposos tienen el propósito de expresar y renovar sus votos matrimoniales con su cuerpo.
Lujuria:
Se refiere a anular el deseo sexual del amor de Dios. La lujuria lleva a la persona hacia la auto-gratificación, a expensas de la otra, mientras que el amor lleva a la persona hacia la auto-donación para el bien del otro. Por lo tanto, la lujuria es una reducción de la plenitud original que Dios destinó a la relación sexual.
El maniqueísmo:
Una herejía dualista antigua acreditada a Mani (o Manichaeus) que postula la fuente del mal en la materia, por lo que condena el cuerpo y el sexo.
Desnudo, sin vergüenza (desnudez original):
Adán y Eva nacieron sin mancha de vergüenza porque no tenían experiencia alguna de la lujuria. Antes del pecado, el hombre y la mujer experimentaban el deseo sexual como el deseo de amar a imagen de Dios.
La pureza de corazón:
En la medida en que somos puros de corazón entendemos, vemos y experimentamos el cuerpo como Dios lo creó para ser, como la revelación de su misterio divino. “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mateo 5:8).
La redención del cuerpo:
La restauración de la persona humana en su integridad como una unidad de cuerpo y alma. Se permite la recuperación del plan original de Dios en el corazón humano. Esta redención no es sólo algo que se espera en la resurrección de los muertos, sino algo que ya está trabajando en nosotros.
Resurrección de la carne:
La doctrina de que el cuerpo humano también es destinado a la vida eterna en unión con el alma humana. La vida eterna no es sólo una realidad “espiritual”. El hombre (hombre y mujer) está destinado a participar en la vida de la Trinidad como un cuerpo-persona.
Sacramento:
En su sentido más antiguo, esto se refiere a un signo físico que hace visible lo invisible. En su sentido más estricto, sacramento se refiere a los siete signos de la nueva alianza (es decir, el bautismo, la confirmación, la eucaristía, la penitencia, la unción de los enfermos, la orden sacerdotal y el matrimonio) instituidos por Cristo para conceder la gracia de la redención.
Sacramentalidad del cuerpo:
Se refiere a la capacidad del cuerpo de hacer visible lo invisible. El cuerpo proclama un “gran misterio” – el misterio espiritual del amor trinitario de Dios y nuestro llamado a participar en ese amor a través de Cristo.
Vergüenza:
En su sentido negativo, la vergüenza indica que hemos perdido de vista la dignidad y la bondad del cuerpo como una “teología” – una revelación del misterio de Dios. En su sentido positivo, la vergüenza indica un deseo de proteger la revelación de la dignidad de la persona y el bien del cuerpo de la degradación de la lujuria.
Cuerpo espiritualizado:
Se refiere al hecho de que el cuerpo humano está unido no sólo con un alma espiritual, sino también, a través de la gracia de la redención, al Espíritu Santo de Dios.
Analogía del esposo/a:
El uso bíblico del amor conyugal como imagen terrenal del amor de Dios para Israel y, en el Nuevo Testamento, el amor de Cristo por la Iglesia. Cómo todas las analogías, la analogía conyugal es insuficiente para comunicar el misterio infinitamente trascendente de Dios. Sin embargo, según Juan Pablo II, es la imagen humana más adecuada del misterio divino.
Significado conyugal del cuerpo:
La llamada a amar como Dios ama inscrito en el cuerpo humano como hombre y mujer. Si vivimos de acuerdo con el significado conyugal del cuerpo, cumplimos con el sentido mismo de nuestro ser y existencia.
Teología del cuerpo:
El estudio de cómo Dios revela su misterio a través del cuerpo humano. Este es también el título de la carta 129 de Juan Pablo II sobre el tema.
Referencias
Para seguir profundizando en la Teología del Cuerpo de Juan Pablo II, te recomendamos:
Amor y Responsabilidad
Karol Wojtyla
Hombre y Mujer los creó, Catequesis sobre el amor humano
Juan Pablo II
Buena Nueva sobre Sexo y Matrimonio
Christopher West
Theology of the Body for Beginners
Christopher West
Heaven´s Song, Sexual love as it was meant to be
Christopher West
Man and Woman He created them: Theology of the Body
JPII, Traducción e introducción de
Michael Waldstein
Testigo de Esperanza, Biografía de JPII
George Weigel
El fuego secreto de la Madre Teresa
Joseph Langford
Familiaris Consortio (La familia cristiana en el mundo actual)
Juan Pablo II
Humanae Vitae (El Evangelio de la Vida)
Pablo VI
Deus Caritas Est (Dios es Amor)
Benedicto XVI