Algunas corrientes científicas consideran la castidad o el celibato contra la naturaleza del hombre, argumentando la contrariedad con exigencias físicas, psicológicas y afectivas legítimas, cuya realización es necesaria para completar y madurar la personalidad humana.
Si Dios dio ese instinto al hombre, ¿por qué la Iglesia ordena una ley contraria al instinto, todavía más impidiendo que se aproveche la juventud?
San Luis Gonzaga estaba dispuesto a todo para librarse del pecado y ser plenamente para Dios.
Se puede responder tal objeción bajo varios puntos de vista. Para argumentar en un plano meramente natural, es preciso considerar la opinión de algunos científicos con la orientación del Doctor James Paget, de la Universidad de Londres, que después de extensivas pesquisas pudieron concluir: “La castidad no es nociva ni para el cuerpo, ni para el alma. Su disciplina es preferible a cualquier otra… Nada es más funesto a la longevidad, ni disminuye tan ciertamente el vigor de la vida, ni favorece tanto al agotamiento como la falta de castidad en la juventud”.
Lo que es corroborado por el Doctor Lionel Beale, emérito profesor de anatomía patológica de la Universidad de Londres, al afirmar: “No está de más siempre repetir que la abstinencia y la pureza más absolutas son perfectamente compatibles con las leyes fisiológicas y morales y que la satisfacción de ciertas inclinaciones no encuentra su justificativa ni en la fisiología, ni en la psicología, como tampoco en la moral ni en la religión”.
Conforme al Dr. Abel Pacheco, “afirmar a la juventud que la función sexual es de necesidad fisiológica, constituye mentira innoble de cara a la ciencia”.
La voz de los Papas
Así pues, con el beneplácito de la ciencia, los Papas manifiestan la antigua, actual y eterna posición de la Iglesia, tomada de la experiencia de los antiguos y aplicada a las costumbres de la Iglesia primitiva. Esta es la razón por la cual el Papa Paulo VI afirma: “El hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, no es solamente carne, ni el instinto sexual es su todo; el hombre es también, y, sobre todo, inteligencia, voluntad, libertad; Gracias a esas facultades él se debe tener como superior al universo; esas facultades lo hacen dominador de los propios apetitos físicos, psicológicos y afectivos”.
Pío XII todavía es más incisivo: “Se apartan del sentido común, al que la Iglesia siempre atendió, aquellos que ven en el instinto sexual la más importante y la más profunda, de las tendencias humanas, y concluyen de ahí que el hombre no puede frenar durante toda su vida sin peligro para el organismo y sin prejuicio de equilibrio de su personalidad”.
El Concilio Vaticano II condenó como falsa la doctrina según la cual la continencia perfecta es imposible o nociva para el desarrollo humano. Pues, según Mons. José Cardoso Sobrinho “si el ejercicio de la actividad sexual fuese necesario para la salud corporal o psíquica, Dios no prescribiría la continencia perfecta a todos aquellos que, por cualquier motivo e incluso independientemente de la propia voluntad, viven fuera del matrimonio. No puede haber contradicción entre las leyes divinas y el auténtico bienestar del ser humano. El hombre puede y debe orientar y dominar sus tendencias físicas, psicológicas y afectivas”.
Igual es la opinión del Doctor Moreira da Fonseca, que enteramente conforme la Doctrina Católica afirma: “La castidad se impone al género humano como una ley natural, visto cómo Dios no podría exigir de su criatura el cumplimiento de un deber que fuese contrario a su naturaleza”.
Todavía hay aquellos que osan decir que la felicidad está en la lujuria. Luego, el célibe no es feliz por la continencia que debe ejercer sobre sus apetitos físicos. Se puede entonces responder con San Pablo Apóstol (1 Cor 7, 28-40): “Respecto a las personas vírgenes, no tengo mandamiento del Señor; sin embargo, doy mi consejo, como hombre que recibió de la misericordia del Señor la gracia de ser digno de confianza. Juzgo, pues, en razón de las dificultades presentes, ser conveniente al hombre quedar así como es. ¿Estás casado? No busques desligarte. ¿No estás casado? No busques mujer. Pero, si quieres casarte, no pecas; así como la joven que se casa no peca. Todavía, padecerán la tribulación de la carne; y yo quisiera librarlos. Pero he aquí lo que os digo, hermanos: el tiempo es breve. Lo que importa es que los que tienen mujer vivan como si no la tuviesen; los que lloran, como si no llorasen; los que se alegran, como si no se alegrasen; los que compran, como si no poseyeran; los que usan de este mundo, como si de él no usasen. Porque la figura de este mundo pasa. Quisiera veros libres de toda preocupación. El soltero cuida de las cosas que son del Señor, de cómo agradar al Señor. El casado se preocupa con las cosas del mundo, buscando agradar a su esposa. La misma diferencia existe con la mujer soltera o la virgen. Aquella que no es casada, cuida de las cosas del Señor, para ser santa en el cuerpo y el espíritu; pero la casada cuida de las cosas del mundo, buscando agradar al marido. Digo esto para vuestro provecho, no para os extender un lazo, sino para enseñaros lo que mejor conviene, lo que os podrá unir al Señor sin compartir. Si alguien juzga que es inconveniente para su hija sobrepasar la edad de casarse y que es su deber casarla, hágalo como quiera: no hace falta alguna hacerla casar. Pero aquel que, sin ningún constreñimiento y con perfecta libertad de elección, haya tomado en su corazón la decisión de guardar a su hija virgen, procede bien. En suma, aquel que casa a su hija hace bien; y aquel que no la casa, hace todavía mejor. La mujer está ligada al marido mientras él viva. Pero, si muere el marido, ella queda libre y podrá casarse con quien quiera, con tanto que sea en el Señor. Entretanto, en mi opinión, ella será más feliz si permanece como está. Y creo que también yo tengo el Espíritu de Dios”.
En este texto de San Pablo resalta bajo el punto de vista escatológico la utilidad de la virginidad y del casamiento recomendando que generalmente la elección del estado de vida es facultativa, sin embargo, si tal estado por causa “de las tribulaciones de la carne” pone dificultades relevantes a la vida espiritual y la salvación eterna, el mismo Apóstol resalta cómo el buen cristiano, sin recelo, debe escoger el estado que más convenga a la salvación de su alma.
El Apóstol de los Gentiles también recuerda que la felicidad se alcanza solamente cuando el hombre busca su finalidad, en esta búsqueda de la “unión con Dios sin compartir” y no en los placeres terrenales como los de la carne, pues, conforme afirma Santo Tomás de Aquino, “nunca un bien creado puede saciar el deseo humano de felicidad. Solamente Dios lo puede saciar y lo hace infinitamente”.
Santa Inés es patrona de las jóvenes, de la pureza, de las novias y los jardineros.
Esa felicidad de situación del individuo casto se refleja enteramente en el semblante, en la vida y la personalidad de aquel que optó por la castidad. Como el Doctor Moreira Fonseca observa: “En la fisionomía del joven casto reina una santa alegría, y su mirada tiene algo de más noble, su conciencia goza de agradable paz y su ideal no se arrastra por la tierra ni se ahoga en el lodo del vicio, sino reina en regiones más elevadas y alcanza la esfera de los ángeles”.
Todavía sobre el semblante del casto, el Evangelio (Mt 6, 21-23) resalta cómo la concupiscencia de los ojos oscurece o empaña el brillo de la fisionomía: “El ojo es la luz del cuerpo. Si tu ojo es sano, todo tu cuerpo será iluminado. Si tu ojo está en mal estado, todo tu cuerpo estará en las tinieblas. Si la luz que está en ti son tinieblas, ¡cuán espesas deberán ser las tinieblas!”.
Como escribió Goethe: “Es justicia en la tierra que el espíritu se manifieste en el semblante”. Se podría decir que tal observación es subjetiva, entretanto, irrefutablemente, incluso los que impugnan el celibato admiten la superioridad de carácter del celibato como Donald Cozzens en su opúsculo ‘Liberar el Celibato’:
Los célibes sanos y vigorosos son atrayentes; puede ser que no sean físicamente atrayentes, pero son dotados de una atracción irresistible que nace del centro contemplativo del alma, único lugar donde las personas se sienten bien consigo mismas. Con notables excepciones, los célibes parecen ser menos absorbidos en sí mismos que la mayoría, y muchos parecen verdaderamente interesados en los otros. Muchas veces ellos proyectan un aura espiritual que demuestra ser seguro aproximarse y seguro revelar.
Decir que la realización de las funciones genésicas es necesaria para completar y madurar la personalidad humana también sería exageración, pues si no, muchos de los grandes filósofos de la antigüedad y hasta científicos de tiempos modernos, como también María Santísima, los Santos y Santas, no habrían poseído una personalidad humana completa y madura por ser célibes.
A su vez, la propia humanidad de Nuestro Señor Jesucristo sería en algo incompleta y no-madura; decir eso sería, en lo mínimo, blasfemo. Pues, fueron célibes el mayor número de sabios de la antigüedad, hecho que hace a Chateaubriand afirmar: “La continencia en el sabio, se transforma en estudio; y en meditación en el solitario. No hay ahí hombre que no disfrute las ventajas de trabajos de espíritu, por eso que ella es carácter esencial del alma, y fuerza intelectiva”.
Para el Cardenal Cláudio Hummes comentando la Encíclica Sacerdotalis Caelibatus, “el celibato aumenta la idoneidad del sacerdote para la escucha de la Palabra de Dios y para la oración, y lo capacita para depositar sobre el altar toda su vida, que lleva las señales del sacrificio”. Por tanto, afirmar que el celibato contraría el desarrollo de la madurez de la personalidad humana no concuerda con la Ciencia, con la Historia y con la Teología. (Gaudium Press)