La muerte del Justo
El dolor del Justo
La añoranza del amigo
En Semana Santa nos asomamos a una lógica que nos puede parecer devastadora. ¿Un rey en cruz? ¿Un Dios ausente? ¿La amistad traicionada? ¿Conviene que muera un justo por el bien del pueblo? Quienes hoy te aplauden mañana gritan: «¡Crucifícalo!» Un «Hágase» ha llevado a una mujer hasta el pie de la cruz donde agoniza su hijo. Un juez de sentencia injusta se lava las manos ¿Era esto, Señor? ¿Era esta tu promesa?
«Despreciado y evitado de la gente, un hombre habituado a sufrir, curtido en el dolor; al verlo se tapaban la cara; despreciado, lo tuvimos por nada» (Is 53, 3)
No es cierto que al justo le vaya bien y al malvado mal. A veces parece que a las personas buenas les suceden las peores tragedias, mientras gente sin escrúpulos ni corazón goza de todas las satisfacciones. Dios, Dios de vida, ayúdanos a comprender el dolor del hombre justo. El dolor de quien elige no dar la espalda a su hermano. El dolor de quien elige amar, aunque no sea correspondido. Ayúdanos a comprender tu justicia inmortal, también cuando el dolor golpea.
«Ella fue a contárselo a los suyos, que estaban llorando y haciendo duelo» (Mc 16, 10)
Una parte de la Pasión transcurre fuera de los relatos, o en personajes que tienen que pasar su propio duelo. Ante la muerte del Justo queda un vacío en sus amigos. Por muy frágiles y limitados que sean. Por mucho que alguno de ellos le haya fallado, negado, o abandonado, la verdad es que le quieren. Como nosotros, que a veces nos debatimos entre el amor a Jesús y su evangelio, y otras propuestas que nos alejan de Él. Y, con todo, uno sabe que siempre va a necesitar su palabra, su memoria, su guía en el camino. Y le llamas, y le pides que venga, que hable claro, que se deje oír. Pero a veces hay que conformarse con el silencio.