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(Primogenita ante omnem
creaturam.)
La primera criatura en la mente divina es la Virgen Inmaculada. En los siglos eternos Dios venía recreándose en las bellezas de esta sublime Concepción.
Y cuando su Omnipotencia hubo comenzado la obra de la creación, puso ante sus divinos ojos esta maravillosa visión, donde se encierran, como en el más acabado modelo, las más delicadas y exactas perfecciones, quo luego su poder infinito fue derramando en el universo.
En Ella vio antes de crearlos, el amor abrasado del serafín, la pureza virginal del ángel, las exquisitas fragancias de la rosa y del lirio, los suaves matices de la primavera, las delicadas melodías del pajarillo, el dulce murmullo de las fuentes, la luz refulgente de los astros, la majestad inmensa de los mares y la nitidez y blancura de las montañas nevadas.
La creación entera estaba en María; Dios tomó de ella un destello de sus perfecciones, y como gotas de rocío las derramó en los espacios. De Ella son los rayos del sol, el manto estrellado del firmamento, de Ella 1a inmensa alfombra de los fragantes jardines, y el elevado pedestal de los montes más altos; Ella en el Templo de Jerusalén es el pajarillo que canta alegre, y Ella en el Calvario el león que ruge cuando le han cogido los cachorros. La creación es un destello de María.
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Y vino la plenitud de los tiempos, y tomó Dios de nuevo su molde para hacer una nueva creación, más grande, más sublime y más difícil.
El pecador empañó, afeó y obscureció en gran parte la obra de 1a creación aun materialmente considerada, y mucho más, considerada espiritual y sobrenaturalmente, como una tempestad lo hace, cuando se desencadena y cae sobre un jardín floreciente.
La restauración de esta obra es como una creación más grande y más costosa a Dios Nuestro Señor.
Y esta restauración (esta Redención) está cimentada sobre esa prodigiosa criatura, la Virgen Inmaculada.
La Iglesia católica hoy a los cuatro vientos extendida, con sus veinte siglos de vida fecunda, santísima, divina, con su jerarquía y sus portentosos poderes, con sus sacramentos, sus gracias, y sus prodigios, con su evangelio, sus dogmas, sus sabios Y sus santos… todo es fruto de Jesucristo Salvador; de su amante Costado ha salido esta obra.
Y Jesús, Hijo del hombre, Salvador, Redentor y Restaurador del género humano, con todos sus amores, y sus misericordias, sus gracias y sus perdones, sus sudores, lágrimas y sangre, sus glorias de resurrección, sus angustias y dolores de muerte, sus locuras de amor en el Cenáculo, sus ternuras de amigo en Betania, su celo en el Templo, su caridad con el enfermo, su misericordia con los pecadores, sus caricias con los niños… ¡Jesús! Jesús glorioso en el sepulcro, en el Tabor; Jesús agonizando en Getsemaní, en la Cruz; Jesús predicando en la sinagoga, orando en la soledad, curando en la encrucijada; Jesús, obrero en Nazaret, chico de catecismo en el templo, niño que llora en el pesebre, y sonríe en los brazos de su Madre… ¡Jesús! Jesús es fruto bendito de María, de la Virgen Inmaculada. Ella es el principio y la primera piedra de este monumento colosal, la Iglesia, la Redención, Jesús… todo descansa en Ella.
Es Ella el primer destello de la aurora que nos trae en pos el venturoso día de la Redención; Ella la nubecita blanca que aparece en el horizonte e inundará la tierra de un diluvio de gracias; Ella la varita de Jesé que producirá la divina flor, Jesús, sobre quien descenderá el Espíritu Santo, y santificará y salvará al mundo; Ella, zarcilla que arde en llamas divinas, desde donde Dios escondido hablará y libertará a su pueblo del cautiverio del infernal Faraón; Ella, María, la Inmaculada, la Virgen pura, la primera obra de la Omnipotencia divina, la primera en su mente en la creación, la primera en sus manos en la Redención.
«Signum magnum» Una visión maravillosa aparece en el cielo. Una mujer vestida de sol, calzada de la luna, coronada de doce estrellas, es una Virgen, es la obra maestra de la creación.
Ecce Virgo, dirá con estupefacción el gran profeta de Dios. Veo una Virgen, que traerá al mundo el Salvador, el Emmanuel, y con El la salvación del mundo.
Sancta et inmaculata virginitas…¡Oh! ¡Ni la Iglesia encuentra palabras, suficientemente expresivas para ensalzarte! porque has cautivado entre tus suavísimas fragancias a Aquel, para quien los cielos son demasiado pequeños.
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Y si una Virgen ha cautivado a Dios; y la llevaba presente cuando preparaba los cielos y creaba los abismos; si por una Virgen ha comenzado la creación y la Redención, y por Ella nos han venido todas las gracias, y por Ella ha venido Jesús, y por Ella se va a Jesús… Si su belleza extasía a los ángeles, adorna los cielos y glorifica a la Iglesia… ¿Por qué no la amamos? y amándola ¿por qué no la imitamos? ¿Por qué no cultivamos más su prodigiosa virginidad? ¿Por qué no hablamos más de ella? ¿Por qué no la predicamos? ¿Por qué al demonio y a la masonería dejamos el campo libre, para que nos inunden de vicio y de corrupción?
Si entre todas las obras de la Redención, la primera que Dios hizo fue sembrar en la tierra la hermosa flor de la virginidad, dentro de cuyo dorado cáliz bajó al mundo el Hijo de Dios, ¿por qué los seguidores de la obra de Dios no la ponemos la primera entre todas las obras de nuestro apostolado?
Felices de vosotras, Hermanitas de la Alianza con Jesús por María, que en tan seguro puerto cultiváis tan singular y exquisita flor.
Derramad las dulces fragancias de ella en torno vuestro, para que tantas otras almas, perseguidas hoy por reclamos fascinadores del mundo, vengan a aumentar la legión selecta de la casta generación.
EL ESCLAVITO (LILIUM NOV.-DIC. 1929)
(Asi firmaba el siervo de Dios Antonio Amundarain muchos de sus escritos dedicados a María)