EDITORIAL VIDA NUEVA
Juntos somos más. Bajo este lema que sabe a algo más que declaración de intenciones, la Conferencia Española de Religiosos (CONFER) ha elaborado un proyecto abierto sobre la relación entre consagrados y laicos unidos bajo un mismo carisma eclesial que busca impulso y continuidad estos días en Madrid a través de un nuevo encuentro de formación y experiencial.
No hay velocidad uniforme ni un manual que indique cómo es el camino a seguir en la misión compartida. Cada instituto, o mejor aún, cada comunidad local está marcando el ritmo desde su realidad concreta, para dejar atrás el concepto de seglares que trabajan en obras dirigidas por religiosos y crear un marco nuevo en el que unos y otros pongan al servicio los dones desde su vocación específica para compartir la vida.
La mirada a la tradición y a las raíces del pasado, ligada a cada uno de los fundadores, permite iluminar una realidad en la que se entretejen temores por la falta de vocaciones a la Vida Religiosa y expectativas no siempre bien definidas por el devenir de las obras apostólicas. Es esta luz de los orígenes la que debe hacer brillar el futuro en común sobre el que ahora se reflexionar.
Pensar en términos utilitaristas que los laicos van a salvar las congregaciones es como volcar en los religiosos, con un tinte fatalista, toda la responsabilidad de evitar la extinción de un carisma. Ni lo uno ni lo otro.
El planteamiento de origen ha de ser tan generoso como lo fueron aquellos hombres y mujeres que, respondiendo con docilidad a lo que Dios les pedía en un momento histórico concreto, supieron responder con arrojo, supieron ser esa Iglesia en salida que pide ahora el papa Francisco creando redes de hospitales cuando no existía siquiera el concepto de seguridad social, abriendo escuelas gratuitas cuando nadie hablaba de educación pública o saliendo al rescate de las mujeres explotadas cuando ningún documento oficial contemplaba el género femenino.
A aquellos santos no les detuvo dificultad alguna y supieron compartir misión de forma innata con los laicos que se cruzaron en su camino. Estamos en otro tiempo, pero el celo apostólico, el sentido comunitario y la valentía como pilares en los que se ha edificado la Vida Religiosa durante siglos mantiene todavía hoy una fuerza transformadora que tiene su ser dentro de la Iglesia y su hacer en las periferias de una sociedad necesitada de contagiarse de los valores del Reino de Dios.
Para lograrlo, a los laicos les compete dar un verdadero salto de madurez. Ser verdaderamente conscientes de que la corresponsabilidad en la misión es mucho más que gestión o ejecución. A los religiosos les exige una confianza razonada, conscientes de que el otro es tan débil y humano como ellos, paso previo e indispensable para dar rienda suelta a una verdadera creatividad en la tarea encomendada.
Con el término “misión compartida” se corre el mismo riesgo que al hablar de “nueva evangelización”, esto es, que de tanto repetirlo como comodín, se vacíe de contenido. Por eso, es el momento de materializarlo a golpe de Evangelio: además de compartir misión, compartir la vida.
En el nº 2.933 de Vida Nueva. Del 14 al 20 de marzo de 2015
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