2 de febrero ¡Felicidades Alianza!

30 Ene, 2012 | Escritos de D. Antonio Amundarain

¡Gracias, Madre mía!
¡OCHO AÑOS!
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Yo he soñado muchas cosas, para ti, Madre mía y, a pesar de mi buen deseo, en sueños han quedado.

Una cosa soñé, y soñando, soñando, mi fantasía y el amor que te tengo me llevaron muy lejos. Soñé en jardines de encantadora belleza, soñé en fragancias y aromas de nuevos paraísos, soñé en auroras de luces que no eran de este mundo, soñé en soles cuya claridad superara a la de todos los astros del firmamento…hasta llegué a soñar en un cielo traído a la tierra, para convertir la tierra en un cielo para ti…

Son ocho años hoy, y tú, Madre adorada has convertido en maravillosa realidad el
sueño que tuve.¡La Alianza en Jesús por María!, mi soñado jardín de encantadora belleza, de fragancias angélicas y de resplandores divinos, el pequeño cielo traído a la tierra para ponerte en él a ti y a tu Jesús el trono de pureza y de amor; la Alianza, mi sueño de ayer, convertido hoy en grandiosa realidad…!
¡Tú lo has hecho, Madre mía! ¡Gracias, gracias, gracias!

Tú convocaste, Virgen amada, aquella modesta y humilde reunión a los pies de tu altar y en el Camarín de Santa María, de un grupo de tus hijas escogidas.

Tú pusiste en la mente y en los labios del sacerdote las primeras ideas y las primeras palabras, reveladoras de la buena nueva, que saturaste con tu aliento virginal y a las cuales comunicaste tu eficacia y tu fecundidad.

Tú fuiste despertando en aquellas tus primeras hijas, amor al ideal de la Alianza, inteligencia para conocerlo, entusiasmo para abrazarlo, fortaleza para resistir sus desmayos los primeros ataques del enemigo.

Tu moviste corazones generosos para que abrieran sus puertas a la docenita de fundadoras, que celebraban sus secretas reuniones al abrigo de tu purísimo manto y al calor de las brasas de un pequeño sagrario que recordaba las intimidades y confianzas del Cenáculo.

Tú atrajiste más tarde a un hijo predilecto, apóstol tuyo y de tu divino hijo, para que pusiese al servicio de esta tu Obra sus energías, sus conocimientos, su prestigio, su celo y todo su amor.

Tú, cual divina capitana llamaste y vas llamando a las filas de esta nueva cruzada de pureza y de amor a otras almas escogidas de tu corazón, primero en los contornos de nuestra ciudad, más tarde en pueblos lejanos y hoy en la mas remotas tierras de España y aun de fuera de ella.

Tú has dictado, dulcísima Madre, al modesto fundador un reglamento especial, el cual será siempre el camino de tus hija aliadas y la regla de su vida y tú moviste el corazón de un preclaro y venerable obispo, para que en nombre de Dios y en tu nombre y en el de la Iglesia, decretase oficialmente la aprobación de esta Obra.

Y tú, Madre mía, para mostrarnos la complacencia y el cariño con que miras la Alianza, vas suscitando en todas partes celosísimos apóstoles de ella, intrépidos adalides de la pureza y del amor, que aman, apoyan, sostienen y pregonan por doquier las excelencias de la Alianza…Recompénsales tú.

Y como si esto no bastara, tu has entrado en la audiencias de los príncipes de la Iglesia española, y todos cuantos la van conociendo reciben la Obra como celestial mensaje y tabla de salvación de la más bella y peregrina virtud que tú trajiste del cielo y que hoy se marchita…en el materialismo que se ha desencadenado.

Y todo esto ¡en ocho años! Yo había soñado mucho; pero…perdóname, Madre mía, yo no soñé en que tú lo ibas a realizar. Yo soy el autor del sueño. Tú eres la Autora de la realidad.

¡Gracias, si, mil gracias, Madre mía!
El Esclavito

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