¡Once años!

30 Ene, 2014 | Escritos A. Amundarain

¡ONCE AÑOS!

Fiesta de la Purificación
¡Once años!
(Fiesta de La Purificación)

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¡Gracias!
Con esta palabra, dirigida a todas nuestras hermanitas, rompemos hoy el silencio de más de tres meses que el Señor, siempre bueno, nos ha hecho guardar.

Aunque por fuerza incomunicado y aparentemente lejos de todas nuestras amadas hermanitas, no han faltado quienes periódicamente nos dieran cuenta de los muy costosos sacrificios, junto con las fervorosas oraciones en común y en particular, que todas habéis ofrecido a Dios. ¡Cómo no agradecer tanta caridad! Creemos, y esto sí que nos consuela grandemente, que todo –lo vuestro y lo nuestro– habrá valido en la presencia divina para mucho bien de la Obra de nuestros amores. Y a fe que, sanos o enfermos, para ella somos, ya que para ella nos escogió el Señor y a ella nos lanzó Él hace ahora ONCE AÑOS.

Y celebrando nosotros esta memorable fecha y estando ella unida siempre a la solemne Fiesta de la Purificación de Nuestra Señora, justo es que a ella dediquemos hoy estas nuestras primeras cuartillas.

El secreto de María

La ley dada por Moisés mandaba que toda madre que diera al mundo un hijo varón, a los cuarenta días debía presentarse en el templo a purificarse.
Purísima era María, no tenía ni culpa ni mancha ninguna, ni siquiera legal, por la que debiera presentarse en el templo a pedir la purificación mandada por la ley.
Ella, no obstante, el día 2 de febrero, a los cuarenta del nacimiento de Jesús, con su Niño en los brazos y acompañada de José, vino al templo y presentóse al sacerdote, regularmente en el atrio llamado de las mujeres, confundida y mezclada entre las otras madres que subían las gradas con el mismo fin.

¡Qué sencillez!, ¡qué pequeñez!, ¡qué humildad!, ¡qué ocultamiento! Y ¡cómo esta sencillez, y esta pequeñez, y esta humildad, y este ocultamiento, nos encantan y nos atraen!

A simple vista y en el concepto de todos los allí presentes, María era una pobrecita mujer, joven madre que se sometía, como las demás, a la humillante ley y ceremonia de la purificación…

¡Ella… Madre de Dios!¡Ella… Virgen purísima e inmaculada! ¡Ella… saludada por el ángel: llena de gracia… bendita entre todas las mujeres! ¡Ella… Reina de los cielos y de la tierra, de los ángeles y de los hombres! ¡Ella…ahí, sometida a una ley, ocupando tal vez el último lugar entre las mujeres allí presentes, en las gradas del atrio…! ¡¡Cómo se esconde el blanco lirio de Nazaret!!

Y ¡aquel Niño, que va en sus brazos, pequeñito y pobrecito, de cuarenta días, envuelto y escondido entre pobres pañales, que llora, que ríe, que mama y que duerme al calor del regazo virginal! ¿Quién es? Es su hijo, su primogénito, que aun justamente da señales de vida… nada más. Así creen todos.

¡Oh, mi Dios anonadado! ¡Cómo te has ocultado! ¡A qué extremo has descendido!

Y este es el día, y eres Tú, Niño hermoso, aquel Mesías que anunció el profeta Ageo, cuando dijo: «Vendrá el Deseado de las gentes y llenará de gloria este templo… Mayor será la gloria de este templo novísimo que la del primero…» (Ag 2, 7. 9).

Y ese Dios, Mesías, se presenta hoy en el templo, escondido en el regazo de una doncellita virgen. ¡Quién lo creyera!

He ahí un doble secreto, hermanitas amadas, la humildad ha disfrazado prodigiosamente a María y a Jesús. ¡Qué lección! ¡Qué ejemplo! Aprendedlo bien, que éste es ni más ni menos el secreto de la hermanita.

Y en verdad, ahí, a donde todas las demás mujeres acuden, el taller, la fábrica, la oficina, el campo, la calle, confundida entre ellas, como ellas vestida y en todo como una de tantas, ahí está la hermanita de la Alianza en Jesús por María. Nadie sabrá distinguirla de la masa común de todas las demás hijas del pueblo; trabaja como las demás, anda por donde andan las demás…; pero la hermanita de la Alianza no es, ni será nunca, como son la inmensa mayoría de las mujeres del mundo; lleva ella en el corazón un doble secreto, que nadie llegará a conocer.

Ella, en primer lugar, a imitación de María, es un corazón totalmente consagrado a Dios. Un día, abrazándose con su amado Cristo, dijo solemnemente: «Como mi Amado es para mí, yo soy para mi Amado. Y como mi Amado para mí lo es sin reservas, sin particiones, sin divisiones, porque Jesús al darse no se divide, se da todo y totalmente; así yo soy para mi Amado sin reservas, sin divisiones. Doyme a Él por completo, con solemnes renunciamientos al mundo y a todas las criaturas, en el más perfecto estado de vida casta y virginal, unida con estrechísimos vínculos espirituales a Jesús, como esposa elegida amorosamente por El».
La Alianza lleva hoy, undécimo aniversario de su fundación, por ocultos caminitos de la vida vulgar y corriente a DOS MIL QUINIENTAS virgencitas consagradas a Dios, derramadas por ahí, como lirios entre espinas y amando con amor absoluto, indivisible, perfecto, limpio, virginal y purísimo a su Rey y Señor.

Pero, además, la hermanita lleva otro sublime secreto.
María lleva en sus brazos recostado a un bellísimo Niño. El es el gran secreto de los siglos. El Dios, que un día ha de venir sobre las nubes del cielo, Señor y Juez de vivos y de muertos, está dormido, ríe, llora, mama en el regazo de María. ¿Quién lo sospecha?

La hermanita, esa hermanita humilde y sencilla, que trabaja y que pisa recogida los mismos adoquines que pisa arrogante la joven disoluta, lleva también recostado en su virginal corazón a ese Dios, Niño por amor. Porque en todo corazón sellado por la pureza y que amorosamente le abre sus puertas, pone Jesús su dulce morada.

Bien podemos decir de ella lo que la Santa Iglesia canta de la Inmaculada Virgen María: «Admirable es tu nombre, Señor, en toda la tierra, porque en la VIRGEN María preparaste digna morada a tu Hijo». «Santa e inmaculada virginidad, sigue cantando la Iglesia, no sé con qué alabanzas ensalzarte, que a Quien los cielos no pueden dar cabida, en tu seno le llevaste».
Y parecida es la expresión con que Santa Águeda en una visión saludaba a Santa Lucía «Virgen Lucía: en tu virginidad has sabido preparar riquísima mansión al Señor».

La Alianza, y en la Alianza cada una de las hermanitas, es en efecto un sagrario vivo, mansión amorosa, morada dulce para Jesús. Y ahí, donde ellas viven y donde ellas andan, vive y anda su Amado.

Pero todo ello pasa desapercibido; nadie lo imagina, es un secreto, que el mundo materialista y sensual no es capaz de comprender.

¡¡Qué bello es, hermanitas de la Alianza, este aspecto de ocultamiento de nuestra querida Obra!!

Repitamos y paladeemos aquí aquellas palabras de nuestra Santa Teresita del Niño Jesús dirigidas a su hermana Paulina (Madre Inés de Jesús): «¡Qué dicha la de estar tan ocultas, que nadie piense en nosotras! ¡Oh, Madrecita mía, cuánto deseo ser desconocida de todas las criaturas!».

Sea éste, hermanitas amadas, nuestro propio y sublime ideal… ¡María en el templo disfrazada…! ¡El secreto de su singular vida de virgen pura y el secreto de Jesús, viviendo en el sagrario de su corazón!

No en vano Dios ha querido unir a esta Fiesta, el principio y origen de la Alianza en Jesús por María.

Zumaya, a 19 de enero de 1936.
ANTONIO AMUNDARAIN.
(L, 1936, II, 17-22)