Visita mensual a la Virgen del Coro
Salutación
¡Oh Virgen purísima, Madre amorosa y Reina soberana de nuestros corazones! Bajo tu dulcísima advocación de Nuestra Señora del Coro, a tus plantas y junto a tu maternal regazo, acogiste un día -2 de Febrero- al grupo de almas escogidas, hijas predilectas de tu corazón, para iniciar la formación del coro de vírgenes que, consagradas en cuerpo y alma a tu Divino Hijo y a tu amor, fuesen mensajeras de la inmaculada virtud de la pureza angélica y del más encendido amor a Jesús en medio del mundo.
En memoria y recuerdo de aquel fausto día que mensualmente conmemoramos, nos reunimos hoy aquí nosotras, hermanitas de aquéllas, para agradecerte con fervorosa acción de gracias el singular beneficio por el cual tenemos la inestimable dicha de ser contadas entre tus hijas escogidas.
Recibe, pues, ¡oh Virgen Madre y Reina de la Alianza! este homenaje de gratitud, que de nuevo reiteramos, y la ofrenda de nuestros corazones, con el juramento de fidelidad a la Obra, para gloria y servicio divino y tuyo, como hermanitas de la Alianza, hijas tuyas y esposas humildes de Jesús.
Acuérdate, ¡oh Señora!, de aquella memorable fiesta de tu Purificación del año 1925 y, para que las gracias que entonces descendieron del cielo por el egregio Camarín del Coro, no sean infructuosas ni queden frustradas por nuestra culpa, vuelve de nuevo tus ojos misericordiosos sobre esta grey que escogiste, y extiende, llenas de dones y bendiciones, tus manos dadivosas sobre esta tu Obra y sobre cada una de las aliadas que hemos abrazado el triple lema inspirado por Ti.
Que este lema bendito sea nuestro único ideal en la vida, y su exacto cumplimiento, nuestro premio en el cielo. Amén.
A la Santísima Virgen del Coro
¡Señora y Madre nuestra! A tus pies, el año 1925, depositó tu siervo un pequeño ramillete de azucenas, para que sus fragancias recreasen tu Corazón virginal en el entonces solitario Camarín de aquel Sagrado Templo de Santa María, en San Sebastián.
El rocío de la divina gracia y el calor de tu regazo maternal las han multiplicado en tal forma y con tanta profusión, que aquel pequeño ramillete se ha trocado en extenso y fertilísimo Jardín, embeleso de tu Iglesia y del mismo Cielo.
A ese Jardín que salió de tu Corazón, vuelve tu siervo, en el día solemne de su 25º Aniversario, para entregarte sus llaves y darte posesión de su recinto.
Baja, Señora mía, a contemplar tu heredad y a recrearte y gozar de sus aromas, en el rico pensil que plantó tu diestra, al abrigo de aquel vetusto castillo, en cuya cima tendrá pronto su trono el Corazón de tu divino Hijo Jesús
Que sea siempre tuyo este Huerto, cerrado al mundo y con solicitud vigilado y guardado por Ti, hasta que, una por una, sus blancas flores sean trasplantadas, por tus manos virginales, al Paraíso de la Gloria.
¡Gracias, Madre mía!
¡OCHO AÑOS!
Yo he soñado muchas cosas para Ti, Madre mía, y, a pesar de mi buen deseo, en sueños han quedado.
Una cosa soñé, y soñando soñando, mi fantasía y el amor que te tengo me llevaron muy lejos. Soñé en jardines de encantadora belleza, soñé en fragancias y aromas de nuevos paraísos, soñé en auroras de luces que no eran de este mundo, soñé en soles cuya claridad superara a la de todos los astros del firmamento… hasta llegué a soñar en un cielo, traído a la tierra, para convertir la tierra en un cielo para Ti…
Son ocho años hoy, y Tú, Madre adorada, has convertido en maravillosa realidad el sueño que tuve. ¡La Alianza en Jesús por María, mi soñado jardín de encantadora belleza, de fragancias angélicas y de resplandores divinos, el pequeño cielo traído a la tierra para ponerte en él a Ti y a tu Jesús el trono de pureza y de amor; la Alianza, mi sueño de ayer, convertido hoy en grandiosa realidad…!
¡Tú lo has hecho, Madre mía! ¡gracias, gracias, gracias!
Tú convocaste, Virgen amada, aquella modesta y humilde reunión, a los pies de tu altar y en el Camarín de Santa María, de un grupito de tus hijas escogidas.
Tú pusiste en la mente y en los labios del sacerdote las primeras ideas y las primeras palabras, reveladoras de la buena nueva, que saturaste con tu aliento virginal y a las cuales comunicaste tu eficacia y tu fecundidad.
Tú fuiste despertando en aquellas tus primeras hijas, amor al ideal de la Alianza, inteligencia para conocerlo, entusiasmo para abrazarlo, fortaleza para resistir sin desmayos los primeros ataques del enemigo.
Tú moviste corazones generosos para que abrieran sus puertas a la docenita de fundadoras; que celebraban sus secretas reuniones al abrigo de tu purísimo manto y al calor de las brasas de un pequeño sagrario que recordaba las intimidades y confianzas del Cenáculo.
Tú atrajiste más tarde a un hijo predilecto, apóstol tuyo y de tu divino Hijo, para que pusiese al servicio de esta tu Obra sus energías, sus conocimientos, su prestigio, su celo y todo su amor.
Tú, cual divina Capitana, llamaste y vas llamando a las filas de esta nueva cruzada de pureza y de amor a otras almas escogidas de tu corazón, primero en los contornos de nuestra ciudad, más tarde en pueblos lejanos y hoy en las más remotas tierras de España y aun de fuera de ella.
Tú has dictado, dulcísima Madre, al modesto fundador un reglamento especial, el cual será siempre el camino de tus hijas aliadas y la regla de su vida, y Tú moviste el corazón de un preclaro y venerable Obispo, para que, en nombre de Dios y en tu nombre y en el de la Iglesia, decretase oficialmente la aprobación de esta Obra.
Y Tú, Madre mía, para mostramos la complacencia y el cariño con que miras la Alianza, vas suscitando en todas partes celosísimos apóstoles de ella, intrépidos adalides de la pureza y del amor, que aman, apoyan, sostienen y pregonan por doquier las excelencias de la Alianza… Recompénsales Tú…
Y, como si esto no bastara, Tú has entrado en las Audiencias de los Príncipes de la Iglesia Española, y todos cuantos la van conociendo reciben la Obra como celestial mensaje y tabla de salvación de la más bella y peregrina virtud, que Tú trajiste del cielo y que hoy se marchita en el más espantoso y horrible huracán de impuro materialismo que se ha desencadenado.
Y todo esto ¡en ocho años! Yo había soñado mucho; pero… perdóname, Madre mía, yo no soñé en que Tú lo ibas a realizar. Yo soy el autor del sueño. Tú eres la Autora de la realidad.
¡Gracias, sí, mil gracias, Madre mía!
EL ESCLAVITO.