Selección de pensamientos de D. Antonio Amundarain con motivo de la celebración de Asambleas en el Instituto.
PENSAMIENTOS DEL PADRE FUNDADOR SOBRE LA ASAMBLEA GENERAL.
La Asamblea General es uno de los actos más transcendentes de la Alianza:
“Nosotros hemos creído y creemos hoy en la Alianza, en sus caminos, en sus destinos y en la providencia de Dios sobre ella; este fundamento nos parece poco menos que inconmovible, y sobre él cabalmente pusimos nuestro corazón y nuestra voluntad al lanzarnos a sus campos…
Las Asambleas tienen sus grandes ventajas y frutos, si se celebran con la diligencia y espíritu que en ellas se exigen. Más, también, tienen sus peligros, si en ellas se obra con ligereza y poca diligencia. Una Asamblea General es lo más trascendental de la Obra; e interesa mirarla así y cooperar a su más perfecta celebración. A eso vamos…
No sólo los representantes de los Consejos Diocesanos que, con voz y voto, han de acudir a esta Asamblea, sino toda la Alianza, todas las hermanitas de ella, se hacen responsables, en cierto sentido, del resultado, fruto y éxito de esta reunión general, ya que todos… pueden cooperar eficazmente a la realización y cumplimiento de los designios que Dios nuestro Señor tiene hoy sobre la Obra, y que depende en gran parte de la disposición interna y actitud concienzuda y elevada de los reglamentariamente llamados a este acto… De toda la Alianza nadie será espectador y a nadie serán indiferentes estos actos…» (L46, VII, 154s).
La Asamblea General es responsabilidad, no sólo de las que participan directamente en ella sino de todos los miembros del Instituto:
«Si así obramos, mirando tan sólo al bien de la Obra y a la gloria de Dios en ella, nos quedará la satisfacción de haber cumplido un deber sagrado, en acto tan interesante y trascendental, con la tranquilidad y confianza de que Dios ha realizado sus amorosos designios sobre nosotros todos, sobre la Obra, sobre aquellas hermanitas que en este nuevo trienio han de guiar a la Alianza por los caminos trazados por su divina providencia y sobre todos los demás que en ella han de ejercer su influencia y su poder» (L46, VII, 156).
“Esta labor pide la colaboración y ayuda de todos los miembros de la Alianza…” (CF 53, n 3, p. 2).
«Este importante acto tiene que celebrarse bajo la asistencia e influjo especiales del Espíritu Santo, de quien procede todo don perfecto… Los instrumentos no podemos trascender los límites de nuestra humilde condición. Dios es el agente principal y único; y, en sus designios y en su voluntad, están todos los destinos del hombre. La oración nos vacía de todo lo humano y nos acerca a Dios… Esta labor pide la colaboración y ayuda de todos los miembros de la Alianza; siendo la más poderosa, la más necesaria, la que está más al alcance de todos, la fervorosa oración en favor de las que Dios ha puesto en su lugar y que llevan la responsabilidad de sus prosperidades o de sus fracasos. Las obras de Dios dependen de Dios, totalmente de Dios. Dios las ha inspirado, Dios las ha ordenado y movido, Dios las guía y consolida. En manos de Dios está la Alianza y en sus manos estáis todas; a su solicitud paternal vivís encomendadas. Luego a Él debéis recurrir todas, por medio de la constante, fervorosa y confiada oración» (CF 53, n 3, 1s).
«En manos de Dios está la Alianza, en sus manos estamos los que la dirigimos y gobernamos, y en ella estáis también todas las que vivís hoy y las que queréis vivir mañana… Todos debemos recurrir a Él y buscar en su infinita bondad el éxito de esta nueva tarea que vamos a emprender, sin saber ni prometer nos nada de sus frutos, sino lo que el mismo Señor tenga dispuesto para bien de todos. Vivimos de la fe; lo humano y su prudencia nada nos garantiza; miramos desde arriba y miramos hacia lo alto y… confiamos.
Nosotros intentaremos despojarnos de las sandalias de lo terreno y haremos por acercarnos a la zarza ardiente, y allí Dios descubrirá nuevas páginas de luz para el pueblo de su Alianza…
He ahí… vuestra única tarea… las sandalias; despojarse de todo lo humano, lo personal, lo individual, lo de acá, el yo, el egoísmo. Desnudemos el espíritu de esas sandalias si queremos ver a Dios en la Obra; y luego hacia la zarza ardiente, hacia Dios, a su Espíritu (Luz y Fuego)…» (L43, VII, 89s).
Ante la convocatoria de la 1ª Asamblea General, en la que no hubo limitación para la asistencia, el Padre Fundador señala así la disposición que hay que tener:
«Sólo falta, que vengáis vosotras, todas, todas, todas, dispuestas, con hambre divina de oír, de pensar, de sentir y de amar, para después hacer amar» (L, 27, VII-VIII, 61).
Hay textos del Padre muy expresivos del valor de las Asambleas y del estilo que él quiere en la Alianza. En 1939 escribe:
«La Alianza… necesita anualmente un contacto real y eficaz con todos sus Centros. Ese abrazo fraternal, afectuoso y vital de las hermanitas de toda España entendemos como uno de los medios más poderosos de unión entre todas y de unidad en la Obra, no sólo en sus puntos esenciales, sino también en sus más insignificantes detalles, que dan perfecta fisonomía y realidad cabal y entera, a través del Reglamento vivido, sentido y entendido de igual modo por todas» (L39, VII, 97-98).
«No quiero discursos sonoros y rimbombantes, como los que se usan en muchas reuniones de carácter profano y que suelen despedir mucho humo y poco fuego… la virtud de la sencillez. He ahí el sello de nuestras Asambleas. Intimidades que broten del corazón, no conceptos pretenciosos y vacíos. Sinceridad, verdad, caridad en las discusiones si se ofrece lugar a ellas» (L39, VIII-IX, 123-124)
«En manos de Dios está la Alianza … Todos debemos recurrir a Él y buscar en su infinita bondad el éxito de esta nueva tarea que vamos a emprender, sin saber ni prometernos nada de sus frutos, sino lo que el mismo Señor tenga dispuesto para bien de todos. Vivimos de la fe; lo humano y su prudencia nada nos garantizan; miramos desde arriba y miramos hacia lo alto y… confiamos… Intentaremos despojarnos de las sandalias de lo terreno y haremos por acercarnos a la zarza ardiente y allí Dios descubrirá nuevas páginas de luz para el pueblo de su Alianza…” (L 43, VII, 89s)
ANTONIO AMUNDARAIN
L (Revista Lirios, publicación interna del Instituto)