29 enero 2014
Santa Marta
«La oración de alabanza nos torna fecundos», pues «aquel hombre o aquella mujer que alaba al Señor, que reza alabando a Él, que reza con alegría, es un hombre o una mujer fecundo».
ANGELUS: DIOS PREFIERE PARTIR DE LA PERIFERIA PARA LLEGAR A TODOS
Ciudad del Vaticano, 26 de enero 2014 (VIS).-El comienzo de la vida pública de Jesús, partiendo de la “Galilea de las gentes”, como la llama el profeta Isaías, ha sido el tema de la reflexión del Papa Francisco durante el Ángelus dominical, junto a los miles de personas reunidas en la Plaza de San Pedro.
La misión de Jesús,- ha dicho – “no parte de Jerusalén, es decir del centro religioso, social y político, sino de una zona periférica, una zona despreciada por los judíos más observantes, con motivo de la presencia en aquella región de diversas poblaciones extranjeras. …Es una tierra de frontera, una zona de tránsito donde se encuentran personas diferentes por raza, cultura y religión. Galilea se convierte así en el lugar simbólico para la apertura del Evangelio a todos los pueblos. Desde este punto de vista, Galilea se parece al mundo de hoy: por la coexistencia de diversas culturas y la necesidad de confrontación y de encuentro. También nosotros estamos inmersos cada día en una “Galilea de las gentes”, y en este tipo de contexto podemos asustarnos y ceder a la tentación de construir recintos para estar más seguros, más protegidos. Pero Jesús nos enseña que la Buena Nueva que nos trae no está reservada a una parte de la humanidad, hay que comunicarla a todos. Es un anuncio gozoso destinado a cuantos lo esperan, pero también a los que quizás, ya no esperan nada y ni siquiera tienen fuerzas para buscar y pedir”.
Partiendo de Galilea, Jesús “nos enseña que nadie está excluido de la salvación de Dios; al contrario, que Dios prefiere partir desde la periferia, desde los últimos, para llegar a todos. Nos enseña un método, su método, que expresa también un contenido, es decir la misericordia del Padre: …Todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio.”
Jesús comienza su misión “no sólo desde un lugar descentrado, sino también con hombres que se dirían “de bajo perfil”. Para elegir a sus primeros discípulos y futuros apóstoles, no se dirige a las escuelas de los escribas y de los doctores de la Ley, sino a las personas humildes, a las personas sencillas, que se preparan con esmero a la llegada del Reino de Dios. Jesús va a llamarlos allí donde trabajan, en la orilla del lago: son pescadores. Los llama, y ellos lo siguen inmediatamente: Su vida se convertirá en una aventura extraordinaria y fascinante.”
“El Señor llama también hoy -ha finalizado Francisco- El Señor pasa por los caminos de nuestra vida cotidiana; también hoy, en este momento, aquí, el Señor, pasa por la plaza. Nos llama a ir con Él, a trabajar con Él por el Reino de Dios, en las “Galileas” de nuestros tiempos”.
13 enero
«Cualquier persona que permanece en Dios, que fue creada por Dios, que permanece en el amor, vence al mundo y la victoria es nuestra Fe. De parte de Dios, el Espíritu Santo hace esta obra de gracia. De nuestra parte, es la Fe. ¡Es fuerte! Y esta es la victoria que venció al mundo: nuestra Fe»
Angelus 1 enero 2014
… Cada uno tiene la responsabilidad de trabajar para que el mundo se convierta en una comunidad de hermanos que se respetan, se aceptan con sus diferencias y cuidan los unos a los otros. Estamos llamados a ser conscientes de la violencia y las injusticias presentes en muchas partes del mundo y que no nos pueden dejar indiferentes e inmóviles: hace falta el compromiso de todos para construir una sociedad realmente más justa y solidaria….
Homilía pronunciada por el Papa Francisco 1 enero 2014
«La primera lectura que hemos escuchado nos propone una vez más las antiguas palabras de bendición que Dios sugirió a Moisés para que las enseñara a Aarón y a sus hijos: «Que el Señor te bendiga y te proteja. Que el Señor haga brillar su rostro sobre ti y te muestre su gracia. Que el Señor te descubra su rostro y te conceda la paz» (Nm 6,24-25). Es muy significativo escuchar de nuevo esta bendición precisamente al comienzo del nuevo año: ella acompañará nuestro camino durante el tiempo que ahora nos espera. Son palabras de fuerza, de valor, de esperanza. No de una esperanza ilusoria, basada en frágiles promesas humanas; ni tampoco de una esperanza ingenua, que imagina un futuro mejor sólo porque es futuro. Esta esperanza tiene su razón de ser precisamente en la bendición de Dios, una bendición que contiene el mejor de los deseos, el deseo de la Iglesia para todos nosotros, impregnado de la protección amorosa del Señor, de su ayuda providente.»
«El deseo contenido en esta bendición se ha realizado plenamente en una mujer, María, por haber sido destinada a ser la Madre de Dios, y se ha cumplido en ella antes que en ninguna otra criatura. Madre de Dios. Este es el título principal y esencial de la Virgen María. Es una cualidad, un cometido, que la fe del pueblo cristiano siempre ha experimentado, en su tierna y genuina devoción por nuestra madre celestial. Recordemos aquel gran momento de la historia de la Iglesia antigua, el Concilio de Éfeso, en el que fue definida con autoridad la divina maternidad de la Virgen. La verdad sobre la divina maternidad de María encontró eco en Roma, donde poco después se construyó la Basílica de Santa María «la Mayor», primer santuario mariano de Roma y de todo occidente, y en el cual se venera la imagen de la Madre de Dios —la Theotokos— con el título de Salus populi romani. Se dice que, durante el Concilio, los habitantes de Éfeso se congregaban a ambos lados de la puerta de la basílica donde se reunían los Obispos, gritando: «¡Madre de Dios!». Los fieles, al pedir que se definiera oficialmente este título mariano, demostraban reconocer ya la divina maternidad. Es la actitud espontánea y sincera de los hijos, que conocen bien a su madre, porque la aman con inmensa ternura. Pero es algo más: es el sensus fidei del santo pueblo fiel de Dios, que nunca, en su unidad, nunca se equivoca.»
«María está desde siempre presente en el corazón, en la devoción y, sobre todo, en el camino de fe del pueblo cristiano. «La Iglesia… camina en el tiempo… Pero en este camino —deseo destacarlo enseguida— procede recorriendo de nuevo el itinerario realizado por la Virgen María». Nuestro itinerario de fe es igual al de María, y por eso la sentimos particularmente cercana a nosotros. Por lo que respecta a la fe, que es el quicio de la vida cristiana, la Madre de Dios ha compartido nuestra condición, ha debido caminar por los mismos caminos que recorremos nosotros, a veces difíciles y oscuros, ha debido avanzar en «la peregrinación de la fe».
«Nuestro camino de fe está unido de manera indisoluble a María desde el momento en que Jesús, muriendo en la cruz, nos la ha dado como Madre diciendo: «He ahí a tu madre» (Jn 19,27). Estas palabras tienen un valor de testamento y dan al mundo una Madre. Desde ese momento, la Madre de Dios se ha convertido también en nuestra Madre. En aquella hora en la que la fe de los discípulos se agrietaba por tantas dificultades e incertidumbres, Jesús les confió a aquella que fue la primera en creer, y cuya fe no decaería jamás. Y la «mujer» se convierte en nuestra Madre en el momento en el que pierde al Hijo divino. Y su corazón herido se ensancha para acoger a todos los hombres, buenos y malos, a todos, y los ama como los amaba Jesús. La mujer que en las bodas de Caná de Galilea había cooperado con su fe a la manifestación de las maravillas de Dios en el mundo, en el Calvario mantiene encendida la llama de la fe en la resurrección de su Hijo, y la comunica con afecto materno a los demás. María se convierte así en fuente de esperanza y de verdadera alegría.»
«La Madre del Redentor nos precede y continuamente nos confirma en la fe, en la vocación y en la misión. Con su ejemplo de humildad y de disponibilidad a la voluntad de Dios nos ayuda a traducir nuestra fe en un anuncio del Evangelio alegre y sin fronteras. De este modo nuestra misión será fecunda, porque está modelada sobre la maternidad de María. A ella confiamos nuestro itinerario de fe, los deseos de nuestro corazón, nuestras necesidades, las del mundo entero, especialmente el hambre y la sed de justicia y de paz y de Dios; y la invocamos todos juntos:, y os invito a invocarla tres veces, imitando a aquellos hermanos de Éfeso, diciéndole: ¡Madre de Dios! ¡Madre de Dios! ¡Madre de Dios! ¡Madre de Dios! Amén.»