PROYECTO DE VIDA
La vida de toda persona precisa de un norte, de un itinerario, de un argumento. La vida no puede limitarse a una simple sucesión fragmentaria de días sin dirección y sin sentido. Necesitamos saber para qué vivimos. Hemos de procurar conocernos cada vez mejor y encontrar sentido a la vida, proponernos proyectos y metas que llenarán de contenido nuestra existencia.
Toda persona tiene su propia misión o vocación específica en la vida. Y en esa misión no puede ser reemplazada por nadie, ni su vida puede repetirse.
Para que la vida tenga sentido y merezca la pena ser vivida, es preciso esforzarse por ir eliminando en nosotros los detalles de contradicción o de incoherencia que vayamos detectando, esos obstáculos que nos descaminan del itinerario que nos hemos trazado. Porque si nos falta coherencia, o si con demasiada frecuencia nos proponemos una cosa y luego hacemos otra, es fácil que estén fallando las pautas que conducen nuestra vida.
Es verdad que nadie logra todo lo que se propone, y que a veces la vida parece tan agitada que no nos da tiempo a pensar qué queremos realmente, o por qué lo queremos, o cómo podemos conseguirlo. Pero hay que pararse a pensar, sin achacar a la complejidad de la vida –como si fuéramos sus víctimas impotentes– lo que muchas veces no es más que una turbia complicidad con la debilidad que hay en nosotros.
Somos cada uno de nosotros los más interesados en averiguar cuál es el grado de complicidad con todo lo inauténtico que hay en nuestra vida. Si apreciamos en nosotros mismos una cierta inconstancia vital, como si anduviéramos por la vida un poco desnortados, sin terminar de tomar las riendas de nuestra existencia, parece claro que esa actitud está comprometiendo seriamente nuestro acierto en el vivir.
Es verdad que las cosas no siempre son sencillas, y que en ocasiones resulta realmente difícil mantenerse fiel al propio proyecto, pues surgen dificultades serias, y el desánimo se hace presente con toda su paralizante fuerza. Pero hay que mantener la confianza en uno mismo, no decir «no puedo», porque no suele ser verdad, porque casi siempre se puede. Además, la dispersión, el excesivo activismo, la frivolidad, la renuncia a aquello que vimos con claridad que debíamos hacer, todo eso, tarde o temprano, puede terminar arruinando nuestra vida.
Por ejemplo, muchas personas consumen su existencia luchando por ganar más dinero, o por gozar de una mayor fama o reconocimiento, o por disfrutar de más poder, y al cabo de unos años descubren que su ansiedad por alcanzar esas metas les ha privado de cosas que importaban realmente mucho más, y que ahora, lamentablemente, han quedado ya fuera de sus posibilidades.
Es la trampa del exceso de actividad, del dejarse absorber por el ajetreo y el torbellino de la vida. Es –como apunta Stephen Covey– el afán de trabajar cada vez más, para trepar más rápido por la escalera del éxito, para descubrir al final que… la escalera estaba apoyada en una pared equivocada.
Si la escalera no está apoyada en la pared correcta, cada peldaño que subimos es un paso más
hacia un lugar equivocado.
Si uno quiere construir un chalé, revisa antes con detalle los planos, para asegurar que se adecúa a lo que desea para su familia. Si lo que quiere es lanzar un proyecto empresarial, primero estudia con detalle los mercados, la financiación, los equipos humanos, etc. Si uno quiere educar bien a sus hijos, debe tener claro qué valores busca comunicar cuando trata con ellos día a día. Si queremos dar una charla o una conferencia, primero pensamos qué queremos transmitir a las personas que nos van a escuchar, luego vemos cómo decirlo, y finalmente hacemos un guión suficientemente detallado, o la escribimos por entero. Si vamos a emprender un viaje profesional, estudiamos el recorrido, vemos cómo resolver el alojamiento, y programamos las entrevistas o reuniones que queremos mantener.
Si no hacemos eso mismo con el proyecto de nuestra vida, y no nos paramos a pensar qué buscamos en cada una de sus facetas, entonces iremos por la vida como de oídas, improvisando, y acabaremos asumiendo irreflexivamente los modelos que el azar, la moda o las circunstancias nos presenten. Entonces nos sucederá algo parecido a lo que pasa a quien construye un chalé copiando los planos de otro muy bonito, pero sin haber pensado bien lo que él necesitaba; o a quien crea una empresa aplicando criterios que quizá eran muy válidos, pero para otro tipo de negocios; o al que divaga vaporosamente pronunciando una conferencia, y a los cinco minutos del final advierte que se ha ido por las ramas y no ha logrado transmitir lo que quería decir; o al que sale de viaje sin haber concertado las entrevistas y reuniones, ni hecho las reservas necesarias, y se encuentra con que al final no ha podido cumplir los objetivos que lo motivaron.
Alfonso Aguiló
El proyecto de vida
TALLER DE ELABORACION DEL PROYECTO PERSONAL
Cada generación tiene que plantearse esa pregunta: ¿Qué voy a hacer con mi vida? ¿Cuál es el proyecto de mi vida? Y entonces, es preciso tomar una decisión tempranamente, para luego invertir la vida en algo que resulte en beneficio para la causa del Señor Jesucristo.
Haz lo que quieras con tu vida -dice el Predicador en Eclesiastés- toma la decisión que quieras, pero debes saber que Dios te está mirando y está evaluando tus decisiones. Hay un Dios que está evaluando cuando tú decides, cada fin de semana, qué vas a hacer con tu tiempo, y con quién vas a pasar esas horas.
Por lo mismo, la Palabra dice: «Quita, pues …». Ese «quita, pues», es, entonces, la recomendación que viene inmediatamente al saber que hay un Dios que nos mira: «Quita, pues, de tu corazón el enojo, y aparta de tu carne el mal.»
Cuántas veces -en la juventud- el corazón se llena de enojos, porque el proyecto de vida que empezamos a soñar desde la más tierna infancia, se ve obstaculizado. Un proyecto de vida contempla educación, familia, trabajo, etc., y muchas veces ese proyecto se está truncando tempranamente, por alguna razón. Sea porque no tuvieron los padres que ellos hubiesen querido tener; o porque no tuvieron los recursos económicos, o porque no tienen la capacidad para un buen rendimiento escolar.
Y entonces ellos piensan que su vida no es lo que hubieran querido. A veces se afligen pensando: «¿Por qué no fui algo mejor?». Y a veces tienen un enojo aun con Dios mismo: «¿Por qué no me hiciste un poco más inteligente?» A veces piensan: «¿Por qué tengo ya esta edad? Ya se me está acabando el tiempo, y no tengo el atractivo o la dulzura como para ser una persona deseada.» Entonces se enojan con su nariz, con la forma de sus ojos, con su pelo, con su estatura. «¿Por qué no soy más delgado?» -dicen-. «No me va a tocar la suerte de hacer un buen matrimonio, y el proyecto de mi vida fracasará.»
El plan de Dios para los jóvenes creyentes
Pero ¿sabes, querido hermano joven? Hay un proyecto que Dios tiene para ti: Y es que tú seas configurado a la imagen de Jesucristo. Dios ha preparado para ti un proyecto de vida. Has sido diseñado para expresar su gloria, para llevar eternamente la gloria de una Persona, la gloria de Cristo el Señor.
Si hoy no eres como Él, tienes la opción de ser como Él. El gran proyecto de vida que Dios tiene para ti es ese. Y tú tienes que aceptarlo, aunque fracases en todo lo demás.
Es posible que los fracasos que tengas en todo lo demás sean el medio que Dios utilizará para que tú te rindas al Señor, para que, rendido a la voluntad de Dios, lo aceptes. Así, aunque no te cases, aunque no seas un profesional, aunque un día te cases y no precisamente con la persona que deberías haberte casado, aunque no llegues a tener los hijos que soñaste tener, de todas maneras el propósito final de tu vida se cumplirá.
Dios ha permitido y ha deparado para nosotros una vida que, aunque esté llena de tribulaciones, finalmente, el resultado de ella será que Dios formará en nosotros el carácter y la imagen de su bendito Hijo.
Y entonces decimos: ¡Gracias, Señor, ha valido la pena vivir! Y entonces nos abandonamos a ese proyecto y empezamos a tener un panorama distinto. Luego, no importará cuál sea la «onda» que haya por delante, y lo que hagan mis amigos. A mí lo que me interesará será agradar a mi Señor.
Hay libertad para vivir como quieras. Sólo que hay un Dios que te creó con propósito. Y si lo aceptas, has de considerar su salvación y su voluntad para tu vida. Dios no tiene considerado para ti que caigas en pecado, en errores, en infortunios, en vicios, degradaciones, para que finalmente aprendas a vivir como a Él le agrada. El quiere que tú, ahora que eres joven, voluntariamente adhieras a ese propósito.
Acuérdate de tu Creador ahora
Eclesiastés 12:1 dice: «Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud». Los jóvenes dicen: «Más adelante. Primero voy a gozar mi vida; soy muy joven para restringirme en un camino cristiano. Yo primero voy a gozar la vida». Y entonces toman por la «cultura del despilfarro».
Entonces toman la decisión del hijo pródigo, de tomar los bienes y gastarlos; y las luces de neón los llamarán para que vayan a las discotecas y lo pasen bien. Y dirán: «Cristo no está contemplado todavía dentro de mi ‘panorama’. Más adelante, sí.»
Pero la Escritura te recomienda acordarte de tu Creador ahora que eres joven. Porque luego llegará el día de la vejez, que es cuando el proyecto de tu vida estará consumado. Allí se comprobará si fuiste un vencedor o un perdedor. Hay un plazo para vivir la vida, y es muy breve. Llega el día de la vejez cuando vienen los sinsabores y las enfermedades, la debilidad y la muerte. Y entonces es tarde para escoger.
«Serás -dijo el poeta Daniels-, lo que debes ser o no serás nada.» Cuando tú eres lo que debes ser, es porque tomaste una sabia decisión tempranamente. Y lo que debes ser tú es, en primer lugar, una persona cristiana, una mujer y un hombre cristiano. Uno que tiene a Cristo en su corazón; uno que acepta el plan de Dios para su vida. Y si tú no eres lo que debes ser a partir de ahora, no serás nada en la vida, aunque logres ser el mejor profesional, aunque tengas la mejor familia.
Puede ser que la mayoría de los jóvenes ya sabe bastante de amarguras y de sinrazones. La época que nos ha tocado vivir está marcada por una crisis existencial. Pero los jóvenes cristianos tienen un Salvador totalmente suficiente y poderoso para vivir una vida victoriosa, y sobreponerse al tiempo difícil que nos ha tocado vivir.
Con todo, esta época es también la más gloriosa del cristianismo. Tal vez nosotros esperemos en pie a nuestro Salvador. Tal vez a nosotros nos toque recibir a Cristo. No morir, sino ser arrebatados. ¡Un tiempo glorioso! Además, nunca ha habido más luz de la Palabra que en todo este tiempo que estamos viviendo nosotros ahora. Nunca la fe fue tan clara como en nuestro tiempo.
Una llamada final
Antes que llegue ese tiempo de la decrepitud, hay que tomar una decisión. Hay que concretar el proyecto de vida ahora. La verdadera libertad consiste en escoger qué es lo que gobernará mi vida. ¿Será mi profesión, será mi familia? ¿En qué voy a basar yo el proyecto de mi vida? Tú necesitas descubrir las riquezas que hay en Cristo a fin de gozarte en Él, y así salir del tedio de una vida carente de propósito.
Cuando Cristo es una realidad en tu vida desaparece cualquier otro panorama, quedando como única fuente de vida y gozo, seguro aliciente y poderoso motor que impulsa la vida, el Señor Jesucristo. Caminar a la luz de su rostro con temor es el principio de la sabiduría. Quien tenga esta realidad espiritual, no teme al mañana.
Ahora, te haré una invitación. Si aun no has entregado tu vida al Señor, si no has autorizado al Señor para que haga su voluntad en tu vida, es tiempo de que lo hagas.
Tienes que decidir ahora: ¿Quién va gobernar mi vida? ¿Quién es el motor que va a impulsar todo lo que yo voy a hacer en la vida? Cristo es el que tiene que ocupar el centro de tu corazón. Te invito a confiar en Él, y a considerarlo en todos tus caminos.