Pureza, saber contemplar, sencillez, sinceridad
Juan Manuel Roca
Sucede muchas veces que no nos detenemos a mirar contemplando, admirando las maravillas que Dios ha hecho con cada uno. Contemplar es un elemento integrante de la admiración. Para llegar a admirarse es preciso antes mirar con cariño. Ser contemplativo es una manera de enfrentarse con la existencia que no puede darse si el sujeto no prepara su corazón: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5, 8). Eso es lo que necesitamos para ponernos en condiciones de dejarnos sorprender y encantar por la alegría de la llamada: un corazón limpio, recto, y libre de ataduras.
Si no ponemos medios para evitarlo, el acostumbramiento hará que no quedemos deslumbrados por la misericordia de Dios que llena la tierra. Acostumbrarse a algo es perder la ilusión, y para que eso no ocurra debemos fijar la atención en los detalles de las cosas, valorarlos, caer en la cuenta, hacerse cargo. La pobreza es buena aliada de la admiración. Quien tiene poco valora más lo que posee. Acostumbrarse es fácil, admirar cuesta más. Para ver la vocación, para descubrir la belleza de la llamada, hacen falta unos ojos que no estén cubiertos por el velo de la rutina, del mal acostumbramiento.
La solución de esos embotamientos del corazón requiere también siempre el empeño de ser sencillos, rechazando la actitud desconfiada, los complejos enrevesados, la crítica recelosa, las complicaciones y repliegues del alma. Sencillez de cabeza y de corazón, que no es simplonería: no cierra los ojos a las asperezas y dificultades de nuestro vivir terrenal, no frena compromisos humanos, no elude estudios por fatigosos que sean, pero afronta las cosas con simplicidad, sin complicarlas innecesariamente porque gusta del camino recto y de la verdad recia y firme.
La sencillez es serena y transparente, porque cree en lo que vale la pena. Es expresión de la unidad de vida. El sencillo es capaz de desprenderse de multitud de intereses creados artificialmente y logra unificar todas sus dimensiones vitales.
Decía Bacon que la verdad sale más rápidamente del error que de la confusión. De ahí que la verdad, en nuestro tiempo, tarde tanto en abrirse paso (J.B. Torelló). La sencillez, por su misma pureza, se enfrenta con el mal que detecta en el propio corazón, sin enredarse innecesariamente a base de volver a preguntarse una y otra vez si no estará justificado en ese caso lo que sabe desde la primera mirada que no es recto. Y, así, desemboca en sinceridad. La sencillez genuina es la verdad.
Pureza, sencillez, sinceridad. Si tenemos sencillez de vida tendremos sencillez de espíritu y esa sencillez nos conducirá a la libertad de hacer el bien cuando nos damos cuenta de que es el momento, sin retardos ni excusas. No olvidemos que tener la sencillez de un niño, según la enseñanza de Jesús, no es una opción sino una condición imprescindible para entrar en el Reino de los cielos (Mt 18, 3).