«Mujer, ¿por qué estás llorando? ¿A quién buscas?»
Ella, creyendo que era el jardinero, le respondió:
«Señor, si tú te lo llevaste, dime dónde lo has puesto».
Jesús le dijo:
«¡María!»
Ella se volvió y exclamó:
«¡Rabbuní!», que en hebreo significa “maestro”.
(Jn 20)
¿Sabes? Aún no lo entiendo del todo. No sé cómo no lo reconocí antes. Pero todo era diferente. Pasé del llanto a la alegría. De la soledad más absoluta al encuentro. De la desesperación al entusiasmo. Mi vida había perdido sentido, y de golpe me encontré llena de energía, y con una meta. Yo estaba llorando, gritando a unos y otros para que me dijeran dónde habían metido su cuerpo. Le creía muerto. No podía recordar sus promesas. Pero entonces dijo mi nombre: “María”. Como lo había dicho tantas veces, en los años anteriores, en los caminos. Y supe que era Él. Supe que era quien conocía mis heridas, y las curaba. Quien comprendía mis fracasos, pero seguía creyendo en mí. Quien sabía de mi historia, y esperaba tanto de ella. Quise aferrarme a él, pero me dijo: “Suéltame”. Y comprendí que desde ese momento estaría de un modo distinto. Él ya estaba, de otro modo, en Dios. Y yo, en este mundo, me sentí llena de vida, con una misión.
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LECTIO DIVIDA FIESTA SANTA MARIA MAGDALENA
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