Solemnidad de nuestro Señor Jesucristo, Rey del universo.
En una aparente derrota y en la humillación están muchas veces el triunfo y la gloria de nuestro reino. Los seguidores de Cristo han conquistado y poseído el reino eterno de Cristo con las mismas armas que Él.
El verdadero reino de Cristo es el cielo, y el cielo es el reino del pobre que desprende el corazón de los bienes materiales, del reino terrenal.
El reino de Cristo en este mundo, según el Apóstol es justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo; reino incomparablemente mejor, más glorioso, hermoso y feliz que todo cuanto los mundanos pueden apetecer en la posesión de bienes perecederos e inciertos.
Venga a nosotros tu reino: el reino de la Iglesia, el reino de la fe, el reino de su ley y de su Evangelio en todo el mundo fiel e infiel; el reino de Cristo en las almas, el reino de la gracia, el reino de su amor, de su Corazón; la destrucción, por contrapartida, del reino del pecado y de Satanás.
Siendo Dios el Rey eterno, glorioso y universal, será nuestro primer anhelo y nuestra primera petición el advenimiento de su reino.
Venga a nosotros tu reino: el reino de la gloria, el reino del cielo, el reino de Dios eterno y el nuestro con El eternamente, el reino que pidió el buen ladrón desde la cruz.
Venga a nosotros tu reino: el reino de Dios en los pueblos, el reino de Dios en las leyes, d reino de Dios en las organizaciones humanas, el reino de Dios en las costumbres.
De tal suerte sea Dios Rey y Soberano, que todos seamos sus súbditos, sus hijos, sus siervos y, como tales, hagamos su santa voluntad; que la creación, y en ella el hombre, doble su cerviz y obedezca; que la voluntad de Dios lo mueva y lo dirija todo y lleve a todos a su fin.
Venga a nosotros tu reino: tu reino, Señor; el reino de tu justicia, de tu paz y de tu amor, que es el reino de la felicidad, en el que todos seamos súbditos tuyos siguiendo tu ley, tus caminos, cumpliendo tu voluntad como siervos buenos y fieles.
Jesús es Rey y Señor, dueño de la creación entera, a quien todos los seres obedecen y sirven.
Cristo es Rey. Ha conquistado la tierra y los corazones por la dulzura, la mansedumbre, la humildad y la sencillez de su amante Corazón.
Jesús iba a tomar posesión de la tierra y de los corazones desde el trono de la cruz a la que le condenaban los judíos. Desde un leño había de reinar Dios. Así lo había Él anunciado: que todo lo atraería a sí cuando fuera levantado de la tierra.
Haced que reine Jesús no sólo en el recinto escondido del corazón, sino en todo vuestro ser y en toda vuestra vida.
Que reine Jesús en vuestros pensamientos, en vuestras opiniones, en vuestros juicios sometiéndolos todos a su soberana voluntad.
Que reine Jesús en vuestros sentidos, en vuestras miradas, en vuestras conversaciones, con rendimiento absoluto al dulce imperio de su amor.
No venías, Señor, a juzgar al mundo y a reinar sobre él desde tu real trono, sino a ofrecerte en sacrificio al Padre por él. Una generosa y completa entrega fue el primer acto de tu obra redentora en la tierra.
Mi reino no es de este mundo, ha dicho Jesús. Su reino es más bien reino interior; comienza en el espíritu, en el alma, en el corazón. Es reino de amor, reino de justicia, reino de pureza, reino de santidad.
El reino de Cristo no tiene más armas que la mansedumbre y la humildad. Con ellas ha triunfado la Iglesia contra sus enemigos.
Jesús no fuerza a nadie. Reina sólo sobre cuantos van a Él por puro amor. Llama y espera. Convida a los que libremente quieren seguirle, pero proponiéndoles a todos un mismo camino, una misma ley: la ley del amor.
El reinado del amor, que es el verdadero reinado de Cristo –pues sólo quiere reinar por amor-, no puede venir al mundo si en medio del mundo y en todos los órdenes de la vida no es amado Cristo con todo el corazón y con todas las fuerzas.
El reino de Jesús lo hemos de traer nosotros, y nosotros no traeremos el reino de Jesús si no estamos llenos del Espíritu Santo, que procede de Él y del Padre, para lo cual hemos de pasar todos por un fervoroso Pentecostés.
Consigna: Que reine Jesús en nuestros afectos, en nuestras decisiones, en nuestros cariños, en nuestros amores y en los últimos e imperceptibles movimientos de nuestro corazón.
A. Amundarain
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