Cristo nuestra fe y nuestra esperanza
El «reino de Dios» exige, necesariamente, una verdadera y sincera conversión. A esta conversión radical debe seguir la vida de fe, el reconocimiento de la doctrina que predica el Mesías, la fe en el Evangelio.
Verlo todo con fe –el misterio de Dios-Hombre-, sentirlo palpitante, vivo, de hoy, no de ayer ni de siglos pasados; de hoy, a mi lado, conmigo.
Creed y avivad continuamente la fe de que sois portadioses, de que estáis unidos a Jesús y Jesús a vosotros, de que Jesús vive en vosotros lo mismo cuando estáis en la Iglesia como cuando estáis en el trabajo, en la calle o en vuestra casa.
La fe en Cristo, he ahí el principio de todo apostolado: gran fe, viva fe, intensa fe.
Nuestra fe está bien cimentada. Para todos aquellos que, con un poco de interés, quieren repasar sus fundamentos, la fe deja de ser misterio. Para lo que quieren ir al cielo caminando sobre prodigios tangibles, es como si quisieran andar a la luz del mediodía con una antorcha encendida.
Cree firmemente, vive de la fe, vive del Evangelio, vive de Jesús. No hay otro nombre, no hay otro Salvador.
¿Dónde estaba el secreto de las curaciones de Jesús? No tan sólo en su poder, sino también en el deseo, en la insistente petición de los así curados y en la fe que tenían en el divino poder de Jesús.
La fe en el divino Nazareno los llevaba a Él; la fe los hacía gritar: Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí. Es decir, querían curarse y creían que Jesús podía curarlos.
Señor, auméntame la fe; despégame el corazón de las cosas terrenas; haz que te busque a Ti, por Ti, por lo que eres, por lo que quieres, por lo que amas.
La luz de Jesús y de sus apóstoles ha llegado hasta ti. Cuando tú abriste los ojos a la luz natural del sol, brilló también en tu alma la claridad de la luz evangélica.
Vive de la fe y confianza absoluta en el Señor. Con Él todo lo puedes.
¿Crees en Jesús, en su caridad, en su poder, en su amor? Entonces, ¿por qué desconfías?
Confía, por muchas miserias que hayas tenido en el curso largo o corto de tu vida, porque infinitamente mayor es la misericordia de Jesús.
Fe
Hemos de oír, creer y abrazar siempre la palabra del Evangelio con firmeza y con fe.
Cree y vive de la fe, si no quieres vivir en el vacío
Aviva la fe, aviva la luz; camina en ella sin desviarte ni a la derecha ni a la izquierda. No seas jamás de los que, buscando la vida, huyen de ella.
Consigna. Más fe y ¡adelante!, hasta llegar a morir, como Jesús, sin tener donde reclinar la cabeza y desnudo de todo.
Vivamos de la fe. Lo humano y sus prudencias nada nos garantizan. Miremos desde arriba y miremos hacia lo alto. Confiemos.
El que mira las cosas con espíritu de fe cree en la amorosa Providencia del Señor y se pone en sus manos; como el niño en las de su madre, no tiene que atormentarse con el pensamiento de su mañana.
Vive tranquilo en los brazos de la amorosa providencia, que siempre obrará sabiamente, según la medida y disposición de su don y de su gracia, dispuestos para ti desde la eternidad.
En Dios existen abismos insondables que sólo la luz de la fe puede confirmarlos.
¿Tienes fe y temes? Eso es una ofensa al Amor misericordioso. Creamos en Jesús y entreguémonos. Entreguémonos con Él corno hijos muy amados al Padre.
Consigna: Recógete. Pide el auxilio de la fe, porque sin ella todo el gran misterio de Jesús no pasa de ser un mero cuadro escénico puramente espectacular.
Vivamos de la fe. Sabemos que el Evangelio se escribió para nosotros, y a través de sus páginas llega hasta nosotros aquella palabra divina con todos sus encantos y con todas sus enseñanzas. Jesús, sentado sobre el césped, se dirigió a ti y te habló con infinita dulzura. Es su divina carta, que puso entonces en el correo que hoy llega a tus manos. Recíbela. Léela. Medítala.
Es requisito indispensable para curarse por medio de la confesión, la fe en Jesús, la fe en la eficacia del sacramento, la fe en la vida de la gracia, la fe en la gravedad y mal único del hombre, que es el pecado, la fe en la necesidad de este sacramento.
La primera y la más sublime gracia de Dios es nuestra vocación a la fe desde las tinieblas de la gentilidad.
Antes de abrir los ojos a la vida, el sol de la fe venía alumbrando nuestros horizontes y no hemos probado lo que es la noche del paganismo. Poco nos acordamos nosotros de agradecer este beneficio a Dios. Era preciso que el gran Apóstol nos recordase con sus cartas que nuestra elección o vocación a la fe es de Dios.
Nosotros, que hemos heredado de nuestros padres cristianos la luz de la fe y la hemos vivido desde que supimos conocer la verdad, no sabemos lo que es la noche de la gentilidad, y ¡qué poco apreciamos este inmenso beneficio de Dios!
En un alma pura, la fe es más viva y clara. En la claridad y viveza de la fe el alma barrunta y siente a Dios. El vicio, en cambio, oscurece y apaga su luz; el deshonesto acaba por perderla completamente.
Si fuese viva nuestra fe, si fuese intensa, clara, luciente; si nuestra fe fuese como los ojos, y ella viese como ven éstos, ¡qué distinto se nos mostraría el panorama de la vida!
Si fuese la fe el móvil principal de nuestras acciones y de nuestros hondos sentimientos, todo nos convidaría a elevarnos a Dios, sería un despertar alegre y fervoroso a la vida cristiana, a la espiritualidad; toda la creación, en la renovación de su vida anual, nos llevaría al Creador de ella.
La fe no vive en las almas, la fe no vibra, no actúa con tan intensa fuerza en nuestras almas; y de ahí resulta que las primeras y más fuertes impresiones que experimenta nuestro corazón son puramente naturales, sensibles y materiales, y en ellas descansa, sin más horizonte, todo nuestro ser.
Mira siempre lo invisible y divino con la vista sencilla de la fe; que ésta aumente en ti, que sea viva y penetrante y que por ella veas las maravillas que no caen bajo ningún sentido.
Lo que Jesús quiere es fe. Jesús pide mucha fe; la fe sencilla, humilde, firme, robusta, sincera. Si crees -dirá-, todo es posible al que cree.
Fe cuando oras, fe ante el sagrario, fe ante tu mismo corazón cuando Jesús está allí en la comunión y después de ella.
Que la antorcha de la fe ilumine siempre tu alma. Cree, cree en Jesús, en su Evangelio, en la Iglesia y en su pastor infalible.
Vivamos muy unidos con Dios y con María Santísima, en vida de fe, de amor, de oración, de sólida piedad.
Fe, mucha fe en ese amor que te tiene Dios y que nunca te pedirá más de lo que tú puedes y de lo que tu santidad exige para su perfeccionamiento y coronación.
-Ejercicio y vida de fe:
La verdadera fe, la perfecta fe, suple a la visión. Lo que no vemos con los ojos lo vemos con la fe; si esta fe es como debe ser, con ella veremos lo que no vemos con los ojos y mejor que con ellos.
El mundo cristiano cree, y, al decir que cree, sólo trata de significar que no es incrédulo. Apenas parece un acto positivo. Porque creer como se debe, creer pensando bien en lo que creemos, creer discurriendo, ponderando, asintiendo, actuando, descansando en lo que creemos; creer admirando, disfrutando, amando, viviendo lo que creemos; creer así, es creer positivamente, es vivir la fe. Esta fe es la que nos hace vivir de Dios y en Dios.
A. Amundarain
Selección de Manoli Rojo (AJM)