* Fuego he venido a meter en la tierra, y quiero que abrase todo. Y es como si Jesús hubiese aclarado: todo mi testamento se reduce a una sola cláusula, y esa cláusula sólo tiene una palabra, y esa palabra no la quiero dejar escrita en papel muerto, por fino y elegante que sea; el blanco pergamino donde yo he querido escribir mi última palabra de amor, soy Yo mismo; es en la blanca e inmacu1ada Hostia, es en mi amante Corazón donde con sangre divina quedará escrito para siempre este testamento de mi amor.
* Si no comiereis la carne del Hijo del hombre, no tendréis vida en vosotros. ¿Quién es capaz de dar exactamente y a la medida con el misterioso e infinitamente amoroso plan que en su divino Corazón fraguaba Jesús cuando esto decía?
* En la Hostia está vivísimo, indivisible, el Corazón de Jesús; ahí está todo su amor, no le falta ni un latido, ni una fibra, ni una chispa de su inmenso volcán. Todo es mío; mío su amor sensible con todas sus ternuras; mío su amor espiritual con todas sus finezas; mío su amor divino con toda su inmensidad y eternidad. Ahí Jesús, con todos sus amores, me ama.
* Jesús vive en la Eucaristía y es Él allí nuestra vida real, sobrenatural, divina, y de Él vivimos y viviremos eternamente. Allí vive también su Corazón y su Corazón es nuestra vida; y allí vive su amor, porque su amor es su vida y su ser; y nosotros, al vivir en Él, vivimos de su amor, de su amor real, como es real su Corazón y lo es su Eucaristía.
* En esa Hostia divina que todos los días recibimos está en primer término el corazón físico de Jesús, su corazón de carne, cuyos latidos sintió María cuando le llevaba en su seno y en sus brazos. Ahí está ese delicado órgano, el más vital de su sacratísimo cuerpo, por donde circuló su divina sangre.
* Sabemos que si el mundo está en pie es porque hay en medio de él una víctima infinitamente santa que honra, glorifica y adora, con adoración y alabanza divinas, a la Majestad de Dios, que justamente reclama la adoración de toda la creación. Hay un Corazón inmolado para rendir incesante tributo de alabanza y acción de gracias, cumpliendo el deber de gratitud que hacia Dios tiene el hombre. Aunque son innumerables e inmensos los pecados del mundo, hay una propiciación infinita, una reparación y satisfacción inagotables. Esta hostia pacífica y pacificadora está continuamente implorando en nuestro favor la misericordia de Dios, que se abre con todos los tesoros de gracias, en la medida que el mundo la necesita para su actual redención.
* En la comunión, donde Jesús se adelanta a entregarse totalmente, el alma se entregará también a Jesús sin reserva alguna e incondicionalmente, estrechándose maravillosamente la perfecta unión de ambos en un solo Corazón y en un solo Amor.
Seleccionó Manoli Rojo (AJM)