Semillas sobre la santidad

31 Oct, 2017 | Escritos de D. Antonio Amundarain

SEMILLAS PARA EL MES DE NOVIEMBRE

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Santidad

57. La santidad no está en multiplicar cosas, sino en la fidelidad de lo poco y suficiente para conservar el fuego sagrado de la devoción y del amor.

119. No haréis santos si no sabéis el oficio. El oficio es una santidad personal.

127. Para ser santos, todo está en querer; en una decisión valiente, en un arranque generoso del corazón, poniendo en juego todos los medios que Dios inspira y que la Iglesia establece.

128. No llegaremos a ser santos solamente porque nos dé la gana de serlo. Ha de obrar la gracia en nosotros, si bien es verdad que la cooperación a esta gracia depende de nuestro libre albedrío.

152. Puesto que la santidad es amor, es celo, es fuego, una persona santa, en la calle, en medio del mundo, necesariamente será apóstol.

155. En los libros, la santidad es como esencia en frasco cerrado; a lo más, lo que se ve es su color, mas no se sienten sus fragancias, no se percibe su suavidad ni su dulce atractivo. Pero la santidad viviente en las personas que realmente la tienen, es como una esencia en frasco abierto, «ungüento derramado», cuyas fragancias se sienten, cautivan, arrastran y conquistan.

321. Hambre y sed en el orden natural significan que hay buena salud y buena disposición en el sujeto. Hambre y sed en el orden espiritual deberán también significar un estado de vigor y de energía para los actos propios del alma en orden a la santidad. Toda alma santa, y cuanto más santa más, tiene mucha hambre y sed de elevarse a mayor santidad.

322. Jesús llena siempre el corazón (previamente vacío) que tiene hambre y sed de justicia y santidad.

412. La perfección de la ley y, por lo tanto, la justicia y la santidad del hombre, están en su interior.

432 Ni las mismas penitencias, por fuertes que sean, tienen tanta eficacia para nuestra santificación cuando proceden de nuestra devoción personal como las que el Señor, por secretísimos designios de su santa voluntad, nos señala.

433. Desde el momento en que se apunta hacia las cumbres de la santidad, el camino para escalarla es el del sacrificio, puesto que no hay otro ni puede existir para el hombre caído que el que trazó el divino Maestro. Se equivocan por eso todos los que buscan sendas más suaves de atajo, fuera del camino que está señalado.

442. ¿Quién completa lo que falta a la pasión de Cristo? ¿Quién redime hoy al mundo sino las personas santas?

529. Nuestra santidad, ha de ser lo más «nuestro», lo más propio. Amémonos a nosotros mismos y amaremos a los demás.

655. Son muchas las personas que apuntan constantemente a la perfección, a la pureza de alma y cuerpo, al amor de Dios, al reino de Cristo. El camino generalmente es el de la cruz. Tu destino es tu perfección y tu santidad. Empieza por buscarla, más alto o más bajo, según el grado que dice bien con los dones que Dios te ha dispensado.

658. ¡Qué fácilmente podemos ser santos y perfectos! Para ello no se requieren sistemas complicados, cuyo estudio tal vez no entra en nuestras cabezas. Puedes ser santo en el hogar, en el taller, en la oficina, en la escuela, sin cambiar de postura. Así acaecía en Nazaret.

659. La posibilidad de la santidad en la vida seglar ha abierto horizontes alentadores a muchas personas que, por circunstancias de la vida, habían renunciado a estas cumbres.

660. Consigna: Santidad en plena calle; con destellos y fragancias de pureza y de ardores de amor a Jesús, viviendo en un martirio –«testimonio»- a fuego lento sobre la parrilla del sacrificio cotidiano.

661. Este es el gran contrabando que muchas personas han pasado a través de las fronteras de la eternidad, sin que nadie les haya echado el alto; el de una santidad sencilla y escondida; la santidad eminentemente «popular», sin distingos; la santidad llana, sin atavíos que deslumbren o desalienten; santidad que destierra cualquier idea equivocada de exclusivismo o monopolios, santidad que entra fácilmente en el hogar, en la fábrica, en el taller y en la oficina; que entra en la populosa ciudad, en la aldea silenciosa y en el solitario cortijo.

662. Personas sencillas, perdidas en el trajín de la vida, cuya santidad pasó desapercibida hasta para ellas mismas, serán un día, en la gran parada del juicio final, la sorpresa de los que convivieron con ellas y de todo el mundo.

683. Si Dios te ha escogido para ser santo, si hoy te invita a que avances por sus caminos, no te hagas sordo ni perezoso; vive tu ofrecimiento a la voluntad de Dios, cumpliéndola en todo aquello en que se te manifiesta; lo mismo en cosas grandes que en las menudas y pequeñas.

742. La santidad es la unión íntima con Dios; y la unión con Dios supone el desprendimiento de criaturas. He ahí el primer trabajo: «dejar».

858. Este es el gran secreto de la santidad: valernos de la vida presente lo suficiente para conservar nuestra existencia en este destierro, y todo lo demás enfocarlo por medio de una fe viva y un amor ardiente en Jesús, nuestro supremo ideal y nuestra suprema aspiración.

861. Quien de veras tiene hambre y sed de santidad buscará los medios conducentes para conseguirla.

862. Una empresa tomada a pecho se realiza pesar de los obstáculos y dificultades. Sólo en el camino de la santidad encontraremos obstáculos insuperables, no porque lo sean absolutamente, sino porque el demonio nos los presenta como tales o porque nosotros nos hacemos fácilmente la ilusión miedosa de que son así en efecto.

901. El ideal de la santidad no es un fenómeno pretérito ni extraño. Es inquietud de palpitante actualidad. Los tiempos son así, y las circunstancias nos obligan y empujan. Es tremenda la alternativa. Ya no quedan términos medios. Decididamente hemos de hacernos santos si no queremos ser réprobos.

902. El ideal de la santidad no es una exigencia exagerada de nuestros tiempos. San Pablo, desde su primera epístola, comienza ya a marcarles a sus primeros cristianos el camino hacia la cumbre de la santidad.

1432. Toda la santidad consiste en recibir la vida divina de Cristo y por Cristo, que la posee en toda su plenitud.

1623. De nuestra parte, el primer paso hacia la santidad está en querer; pero en un querer eficaz.

1696. El autor principal de nuestra santidad y perfección es Dios mismo, y la oración es cabalmente la que conserva el alma en frecuente contacto con Dios. La oración enciende y mantiene en el alma una como hoguera, en la cual el fuego del amor está, si no siempre en acción, al menos, siempre latente.

1762. La santidad es luz que debe iluminar al mundo. Esta luz no debe estar bajo el celemín. Que tu recta y pura intención guarde en secreto tu santidad. Que tu celo y amor a las personas ponga a la vista tus obras para que el mundo las vea, se edifique y glorifique a Dios.

1800. Pongamos con preferencia especial nuestros afanes y todo el caudal de nuestros talentos en despertar y promover en los hombres que, por la misericordia de Dios, viven en su gracia y amistad, más hambre de vida espiritual, de perfección, de amor y de santidad.

1801. La santidad o perfección sobrenatural consiste esencialmente en la perfección de la caridad, porque la caridad es la unión del alma con su Dios, que es su fin.

1803. La santidad es fruto de muchos años de cultivo.

2362. Nuestra santidad supone nuestro propio esfuerzo; pero este esfuerzo nuestro supone de antemano la ayuda poderosa de Jesús; y esta ayuda divina es fruto de nuestra continua oración.

2363. Para todo progreso en la vida de nuestra santidad, se precisa una gran paz interior, con una ilimitada confianza en el amor de Dios…, al que nosotros hemos de corresponder con la máxima fidelidad, pureza de intención, gran generosidad y completa entrega a su divino querer.

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