Semillas sobre la «vocación Universal a la Santidad»

24 Oct, 2011 | Escritos de D. Antonio Amundarain

Vocación Universal a la santidad/llamada:

Todos los Santos

Las personas son muy distintas en su espíritu, en sus modos, en sus caminos y en sus talentos; y, por eso, su vocación y su santidad no pueden ser las mismas. Estos grados y modos no toca marcarlos sino a Dios, que distribuye libremente sus dones.

Dios concede su espíritu y distribuye sus dones a la medida de sus designios; a unos de una manera y en una proporción, a otros de otra manera y en otra proporción. Todos tenemos una vocación, y a ella responde la economía de gracias y el reparto de dones que hemos recibido de la liberalidad de Dios.

Dios tiene muchos medios e inmensa variedad de caminos por donde guiar a los hombres a la cumbre de la santidad.

No está la santidad en que uno, sin consultar con Dios, elija el más alto estado de vida, sino que alcance en aquel al que Dios le llama los grados de caridad que allí se le determinan por Dios.

Es voluntad de Dios que seáis santos. No se contenta Dios con una vida floja y semipagana, sino con que seáis verdaderos santos. Al ser llamados a la fe, vuestra vocación es nada menos que de santidad.

Jesús llama a todos, delante de todos habla y hace elogios de la perfección. Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.

Demos, pues, por sentado que el llamamiento de Cristo a la perfección evangélica es general. Demos también por supuesto y sabido que la gracia de este llamamiento e inspiración, o sea, el auxilio sobrenatural que incita a la prosecución de esa perfección evangélica, es general y que está preparado para todos; luego esa vocación inicial es extensísima en la universal variedad de grados, de formas y de clases.

La voluntad de Dios es nuestra santificación, porque, con la abundancia de sus merecimientos y sacrificios, hay para santificar mil mundos. Si no se lograsen esos frutos, sería como si se desperdiciase o se malograse lo que con tanta generosidad y con tanto amor nos ganó el Señor en su encarnación y redención.

Dios quiere que todos seamos santos, Dios quiere y pide santos y el mundo también los quiere.

Fue y es voluntad de Cristo que todo cristiano sea un perfecto seguidor e imitador suyo. Pues ¿por qué andamos entonces los cristianos tan rezagados y tan perezosos?

Cristo, no sólo con la obra de su sacrificio cruento, por el que nos dio torrentes de misericordia y de gracia, sino por la voz de su predicación y de su doctrina, incesantemente nos está invitando e instando a emprender, seguir, llevar adelante y consumar la vida íntegra y completa de perfección cristiana en todos los estados y condiciones de vida de cada uno.

Bienaventuranzas

Tenemos todos un gran programa: es el programa que el Maestro de Nazaret nos trazó en su admirable discurso de la montaña, y que luego nos repiten minuciosamente todas las páginas del Evangelio.

El maravilloso sermón de la montaña, programa y resumen de toda la doctrina de Jesucristo es admirado por muchas personas.

El sermón de la montaña, gracias a la mano maestra de Jesús, marca el camino integral y perfecto de la salvación y de la santidad para todo el mundo.

Las ocho bienaventuranzas son los principios fundamentales de la moral y de la perfección cristiana; son las máximas morales del Reino de Cristo, opuestas diametralmente al reino del mundo; son los caminos reales que conducen a Jesús; son el ejercicio de las más excelentes virtudes que nos disponen para el reino.

Pobres de espíritu

No todos son llamados a dejar de hecho sus bienes; pero todos, sin excepción, son llamados a ser pobres de espíritu, a vivir con el corazón libre y despojado de todo lo material.

Ser pobre de espíritu equivale a no tener el corazón cautivo de los bienes materiales.

Pobreza espiritual, afectiva, escogida o aceptada por inspiración del Espíritu Santo, significa un moderado y prudente aprecio de los bienes terrenos y materiales, manteniendo el corazón despegado de ellos, tanto si en realidad se poseen como si no.

Arrancad, Señor, de mi corazón todo afecto desordenado a los bienes de este mundo; limpiad mi alma de todo apego a los tesoros terrenos; desasid mi espíritu de los intereses materiales; dadme la verdadera pobreza de espíritu.

Mansos

Los mansos y humildes poseerán la tierra

Nada hay que más poderosamente nos haga merecer el aprecio y la estima de las gentes y la benevolencia y piedad de Jesús como la mansedumbre. En esta sublime virtud brilla extraordinariamente el reflejo de algo que arrastra y cautiva.

Conquistarás y poseerás el afecto y el corazón de los que te rodean con la virtud de la mansedumbre, con la dulzura, la humildad y la sencillez.

El Salvador no sólo intenta reformar la pasión de la venganza, sino que quiere que renunciemos a la violencia para alcanzar el derecho; quiere, en especial, señalar como características de su reino la mansedumbre y la dulzura cristianas, que jamás apelan a la fuerza para alcanzar cualquier derecho, antes bien apelan sólo a conseguir eso mismo gracias a la humildad y a la paciencia.

Los que lloran

Nada son, según San Pablo, todas las tribulaciones de la vida presente para granjearnos la gloria futura de la eternidad.

Las pruebas purifican, fecundan, acrisolan, aseguran y confortan.

Sin sufrir no puede uno acercarse a Dios, no puede amar.

Hambre y sed de justicia

Jesús llena siempre el corazón (previamente vacío) que tiene hambre y sed de justicia y santidad.

La perfección de la ley y, por lo tanto, la justicia y la santidad del hombre, están en su interior.

Misericordiosos

Dios ha sido y es misericordioso conmigo. Cuando mis iniquidades me cubrieron de miseria, la misericordia divina me ha cubierto de gracia. Eso me obliga a ser yo misericordioso con los demás.

Sé misericordioso, porque tú mismo lo necesitas a cada momento. Reconoce tus miserias cotidianas, y verás que a cada instante Dios ha de ser misericordioso contigo. Pon tú buena medida, porque con tu propia medida te medirá el Señor.

Los que hicieron misericordia alcanzarán misericordia de Dios.

Limpios de corazón

Sólo los limpios de corazón conocen a Aquel que pide con ansia: Dame de beber; y sólo ellos descubren en Él el escondido manantial

Para sentir sed de lo divino es necesaria una gran pureza de alma.

Sólo los limpios de corazón son capaces de ver a Dios, porque sólo ellos poseen el don que ilustra, acerca y une.

El corazón limpio verá a Dios. Esta visión tiene su participación aun en esta vida mortal. Así como el cielo sin nubes deja ver el sol, así también la persona de corazón puro y limpio como el azul del cielo verá a Dios

Fruto y recompensa de esta virtud de la pureza es la visión de Dios, en la cual está esencialmente toda la bienaventuranza del hombre.

Esta visión oscura por fe (como dice San Pablo) es preludio de la visión clara, cara a cara, de la bienaventuranza. En compañía de las jerarquías angélicas, las almas limpias, siguiendo al Cordero, andarán en la luz, y en su luz verán la luz eterna y penetrarán los secretos de la Divinidad, siendo espejos sin mancha, en los cuales se dejará ver en su infinita belleza la hermosura de Dios.

Para ti es esta gloria de la visión de Jesús, la visión de la belleza increada y eterna, con claridad en el cielo y bajo sombras en la tierra; tanto más clara cuanto más limpia, clara y pura sea tu alma.

La pureza del corazón depende de la huída, pronto y lejos, de las ocasiones que el mundo nos ofrece.

La historia de los corazones puros arranca de la modesta y silenciosa casa de Nazaret. Fértil la Iglesia, regada y abonada por la sangre y el sacrificio de sus héroes, sin interrupción y hasta nuestros tiempos ha venido engendrando y madurando numerosas personas de corazón limpio, en quienes tantos se ha recreado el corazón de Dios.

Bienaventurados los limpios de corazón. Corazón limpio equivale, en primer lugar, a pureza y limpieza completas, esto es, a inteligencia limpia y clara, conciencia recta, conducta intachable, pensamientos y corazón puros, afectos sinceros, amor casto.

Pureza de corazón. Alma sin mancha. Vida de espíritu, desasimiento de lo material y terreno, elevación santa, muerte a la sensualidad, freno a la carne, pensamientos puros, luz, blancura, transparencia, caridad, gracia, belleza, Dios; todo eso dice: Bienaventurados los limpios de corazón.

Bienaventurados los limpios de corazón, es decir: bienaventuradas las mentes limpias y los corazones virginales en cuerpos castos.

Pacíficos/Pacificadores

Los santos han sido siempre los grandes pacificadores de la humanidad.

El verdadero pacífico busca con toda su influencia la concordia de unos con otros. El pacífico es pacificador al mismo tiempo. Y en esto está la perfección de esta virtud: en establecer la paz de los hombres entre sí, y de éstos con Dios.

La paz interior se manifiesta al exterior guardando una perfecta armonía con el prójimo. Es la que perdona una ofensa, olvida una palabra hiriente, deja pasar lo que molesta, sacrifica en silencio las protestas de la ira, se hace dulce y mansa al chocar con otro corazón irritado y airado.

Perseguidos

Bienaventurados los que ahora padecen persecución, los que son afligidos y humillados, los que luchan y combaten contra los enemigos del reino de Dios, los que desprecian los intereses y gloria vana de la vida presente… , porque de ellos es el reino de los cielos.

A. Amundarain

(Selección por Manoli Rojo (AJM)

Noticias relacionadas